Náufragos: cómo sobrevivir al hambre y la sed

En su tinta

La lección de historias de sufrimiento y superación en alta mar 

El capítulo anterior: El pecado y el pescado del capitán Haddock

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Steven Callahan (en la foto, cuando fue rescatado) improvisó un sextante con tres lápices 

© Capitán Swing

La odisea de Máximo Napa, un pescador peruano, de 61 años, que sobrevivió 95 días a la deriva en el océano Pacífico, es el último capítulo por ahora de la enciclopedia de la resistencia humana. Desde antes incluso de Homero, la humanidad ha descubierto increíbles historias de superación en los desiertos acuáticos, los páramos líquidos. Todas estas historias enseñan por qué se salvó Máximo Napa y cuantos le precedieron…

En el 2005, los pescadores mexicanos Lucio Rendón, Salvador Ordóñez y Jesús Vidaña zarparon del puerto de San Blas, en el estado de Nayarit. Iban a pescar tiburones y acabaron a la deriva durante 286 días, también en el Pacífico. Sobrevivieron a base de pescado y carne cruda (de pájaros), bebiendo agua de lluvia y su propia orina. Y así hasta que fueron rescatados cerca de Australia, a 8.000 kilómetros de la costa de su país.

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Historias como las del pescador peruano Máximo Napa, de 61 años, dan buena muestra de la fortaleza del ser humano. Napa partió el pasado 7 de diciembre del 2024 del puerto de San Juan de Marcona (provincia de Nazca, Perú) con provisiones para dos semanas para pescar huevas con su barca artesanal, el Gatón II. No obstante, diez días después, se quedó sin motor debido a las inclemencias meteorológicas, por lo que estuvo a la deriva por el Océano Pacífico hasta el pasado 11 de marzo, cuando fue rescatado con vida –en estado crítico- por un barco pesquero ecuatoriano en aguas de Ecuador, a más de 1.000 kilómetros de las costas desde las que había zarpado. Pasó 95 días en alta mar, sin nada que llevarse a la boca durante la mayoría del tiempo.
Napa asegura que lo que le mantuvo con vida fue el deseo de volver a ver a su madre, Elena, y a su nieta de dos meses. “Pensaba en mi madre todos los días. Estoy agradecido con Dios por darme una segunda oportunidad”, esgrimió.

Lucio Rendón, Salvador Ordóñez y Jesús Vidaña aceptaron someterse al detector de mentiras ante las dudas sobre la veracidad de su relato y sobre la variedad de su dieta. Algunos los acusaron de canibalismo por haberse comido a dos compañeros que partieron con ellos en el barco y que murieron semanas después de que el motor de la embarcación se estropeara. Su historia parecía insuperable, pero fue superada.

La mitología griega ideó un suplicio digno del peor de los infiernos. Tántalo fue castigado a vivir junto a un manantial cristalino y un frondoso árbol frutal: cada vez que intentaba beber, las aguas se retiraban; y si intentaba coger una fruta, las ramas se hacían más y más altas, inalcanzables. Si 286 días en alta mar sin comida ni agua es un tormento equiparable al de Tántalo, qué decir de José Salvador Alvarenga.

José Salvador Alvarenga, en Barcelona, en el 2016

José Salvador Alvarenga, en Barcelona, en el 2016 

César Rangel

Este pescador salvadoreño tiene hoy 50 años y también fue acusado de canibalismo: se embarcó en el 2012 con un compañero que no tuvo su fortaleza. Pasó 438 días a la deriva en el Pacífico. Su gesta se narra en Salvador (Alienta Editorial), de Jonathan Franklin. El escritor reconoce que inicialmente tenía dudas sobre la credibilidad del relato del náufrago, pero todas se disiparon en cuanto lo entrevistó y lo conoció de cerca.

José Salvador Alvarenga sobrevivió comiendo, si comía, pescado crudo y pájaros. Y bebiendo, si podía bebía, agua de lluvia y sangre de tortuga. El menú de los náufragos es casi invariable. Eso comió y bebió nuestro último protagonista, el peruano Máximo Napa, que tuvo más suerte que otros: en su barco había cucarachas. Se las comió, como todo lo que cayó literalmente en sus manos, incluido algún pez que saltó a su barco.

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Historias de náufragos 

LV

A diferencia del personaje de Yukio Mishima, ni Máximo Napa ni ninguno de sus predecesores perdieron la gracia del mar. Pero sí estuvieron a punto de perder la vida. Y no se rindieron. Todas estas personas vivieron una experiencia límite, un naufragio que les puso a las puertas de la muerte y del que extrajeron una gran lección. Todos deberíamos tenerla presente: cada día de vida es un regalo, no lo malgastemos.

Sus milagros recuerdan al del Relato de un náufrago (Debolsillo), de Gabriel García Márquez. O al protagonista de la novela (sí es una novela, pero a veces la realidad supera a la ficción) Vida de Pi (Destino), de Yann Martel. Pero todos nuestros supervivientes reales, del primero al último, rechazan la etiqueta de héroes. Les tocó vivir una experiencia “tanto de fracaso como de éxito”, en palabras de Steven Callahan.

Steven Callahan, un ingeniero naval de 73 años, logró cruzar el Atlántico cuando su velero se fue a pique en el océano en 1982. Durante 76 días, luchó contra las olas en una balsa neumática con la que recorrió 1.800 millas náuticas (no podía dormir mucho porque la tenía que inflar continuamente). Su proeza se relata en A la deriva: 76 días perdido en el mar (Capitán Swing). Cuando lo rescataron, era “un cavernícola acuático”.

Como muchos otros náufragos antes y después que él, estuvo a punto de enloquecer y se quedó en los huesos, un cadáver viviente con quemaduras de sol, lleno de pústulas y llagas. Su balsa tenía dos destiladores de agua salada, aunque uno nunca funcionó y el otro funcionaba muy mal. Pese a todo, la poca ayuda que supuso este aparato y el agua de lluvia que recogió le evitaron una muerte segura por deshidratación.

Los peligros

Además de la inanición, los náufragos han de afrontar espejismos visuales y sonoros

La primera regla de oro de todos los náufragos es racionar el agua, si la tienen. Si no la tienen o no saben dosificarla, la lengua se vuelve negra y se hincha por efecto de la sed hasta que ya no cabe en la boca. Luego vienen los delirios. Hay supervivientes que explican que han oído en la inmensidad azul las risas y la música de una fiesta. O los motores de un avión que sólo volaba en su imaginación. Eran espejismos visuales y sonoros.

Un día sin comer ni beber. Dos, tres, cuatro… Los náufragos lo pierden todo, salvo la capacidad de sufrir y “este traje de piel que me envuelve”, como declaró Steven Callahan, que adelgazó más de 20 kilos hasta que lo rescataron unos pescadores de la isla de Guadalupe. La mejor enseñanza de Steven, de Máximo, de Lucio, Salvador y Jesús, de José y de todos los demás es que se salvaron porque nunca pensaron qué harían si regresaban a casa. Pensaron qué harían cuando regresaran a casa. 

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