Un análisis de más de 20.000 canciones de la lista Billboard entre 1973 y 2023 muestra que la música popular ha ido expresando más estrés, más negatividad y letras más sencillas. Sin embargo, frente a catástrofes como la pandemia, los oyentes optaron por canciones menos estresantes. La música, dicen los autores, puede servir tanto para reflejar como para regular el estado de ánimo colectivo.
La música como termómetro social
El Billboard Hot 100 es el ranking que selecciona, semana a semana, las canciones más escuchadas en Estados Unidos. Funciona como un medidor del éxito musical y, por extensión, de los gustos culturales del momento. Investigadores de la Universidad de Viena han analizado las letras de los temas que ocuparon esta lista musical entre 1973 y 2023. Su estudio, publicado hoy en Scientific Reports, muestra el resultado de un análisis de 20.186 letras únicas.
El equipo, supervisado por Mauricio Martins, investigador de la Unidad SCAN de la Universidad de Viena, midió tres variables a través de herramientas de análisis lingüístico y de compresión de datos: lenguaje relacionado con el estrés, sentimiento (positividad y negatividad) y complejidad textual.
A largo plazo, entre 1973 y 2023, se observó un aumento marcado en el uso de lenguaje vinculado al estrés y una disminución de la positividad. La compresibilidad —es decir, la medida que apunta a letras más repetitivas y, por tanto, menos complejas— también creció con el tiempo. Para asegurarse de que las tendencias no eran un simple efecto de la continuidad temporal aplicaron modelos que corrigen la autocorrelación, pero los resultados se mantuvieron.
Martins aclara para Guyana Guardian que el análisis no clasificó las canciones por géneros, pero reconoce que la evolución de estos forma parte del fenómeno. “A medida que el rap, el hip-hop y el metal se hicieron más prominentes en las listas de éxitos (géneros que a menudo abordan de forma más directa temas como el estrés, el conflicto o la presión social), probablemente contribuyeron al aumento del lenguaje negativo y relacionado con el estrés en las letras populares”.
Gestión del estado de ánimo colectivo
Uno de los aspectos más llamativos es que todas las décadas muestran una deriva sostenida en las tres medidas: más estrés, menos positividad y letras más repetitivas. Aunque hay variaciones entre periodos —por ejemplo, cierto repunte de complejidad a mediados de los 2010—, la tendencia general permanece estable.
No obstante, cuando los autores examinaron periodos alrededor de dos choques sociales —los atentados del 11-S en 2001 y el inicio de la pandemia en enero de 2020— no encontraron la intensificación esperada de la negatividad. “Sorprendentemente, los shocks sociales como el COVID-19 coincidieron con atenuaciones en lugar de amplificaciones de estas tendencias”, aclara el estudio.
Este patrón coincide con observaciones en otros contextos culturales. Martins destaca un trabajo reciente realizado en Japón, que refuerza esta hipótesis. “A pesar de utilizar métodos diferentes, sus hallazgos coincidieron con los nuestros: los grandes desastres y las dificultades económicas se asociaron con tendencias líricas más positivas”, explica.
Algunas de las palabras más frecuentes en las letras analizadas eran “llorar”, “malo”, “erróneo” o “herido”
El coautor también señala otro patrón curioso que su equipo detectó durante el análisis. “Notamos un aumento confiable en letras más positivas alrededor de Navidad cada año; incluso en contra de las tendencias a largo plazo, las fiestas todavía parecen atraer a los oyentes hacia música más alegre”.
El informe sugiere que en crisis prolongadas la audiencia puede preferir música que regule o alivie el malestar a modo de escape emocional o búsqueda de contenidos más positivos en lugar de empeñarse en una confirmación colectiva del malestar.
Un amplificador y amortiguador emocional
El estudio contribuye a entender la música como un termómetro social y, a la vez, como una herramienta para amplificar y para amortiguar emociones. No es que la letra cause ansiedad, sino que su variación a lo largo del tiempo ofrece pistas sobre cómo las sociedades procesan tensiones.
Los autores son explícitos y advierten de que los análisis son correlacionales, no prueban causalidad. El Billboard refleja la música mainstream en EE. UU. Y subestima subculturas o canciones no en inglés. Además, el enfoque es textual, no incorpora audio, y la ventana temporal de eventos puede solapar otros factores —por ejemplo, Trump y COVID-19 coinciden en 2016–2020—.
Martins confirma que las comparaciones internacionales son un siguiente paso importante y que sería lógico ampliar el estudio al Reino Unido o España con metodologías idénticas. “Los análisis transculturales podrían revelar cómo los eventos globales compartidos, en comparación con las normas culturales locales, influyen en las respuestas musicales”.
El investigador adelanta que su próximo proyecto irá más allá de las letras y examinará cómo la complejidad lírica se relaciona con la complejidad musical, combinando análisis textuales y de audio. “Un buen ejemplo es Around the World de Daft Punk”, que repite letras extremadamente simples a la vez que presenta ritmos intrincados y texturas complejas”.


