Pese a que la psiconeuroinmunología (PNI) comenzó su andadura en los años 70, últimamente está más de moda que nunca, coincidiendo con cierta desconfianza hacia la medicina convencional en las sociedades occidentales.
Sus fundadores, el psicólogo Robert Ader y el inmunólogo Nicholas Cohen, demostraron que determinados estímulos nerviosos podían alterar las células del sistema inmunitario de las ratas, lo que les indujo a pensar “que existe una interacción entre los sistemas nervioso, inmune, endocrino y psicológico, de manera que nuestras emociones, pensamientos y estilo de vida influyen directamente en nuestra salud física”, explica Anna Grífols, dietista-nutricionista deportiva en Nutriexper.
Pese a que el enfoque pueda resultar interesante a primera vista, “en muchas ocasiones la forma en que se presenta está rodeada de afirmaciones poco rigurosas que simplifican en exceso procesos biológicos extremadamente complejos, reduciendo cuestiones alimentarias a parámetros simples, como si todo se solucionase con la eliminación de determinados alimentos”.

Algunas soluciones que plantea la PNI es la de eliminar determinados alimentos
Así pues, pese a que la PNI –abanderada por terapeutas tan mediáticos como Xevi Verdaguer–, carece a día de hoy de respaldo científico, es cierto que parte de un planteamiento a priori sensato que puede resultar atractivo para muchas personas, incluso para aquellas escépticas con las terapias alternativas.
“Incluso el término psiconeuroinmunología remite a conceptos científicos”, explica Marta Suárez Cubero, creadora del canal de divulgación científica Toma Ciencia, quien apunta que “hay médicos y otros profesionales sanitarios que se forman en PNI, contribuyendo a validarla ante un público que desconoce los detalles”.
La PNI –abanderada por terapeutas tan mediáticos como Xevi Verdaguer–, carece a día de hoy de respaldo científico
Para su compañero en Toma Ciencia, Alan Pardo García, “la PNI ha sabido detectar las vulnerabilidades de nuestro sistema sanitario y valerse de ellas para construir su relato”, afirma en referencia a la falta de visión holística que suele reprocharse a la medicina convencional.
Sin embargo, pese a que la vinculación entre las emociones y el sistema inmunitario es incuestionable, la PNI toma esta premisa para crear terapias “que obvian todos los pasos establecidos por el método científico”, explica, por su parte, Ricardo Estévez, dietista-nutricionista en Ideas Precocinadas, en Lugo.

Los alimentos ricos en probióticos como el yogur tienen impacto en la microbiota intestinal, que se cree está relacionada con la salud mental y el sistema inmunológico
Para que cualquier tratamiento o terapia tenga validez científica debe seguir una serie de pasos bien definidos y ser objetivo de revisiones periódicas, cosa que no ocurre con la PNI, que de momento ha sido solo testada en células y animales. “El método científico consiste, a grandes rasgos, en observar un fenómeno, plantear una pregunta, formular una hipótesis y averiguar si existen datos que la apoyen”, señala.
En el caso de la PNI, “el respaldo científico es limitado y, en muchos casos, controvertido”, explica Grífols. “Pese a que existen estudios que exploran la conexión entre el estrés, las emociones y el sistema inmune (como las investigaciones sobre el impacto del cortisol en la inflamación o la influencia de la meditación en la salud mental), estos trabajos suelen estar enfocados en aspectos específicos y no respaldan las afirmaciones generalizadas que promueve la PNI”.
No ocurre con la PNI
Para que cualquier tratamiento o terapia tenga validez científica debe seguir una serie de pasos bien definidos y ser objetivo de revisiones periódicas
La dietista-nutricionista recuerda, además, que por el momento no existe una evidencia sólida en intervenciones específicas, lo que no significa que no pueda llegar a haberla en un futuro. “Aunque existe investigación básica sobre las interacciones entre sistemas biológicos, muchas de las recomendaciones prácticas de la PNI carecen de ensayos clínicos bien diseñados que demuestren su eficacia real.
La PNI tiende a simplificar la biología compleja, presentando explicaciones lineales y directas, cuando la realidad es que las interacciones entre sistemas (nervioso, inmune, etc.) son multifactoriales y están moduladas por innumerables variables. La confusión viene porque muchos de los estudios citados por defensores de la PNI identifican correlaciones (por ejemplo, estrés y cambios en la inmunidad), pero no prueban que estas sean causalmente relevantes”.

