Yo, como winestar, tengo que aguantar muchas cosas en la vida. No me quejo, tengo el mejor trabajo del mundo, pero una de mis situaciones más extravagantes, por su disonancia, es cuando un amigo, seguidor o ser humano, en el sentido más distendido de la palabra, me pide consejo para elegir un vino destinado a una ocasión especial.
Ya sea cumpleaños, aniversario o funeral, al personal, aunque no le interese mucho el vino, le gusta celebrar con vino, dado que es realmente la única bebida idónea para tal fin. Celebrar un ascenso o una sentencia absolutoria con una caja de botellines o un vodka, pues como que no es muy evocador.
También hay otro espectro de gente que te pregunta porque se quiere iniciar en esto, y se ve que el contenido, gratuito y de libre acceso que lanzo en los diferentes medios donde escribo, o en mi cuenta, no les es suficiente.
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Como soy una de las mejores personas vivas, eso es así, cuando esto me ocurría lo primero que les preguntaba era por el precio, que me fijaran un presupuesto y, a partir de ahí, pues ya les orientaba en función de si tinto, blanco, espumoso o lo que fuera.
Hasta aquí todo normal. La fenomenología a exorcizar comenzaba justo cuando terminaba esa celebración y es que, en un gesto de agradecimiento prescindible, pero siempre ejemplo de cortesía y civismo, el sujeto asesorado me enviaba una foto de la botella recomendada, como prueba de obediencia y descorche, junto a la copa utilizada en la sesión.
No en pocas ocasiones, ver mi sugerencia líquida servida en copas que podrían ser acusadas de crímenes de lesa humanidad me generó un profundo estupor y desarraigo vital
Esto, en no pocas ocasiones, me generó un profundo estupor y desarraigo vital, al ver mi sugerencia líquida servida en copas que podrían ser acusadas de crímenes de lesa humanidad. Profunda depravación, un todo vale en forma de cristales de colores, vidrios gruesos, biselados o grabados con la fecha del enlace matrimonial de sus propietarios. Hasta una vez vi vasos de plástico, ¿O era cartón?, No recuerdo. Ya no puedo. No quiero.
He visto todo eso. El horror. Nunca seré ya la misma persona. El barco de mi cordura zarpó. El tren de mi salud mental dejó la estación. Ese Vega Sicilia servido en una copa rosa, ese borgoña en una Duralex, una nebbiolo en una especie de recipiente con filigrana que parece sacado de una película atormentada de Jane Campion o Neil Jordan. Yo sé que existe el infierno porque lo he visto.
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Desde entonces, cada vez que me ocurre esto de ser interpelado para sugerir un vino, he cambiado la estructura de mi guion y lo primero que hago es preguntar por el menaje cristalero del preguntón. Sí, pido fotos de las copas a utilizar. No bromeo, con esto nunca.
Si es poco conveniente, por ser fino, si se confirma el Leviatán, me limito a recomendar comprar unas copas. Y es que no tiene sentido beber vinos de cierto nivel, que no digo caros, en engendros. Por tanto, vanguardier, antes de estar pensando en comprar botellas, anda, vete a buscar copas decentes, copas de vino, de las de verdad.
Las copas Zwiesel Glas.
Pueden ser más baratas o caras, eso ya dependerá de vuestro presupuesto, aunque ahí sí que os digo que, a poco que seáis diestros, merece la pena el desembolso. Tened en cuenta que una copa tratada con cuidado te va a durar toda la vida. Por eso yo me voy a dejar de hostias recomendando esta belleza stendhalante.
Zwiesel Glas, Borgoña Duo. 59 euros (29,50 euros la unidad)
Por menos de 30 euros la pieza —y tenéis un par gratis con la suscripción al Club de Vinos de La Vanguardia— sí que accederéis al máximo nivel de experiencia de consumo. Una copa que, aunque ponga Borgoña, podéis echar ahí cualquier vino. Cristal finísimo de tacto adictivo que ayuda a disfrutar de cada trago.
Así sí, ahora ya podéis ir a por esos vinos de nivel, ya no se calentarán en cuestión de minutos, podrás apreciar tanto el color como los aromas del vino. Cuando viertas el líquido no pesará cuál mancuerna, en definitiva, en copas así bebemos los que beben.
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Para que os dure toda la vida solo hay que seguir unos consejos muy sencillos: alejarlas de niños, patosos y demás formas de vida con determinado descontrol, inconsciencia y descoordinación motriz y jamás, pero jamás, fregarlas justo después de una sesión.
Si hay que seguir a rajatabla el si bebes no conduzcas —eso es así, solo quiero conductores 0,0%—, pues lo mismo con fregar. No es seguro. Aunque tú crees que vas bien, que controlas, se te va a caer la copa o, lo más común, la vas a golpear con el grifo y adiós. Vuelta a la copa barbarie, al medievo. Siempre se lava al día siguiente en plenitud de condiciones. De nada, chavalada.