La granola se ha consolidado como un fijo en el mundo del fitness y la vida saludable, pero varios especialistas advierten que no siempre es tan beneficiosa como parece.
Bajo la apariencia de avena tostada, frutas secas y un toque “crunchy”, puede esconder la misma cantidad de azúcar que un pastel de repostería. El resultado, según los expertos, es un efecto metabólico que dispara el hambre apenas unas horas después del desayuno.
Tal como apunta The Independent, 153 años después del nacimiento de la granola, el azúcar se convirtió en un ingrediente clave, primero con miel o jarabes y más tarde con refinados.
Jessie Inchauspé, autora de The Glucose Goddess, explicaba en The Telegraph que la combinación de almidón de la avena, azúcares libres de la miel o los jarabes y fruta deshidratada “es la tormenta perfecta para disparar la glucosa en sangre”.
Granola
Según la experta, cuando se consume como primera comida del día y con el estómago vacío, el pico de glucosa es rápido y elevado.
El inconveniente llega con lo que los nutricionistas llaman “montaña rusa glucémica”. Tras el subidón inicial aparece una bajada brusca que provoca cansancio, hambre y el deseo de más dulces.
A esto se añade lo que Healthline denomina “efecto ración”: aunque la mayoría de envases recomiendan entre 30 y 45 gramos por porción, lo habitual es servirse entre 60 y 100 gramos.
Bowl con yogur griego, granola, almendras y anacardos
No todo lo que gira en torno a la granola ha de ser malo, ya que esta sigue siendo una fuente interesante de nutrientes cuando se eligen versiones menos procesadas.
Según apuntan en Healthline, la avena, los frutos secos y las semillas ralentizan la digestión, ayudan a controlar el apetito, contribuyen a regular la presión arterial y estabilizan la glucosa.
A ello se suman micronutrientes esenciales como magnesio, zinc, vitamina E y antioxidantes que refuerzan el sistema inmune y combaten la inflamación.