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Lo explica de otra manera Estévez: “En PNI es habitual que se asocien determinados estados depresivos a la disbiosis, es decir a un desequilibrio en la microbiota intestinal. Aunque es cierto que existe una relación entre depresión y disbiosis, no se sabe si es causal. Es decir, no se ha demostrado que los cambios en la microbiota sean el origen de la patología o una consecuencia”.
Es en casos como estos cuando la PNI puede resultar peligrosa, puesto que “busca solucionar problemas de gran complejidad con tratamientos sencillos, como retirar aleatoriamente determinados alimentos”, asegura Estévez. De hecho, “en ocasiones, en lugar de ofrecer una terapia que podría complementar a otras, los terapeutas de PNI venden una terapia única que, para más inri, muchas veces está impartida por personas sin formación reglada ni en nutrición, ni en medicina, ni en psicología”.
los terapeutas de PNI venden una terapia única que, para más inri, muchas veces está impartida por personas sin formación reglada
Los defensores tanto de la PNI como de otras terapias alternativas suelen poner sobre la mesa cierto desprestigio del método científico. “Si no tenemos este método, ¿Qué tenemos?”, se pregunta, sin embargo, Suárez Cubero. “Tendrá sus fallos, pero hasta el momento es la manera más convincente y rigurosa de probar hipótesis. Para empezar, la ciencia dice que para diseñar tratamientos que se apliquen a todo el mundo se debe partir de una muestra lo suficientemente grande para que represente a todos. La PNI se basa en lo anecdótico, en el ‘a mí me ha funcionado’. Es peligrosísimo”.
Y lo es por diversos motivos. En primer lugar, señala Grífols, “muchos son gurús que nada tienen que ver con la nutrición, pero tienen cierta credibilidad gracias a su buena dialéctica, su locuacidad y la capacidad de generar confianza”, de manera que su discurso puede resultar más convincente que otros con mayor evidencia científica, pero también más densos.

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En segundo lugar, apunta Estévez, porque cuando se les da voz pasan a debatir en superioridad de condiciones. “Mientras un científico está obligado a demostrar con datos por qué no se debe confiar en la PNI, sus defensores son capaces de hacer mucho ruido sin argumentos sólidos. Se limitan a decir que hay cosas que la ciencia no puede explicar y enumerar casos de personas a las que les ha ido bien. Ellos divulgan sin datos, pero nosotros nos vemos obligados a desmontar sus teorías con los datos en la mano”, explica Estévez.
Un buen ejemplo de ello es la aparición del psiconeuroinmunólogo Xavi Verdaguer en el programa Late Show, de Andreu Buenafuente. Lo explica Emilio Molina, vocal de la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas (APETP): “Se coló en el programa de Andreu Buenafuente, ya que supuestamente consiguió que su pareja Sílvia Abril se quedara embarazada, cuando probablemente lo que ocurrió es que ella, al sentirse tratada, redujo sus problemas de estrés. Y todo pese al posicionamiento clarísimo al respecto de diferentes Colegios de Dietistas-Nutricionistas, entre ellos el de Cataluña”.
Así pues, en palabras de Grífols, “ahora mismo no puedo considerar que la PNI tenga un respaldo científico suficiente para justificar su implementación como herramienta terapéutica principal. Pero no niego la posibilidad que, con más años de estudios, pueda cambiar de opinión a raíz de nuevos descubrimientos, pues la ciencia te lleva a un cambio constante”.
Mientras esto no ocurra, conviene mantenerse alejados de una terapia que se ha convertido “en un vertedero de charlatanes que te quitan arbitrariamente alimentos que suelen sentar mal a ciertas poblaciones (celíacos, intolerantes a la lactosa, etc.), aunque curiosamente ese aspecto no tenga nada que ver con la premisa original de ese campo de estudio”, concluye Molina.