Mi amigo Marcello quería darme una sorpresa y entramos en el cementerio de la isla de la Maddalena, situada al norte de Cerdeña. Me dijo que aquí yacía uno de nuestros actores más admirados y en un rincón me descubrió la tumba, sin foto y sin artificios, de Gian Maria Volonté. Volonté es mucho más que Ramón Rojo, el malo malísimo de Por un puñado de dólares, y ahí están sus papeles de Vogel en El círculo rojo, o de Carlo Levi en Cristo se paró en Éboli. La tumba es sencilla, como lo fue la vida de un actor que huyó del divismo y si no fuera por Marcello, no la hubiera encontrado confundida entre tanta tumba de seres anónimos.
Tumba de Giammaria Volontè
Todo este introito cinematográfico tiene como fin reivindicar mi rol de turista pre estival. Y no digo viajero, porque a estas alturas del siglo XXI, lo de ser viajero ha quedado sepultado por el low cost y, quién más, quién menos, está supeditado a las leyes de una sociedad globalizada. Razón por la cual, soy un turista del montón y trato de llevarlo con la mayor honra posible.
En este viaje, yo entraría en la categoría de turista de ínfima calidad, casi defectuoso, si nos atendemos la última moda de categorizar el turismo según su poder adquisitivo o su disposición a gastar dinero hasta hacer temblar su cuenta corriente. Y no, no soy mileurista, pero viajo en moto, duermo en una tienda de campaña anclada dónde nos da la gana, desayuno en pequeñas cafeterías, como en restaurantes de comida popular sarda y ceno la fruta, el queso fiore sardo y el pane carasau típico de la isla - también conocido como hoja de música- que hemos comprado en los pequeños comercios de los pueblos que vamos dejando atrás.
Y todo, bajo el cielo y el sonido del mar y el viento.
La decisión de viajar por Cerdeña como dos fugitivos es una decisión pensada desde hace tiempo. Suelo viajar así con Marcello, amigo-hermano desde que tenemos veintipocos y con el que he compartido mil y una vicisitudes existenciales. Cuando viajo con él, el lujo es lo de menos. Lo más importante es exprimir la zona geográfica que recorremos, asimilar sus tradiciones sin hacer el típico ridículo del turista molón y volver a casa sin que el viaje se resuma en mil fotos cargadas en la memoria del teléfono. Y sé, que como turista puedo molestar a ciertos vernáculos, pero trato de ser invisible. Hablo bajito, ensucio poco, gasto lo necesario para dinamizar el comercio interior y la moto está aparcada desde media tarde.
En otras ocasiones, cuando viajo, por ejemplo, con mi pareja, suelo hospedarme en hoteles, pero mantengo el mismo criterio vital que cuando me visto de motorista. Todo por respeto al país que nos acoge, que en eso consiste la calidad del turismo.
Hace años, viajar era un lujo que dignificaba los viajes y la memoria de estos. Hoy, con el low cost, viajar es, en ocasiones, más barato que quedarse en casa y muchas veces viajamos por inercia, razón por la cual, la gente que se manifiesta contra el turismo debería apostar por la desaparición del transporte barato. Quizás, de esta manera, tendrían las ciudades menos llenas de turistas y todos de calidad, - perdonen que me ría- una cualidad que, quizás sí, quizás no, cumplen estos manifestantes cuando van al extranjero. ¿Viajan ellos en low cost? ¿Respetan los lugares que visitan? ¿Se consideran ellos turismo de calidad? Para dejar de ser intolerante, es bueno mirarse en el espejo antes de discursear y llenar las soflamas de lemas populistas.
Durante este viaje, sólo he tenido un altercado con un sardo. Aparqué la moto dónde estaban estacionados una hilera de coches y al tipo le molestó que yo aparcara detrás de su auto. Su enfado me recordó al de esos manifestantes barceloneses que tiran agua a unos turistas que lo tienen fácil con un simple: “sayonara, baby, aquí te pudras”. Ir en contra del turismo, decidir quién merece ser turista, es un acto de un clasismo obsceno. La calidad no la hace la cartera, sino la actitud. Cuando el hombre se fue con su coche a otra parte, pude disfrutar, por fin, de unos Malloreddus alla campinadese en una trattoria de Luogosanto. Un gran homenaje a una isla perfecta para turistear y volver con el recuerdo de un encuentro in memoriam con Gian Maria Volonté.