“Antes me preguntaba quién podía querer a una persona gorda, ahora me pregunto quién puede querer a una persona sin pelo, sin dientes, que tiene llagas en la boca y que vomita a diario”. Son palabras de la antropóloga y activista contra la gordofobia Lara Gil (Madrid, 1988), que con 19 años y 130 kilos de peso decidió someterse a una cirugía bariátrica en una clínica privada que acabó con nefastas consecuencias.
Entonces, no creía que pudiera ser feliz dentro de un cuerpo grande. Las miradas descaradas y los insultos constantes la llevaron al límite. Ella y sus seres queridos intentaban pasarlos por alto, pero ahí estaban, acompañados de una sensación de vergüenza, de culpa y de fracaso cada vez mayor.
Se operó y perdió peso. Mucho peso. Pero el precio que pagó fue alto: caída de pelo, vómitos constantes, pérdida de dientes… Hoy explica las secuelas que todavía arrastra tras aquella intervención sobre la que, asegura, no le advirtieron de los riesgos. Lo hace en Manual para romper un cuerpo (Aguilar), su primer libro, que además de un testimonio en primera persona de las consecuencias no deseadas de su cirugía, es una forma de perdonarse, al fin, por someterse tan joven a lo que hoy considera una mutilación.
Su obra es también una defensa de aquellos cuerpos que a veces no entran en las tallas de las grandes cadenas de ropa o en los asientos del bus y que, pese a ello, merecen su lugar en el mundo.
Tenía 19 años y pesaba 130 kilos cuando decidió someterse a una cirugía bariátrica.
En mi decisión influyeron varios factores y uno de ellos fue el contexto. Entonces, había muchísima gordofobia. La presión hacia los cuerpos gordos era todavía mayor que hoy. No existía un activismo antigordofobia que pudiera aportar una mirada diferente. Lo que había era una presión brutal por adelgazar.
Antes de operarse, probó muchas dietas.
Ninguna me funcionó y la cirugía fue la solución que se me ofreció.
Cuenta que en aquella época le daba miedo salir a la calle.
Las personas gordas vivimos situaciones de acoso en el espacio público constantemente. A veces solo son miradas, pero pueden llegar a ser agresiones. Yo era una adolescente y pasaba mucho tiempo en la calle. En mi barrio lo normal era salir todas las tardes con las amigas a pasear: ibas al parque y te encontrabas con otros grupos. Hubo un momento en que empezó a ser muy doloroso enfrentarme a las miradas, las palabras y los insultos cotidianos. Tenía una sensación cada vez mayor de vergüenza, culpa, fracaso. Y eso también me empujó a recluirme en casa.
Su madre se ofreció a pagarle la operación.
Fue un acto de amor y siempre tuve la última palabra. Dije que sí porque pensaba que si lo hacía mi vida sería mejor. Tenía la sensación de que jamás me llegaría el amor o la amistad, que nadie me valoraría hasta que me adelgazara. Creía que era la única forma de alcanzar la felicidad, no pensaba que pudiera vivir siendo gorda.

Portada de ‘Manual para romper un cuerpo’, de Lara Gil
No esperó el turno para operarse en la sanidad pública.
En ese momento había una lista de espera muy larga para operarse por la pública. Como de un año y medio. Yo me sentía muy atrapada en mi cuerpo, no podía alargarlo más, y optamos por la privada.
Se encontraba en una situación muy vulnerable.
Sentía mucha impotencia. Me costaba hasta salir de casa, estaba desbordada. En ese momento no pensé que hubiera otra opción.
Dice que en la clínica privada a la que acudió no la advirtieron sobre los riesgos.
No. Y aquí soy muy rotunda. Cuando tuve la cita informativa con el especialista, a la que también asistió mi madre, no mencionó ninguna de las complicaciones que podían surgir de la operación. Ni las graves ni las cotidianas. Solo dijo que tendría que tomar un complemento vitamínico durante un tiempo y que comería un poco menos, pero que por lo demás mi vida sería absolutamente normal. No fue así en mi caso.
