La competencia entre fuentes de información favorece la difusión de noticias falsas

Desinformación

Las mentiras promueven más mentiras en una “carrera armamentística” que polariza a la población

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Vivimos en un ecosistema informativo que promueve la desinformación y la polarización, según un estudio de la Universidad de Austin Texas.

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Políticos, medios de comunicación, digitales e influencers configuran un ecosistema informativo complejo que promueve la desinformación y la polarización. Cuando una de estas fuentes comparte un contenido falso, empuja a sus competidores a hacer lo mismo, según concluye una investigación que publica este miércoles la revista Science Advances. Esta retroalimentación, que los autores definen como una “carrera armamentística” para influenciar al público, es fruto de la cantidad casi infinita de información que tenemos a nuestro alcance y de la atención limitada que podemos dedicarle.

El estudio propone mirar más allá de las redes sociales, en las que siempre tendemos a englobar el fenómeno de la desinformación —entendida como el contenido sensacionalista y total o parcialmente erróneo, que se distribuye con el fin de manipular a la audiencia—. Los investigadores de la Universidad de Texas Austin que han liderado el trabajo, sugieren que el uso de las falsedades está presente en nuestro día a día, tanto analógico como digital. El modelo matemático en que basan su argumentación replica la realidad de nuestro mundo: una sociedad polarizada en el que las fuentes partidistas emiten la mayor cantidad de desinformación.

Estrategia a largo plazo

La educación mediática se erige como principal estrategia para lograr una sociedad mejor informada

“En un contexto social marcado por la posverdad y la pérdida de confianza en las instituciones, los autores evidencian que el problema de la desinformación no solo atañe a redes sociales y plataformas, sino también a medios periodísticos de prestigio, que se ven presionados a publicar piezas escasamente verificadas para poder competir en una era de inmediatez”, valora Rubén Rivas, profesor de Periodismo en la Universidad de Santiago de Compostela, en declaraciones a Science Media Centre.

La nota positiva, es que el escenario puede replicarse a la inversa. Una fuente que apueste por la calidad informativa incitará a los competidores a competir del mismo modo. Es decir, que, hasta cierto punto, está en manos de las fuentes de información decidir qué tipo de contenido promueven y qué sociedad dibujan: una que premie y fomente la desinformación, o una que apueste por la información de calidad.

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El trabajo también propone la educación mediática como principal estrategia para lograr una sociedad mejor informada. “Si equipamos a los individuos con habilidades para valorar mejor la credibilidad de la información que consumen, es posible reducir la susceptibilidad general de la comunidad”, es decir, la facilidad de que crean en mentiras, escriben los autores. Eso sí, se trata de una solución cara y a largo plazo, porque las comunidades que comencemos a entrenar ahora tardarán décadas en conformar el grueso social.

A efectos más inmediatos, los autores proponen un sistema que penalice a las fuentes que emitan desinformación, de forma que la audiencia pueda reconocerlas como poco fiables. Son medidas que no tienen la capacidad de reducir el número de mentiras que circulan en la red, arguyen, pero sí la atención que les dedica la ciudadanía.

Polarización y cámaras de eco

El modelo matemático con el que los investigadores del centro estadounidense reconstruyen la dinámica comunicativa parte de dos premisas. Por un lado, que la influencia que una pieza de información tiene en un individuo depende de la credibilidad y el sesgo de la fuente, de la veracidad del artículo, de la opinión del lector y de su capacidad para identificar la fiabilidad del contenido y del informante. Por el otro, que la emisión de desinformación conlleva una ganancia inmediata de audiencia, a costa de una pérdida de credibilidad a largo plazo.

El experimento computacional refleja cómo este escenario se traduce en una sociedad polarizada, en el que las fuentes más sesgadas —y que, en nuestro mundo, emiten mayor cantidad de desinformación— centran el interés de las audiencias. El grueso de población se distribuye en grandes grupos que acaban consumiendo sólo las fuentes que confirman su propio sesgo, lo que se conoce como cámaras de eco.

Esta evolución es, en realidad, lógica. Antes de comenzar el experimento, la credibilidad de todas las fuentes es la misma, porque la ciudadanía no sabe cómo de propensa será cada una a emitir desinformación. En este contexto, las falsedades triunfan: son más sensacionalistas y atraen más atención. Simplificando, en un primer momento, quien más mentiras dice, mayor audiencia logra. A medida que pasa el tiempo la credibilidad de las fuentes desinformantes disminuye, de forma que la parte más crítica de la audiencia se desmarca de ellas.

El problema, sin embargo, es que para muchas personas este desmarque nunca llega. La desinformación y los contenidos sesgados logran crear un ecosistema de refuerzo de ideas propias en el que la credibilidad ya no es tan importante como la identidad construida. Romper las cámaras de eco se vuelve complicado. Los investigadores ponen como ejemplo las estrategias de fact-checking: sobre el papel deberían funcionar bien, pero como la verificación suele llegar de fuentes neutras, o ideológicamente opuestas, la influencia que logra ejercer sobre la ciudadanía ya polarizada, que solo cree a fuentes afines, es limitada.

En definitiva, lo mucho o poco polarizada que esté la sociedad depende, según los autores, de la cantidad de individuos críticos que puedan desmarcarse del contenido falso y engañoso. Aumentar la capacidad crítica de la ciudadanía es clave para lograr una sociedad informada. De ahí la importancia de la educación mediática, cuyo objetivo es, justamente, dotar a las personas de herramientas para evaluar la fiabilidad de una información.

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