Vivimos en la era del good vibes only, donde la obligación de ser optimistas y mantener una actitud positiva constante se ha convertido en una nueva forma de presión social. Gabriel García de Oro, filósofo y escritor, alerta de los peligros de esta “obligación del optimismo” en un revelador artículo.
Inspirado por las ideas de Byung-Chul Han en su libro El espíritu de la esperanza, García de Oro desgrana por qué hemos sustituido la esperanza, rica y significativa, por un optimismo vacuo que nos deja vacíos y desconectados de lo que realmente importa. Una reflexión que es, en el fondo, una invitación a vivir de forma más auténtica.
La crucial diferencia
La piedra angular del artículo de García de Oro es la distinción fundamental entre ambos conceptos. El optimismo, tal y como lo define, es una “fe que nos asegura que todo saldrá bien con solo mantener una actitud positiva”. Es una promesa sencilla y seductora, pero también superficial: “todo irá bien”.
Gabriel García de Oro, licenciado en Filosofía y cofundador de Fantástica Storytelling School
Frente a esto, la esperanza se presenta como un concepto mucho más complejo y enriquecedor. No promete un final feliz garantizado, pero ofrece algo más valioso: significado. “La esperanza nos dice: ‘No sé cómo saldrán las cosas, pero sé que tienen sentido’”, escribe el filósofo.
Esta diferencia no es semántica; es existencial. El optimismo nos adormece con la promesa de un buen resultado, mientras que la esperanza nos fortalece para transitar la incertidumbre con la brújula del sentido.
La tiranía del resultado inmediato y la pérdida del sentido
García de Oro diagnostica con precisión uno de los males de nuestra época: “Estamos obsesionados con la búsqueda de resultados inmediatos y positivos, y eso nos deja sin espacio para reflexionar sobre qué sentido tiene lo que hacemos”.
Esta obsesión por el resultado rápido y positivo nos ha hecho “acostumbrarnos a las promesas vacías del optimismo”, abandonando en el proceso la capacidad para “cultivar la esperanza”, que requiere de esfuerzo, paciencia y, sobre todo, una profunda reflexión sobre el “porqué” de nuestras acciones.
¿Optimismo o esperanza?
El autor encuentra una belleza reveladora en el idioma español, señalando que las palabras “sentido” y “destino” están compuestas por las mismas letras en distinto orden. Este juego lingüístico encierra una verdad profunda: “encontrar sentido en nuestras vidas no es algo accesorio, es lo que nos lleva hacia nuestro destino”.
Cómo cultivar la esperanza
La pregunta inevitable es: ¿cómo recuperar esa esperanza auténtica en un mundo ruidoso y orientado al resultado? García de Oro no ofrece fórmulas mágicas, pero sí pistas valiosas.
La esperanza “requiere que desaceleremos, que nos detengamos a escuchar lo que verdaderamente importa”. Es un ejercicio de presencia y conexión con uno mismo y con los demás.
El filósofo propone una fuente de sabiduría a menudo ignorada: el cuerpo. “A veces, lo único que necesitamos es preguntárnoslo y, sobre todo, estar atentos a las señales del cuerpo”, afirma. Esa sensación física de que algo “resuena” o no es una guía infalible hacia lo que tiene sentido auténtico para nosotros. “El cuerpo no miente”, sentencia.
En el amor, como en la vida, la claridad suele ser binaria: “Cuando es un sí, es un sí; cuando es un no, es un no. Y cuando es un ‘no lo sé’, también es un no”. Aprender a escuchar esa voz interna es la clave para dejar de “caminar hacia ningún lugar”.