Y que entonces la información que había sobre esta cirugía era escasa.
Y sigue siendo así. Hay alguna advertencia, pero la realidad es que lo que plantean en algunos centros y lo que venden en las páginas web de clínicas y hospitales privados muchas veces no se corresponde con la realidad. De hecho, todavía se sigue diciendo que es una operación poco invasiva y que en unos meses vuelves a hacer vida normal. No fue así en mi caso.
¿Cuánto tardó en empezar a perder peso tras la operación?
Fue muy rápido. Mi cuerpo vivió un proceso de desnutrición gigante. No adelgazaba porque sí, sino porque tardé un mes y medio en poder ingerir sólidos. Al ingerir solo purés y comer muy poca cantidad de alimento, adelgazas. No tiene misterio. Lo que nadie me dijo es que, además de adelgazar, mi cuerpo iba a pasar por un proceso de trauma físico y de desnutrición con consecuencias graves.
¿Cuáles?
Se me empezó a caer el pelo a las pocas semanas. Y perdí mucho músculo, lo que afectó en mi día a día, porque complicaba cosas tan sencillas como coger el metro, caminar, ir a trabajar…
Adelgazó mucho y muy rápido.
Por fin estaba logrando lo que había ansiado toda la vida. Los primeros años, aunque había secuelas físicas, me seguía compensando. Luego descubrí que ser delgada no iba a hacer desaparecer todos mis problemas, que no necesariamente vas a ser mucho más feliz. Esos problemas de salud fueron aumentando y dificultando mi día a día, y te das cuenta de que solo hay una vida y es importante cuidarse.
¿Qué otros problemas aparecieron tras la operación?
Cuando volví a comer sólido, empecé a vomitar a menudo. No me era fácil digerir tras la intervención. Lo que me dijeron los médicos y lo que leí en internet es que esto se previene si masticas mucho, pero no fue así. Mi estómago se redujo tanto que había alimentos que, por mucho que los masticara, no era capaz de digerir.
¿Cuál es para usted la peor de estas secuelas?
En mi caso, lo más problemático es la desnutrición. El déficit vitamínico, la falta de hierro, de ácido fólico, de vitamina B12… Llegué a un estado de desnutrición que hizo que mi cuerpo no estuviera preparado para el día a día. Además, creo que hay un tema del que se habla poco: vivir con hambre. Yo no me acabo de saciar nunca. Me lleno muy rápido, pero lo digiero enseguida, me queda una sensación de hambre constante.
Con el paso de los años volvió a engordar.
Me pasó a mí y lo he visto en otras personas. Es algo que tampoco se explica mucho, pero a partir de los dos a cinco años hay quien vuelve a ganar peso. No solo con el bypass, también con medicamentos. Puede pasar que cuando dejes de tomarlos, empieces a engordar.
¿Cómo se sintió?
Lo viví con bastante naturalidad. Al mismo tiempo que engordaba, estaba reconciliándome con todos mis problemas de salud y pasé años intentando volver a comer y disfrutar de la comida. Ser gorda dejó de ser un problema para mí.
El activismo antigordofobia la ayudó.
Me abrió un mundo de posibilidades donde las personas gordas podemos existir, ser queridas. Ya estaba en ese mundo cuando empecé a engordar y sigo en él. Es un mundo mucho más amable y agradable. Creo que hay que vivir sin pedir disculpas por lo que somos. Vivimos en un mundo que genera mucha vergüenza hacia cualquier cuerpo que se salga de la norma, que son la mayoría. Esa vergüenza corporal se va construyendo durante años y yo he dedicado mucho tiempo a desprenderme de ella. No me avergüenzo de mi cuerpo ni de los cuerpos que tengo al lado que son gordos. Los reivindico.