Maria Canaleta, una vecina de Riells i Viabrea de 105 años, ha conservado intacta la receta de ratafía que su abuela Joaquima Roca elaboraba en los bosques del antiguo vizcondado de Cabrera. Ese mismo licor, que durante generaciones permaneció guardado en un libro cosido a mano por su padre para que no se perdiera, vuelve ahora a comercializarse bajo el nombre de Cabrera.
La nueva ratafía, impulsada por la Cofradía de la Ratafía y la entidad Amics del Castell de Montsoriu, recupera una fórmula que requiere hasta 39 plantas locales del macizo del Montseny. Todas ellas aparecen prensadas y etiquetadas en el cuaderno familiar que durante décadas acompañó a los Canaleta y que hoy se conserva en Santa Coloma de Farners.
Joaquima, la abuela de Maria, fue una de esas mujeres sabias del territorio conocidas como remeieres: expertas en plantas medicinales y capaces de preparar ungüentos y remedios cuando las farmacias eran un lujo lejano. “Ella me curaba los nervios”, recuerda Maria. Entre los conocimientos de Joaquima figuraba también la elaboración de una ratafía a base de anís, azúcar, nueces verdes y una combinación vegetal que maceraba al sol hasta alcanzar el punto exacto.
La ratafía Cabrera, embotellada siguiendo la receta centenaria de la familia de Maria.
La casa de los Canaleta era parada obligada para los conductores de autobús que viajaban entre Barcelona y Sant Hilari Sacalm. Fueron ellos quienes, asombrados por su fuerza, bromeaban diciendo que aquel licor “retornaba a los muertos”.
Pero no siempre fue fácil mantener viva la receta. “En tiempo de la Guerra Civil no se podía hacer ratafía, no había alcohol ni de nada”, explica Maria. Aun así, la fórmula sobrevivió. La familia almacenaba la bebida en una botella grande sobre el tejado, protegida con una saca contra el granizo, siguiendo los rituales que marcaba la abuela.
El resurgimiento de la ratafía Cabrera rinde tributo tanto a la tradición licorera del Montseny como a las mujeres que, como Joaquima, custodiaban el conocimiento de las plantas. Para Maria Canaleta, que está a punto de cumplir 106 años, el reconocimiento llega como un círculo que se cierra: “La yaya estaría contenta si viera que he conservado su receta”.
