Yoncheva, en la noche americana de Puccini en el Liceu

Ópera en Barcelona

Tras el éxito del Saló del Manga, ahora es el Japón tradicional el que toma Barcelona: ‘Madama Butterfly’ arranca lágrimas

Preensayo general de la ópera Madama Butterfly en el Liceu. Barcelona, 5 de Diciembre de 2024

Un montaje minimal y orientalista, con Sonya Yoncheva y Matthew Polenzani de protagonistas

Pau Venteo / Shooting

Invadidos como estamos por el Manga y el Japón de última generación –167.000 asistentes en el Saló barcelonés la pasada semana–, es curioso comprobar que en pleno siglo XXI aún encandila ese mundo preciosista y sutil del Japón tradicional. Una estética que reaparece en los escenarios de la ópera a través de esa obra maestra que es Madama Butterfly, que contra todo pronóstico sigue dando lugar a puestas en escena orientalistas como la que repuso ayer el Liceu, por cuarta vez en dos décadas.

No hubo quejas en el Gran Teatre más allá de verla “demasiado sencilla”. Pero era de lógica resucitar ese montaje minimal de Moshe Leiser y Patrice Caurier, con sus kimonos y sus cerezos en flor, porque Giacomo Puccini, el compositor de cuya muerte se han celebrado este 2024 los cien años, tiene mucho que ver con la nostalgia. Además, distanciarse del Japón moderno permite abstraerse de la cultura y concentrarse en los personajes y en las diferencias que les separa: mientras el teniente Pinkerton de la marina estadounidense sólo quiere una noche de sexo y pasión con la quinceañera Cio-cio-san –“su porte de muñeca me inflama”, canta el tenor Matthiew Polenzani–, ella cree vivir una historia de amor, la promesa de una nueva vida que le haga olvidar su experiencia como geisha. Apenas 100 yenes ha pagado el putero por desposar a su juguete para luego abandonarla, lo que allí equivale a divorciarse.

Siete minutos de aplausos y una gran admiración del público por la soprano búlgara

Butterfly le espera y espera. Sonya Yoncheva canta “Un bel dì vedremo”, hermoso, con carácter y con ese punto de frialdad eslava. Pasa tres años de pobreza, rechazando otras ofertas de matrimonio, criando en secreto al hijo que tuvo y que será el único motivo de interés para el teniente reaparezca –con su esposa americana– para llevárselo. Cio-cio-san ha ido tan lejos entregando su honor que sólo puede prefigurar su propia muerte.

“¡Dios, qué llorera!”, decía la vecina en la butaca de platea. Yoncheva se revela como una gran actriz a la que se le pueden perdonar aquel agudo que no acaba de bordar o aquella nota fuera de tono con la que emprende la escena del suicidio. Ya desde el segundo acto, la suma de la soprano, el libreto y la partitura –servida por el maestro Paolo Bortolameolli con detalle y acaso con un planteamiento más americano que italiano– es una catarsis en aumento exponencial.

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“Cuando ella saca al niño... ahí ves que Puccini te tiene en sus manos, que vas a sucumbir”, decía otra liceísta con la lágrima en el pómulo. Y es que Puccini lo tiene todo controlado, sabe cuál era el destino de la heroína y conduce al público hacia el cadalso. Un John Williams avant-la-lettre, a juzgar por cómo sonó la orquesta, con la capacidad de domesticar las emociones del espectador.

Seis minutos de aplausos finales brindó un Liceu con un 98% de ocupación. Rugió ante Yoncheva; reconoció a Polenzani; a la magnífica Suzuki de la mezzo Annalisa Stroppa, y al Sharpless del barítono Lucas Meachem, que el día antes salvó el estreno de Il trovatore en Les Arts de València después de que Artur Ruciński se pusiera enfermo. Y mostró devoción por la orquesta

Volviendo a la puesta en escena de esta Butterfly , podría tener una larga vida en su sencillez: un juego de paneles/pantallas que suben y bajan y se deslizan, y permiten pasar de la realidad al sueño... Es fácil rendirse al japonismo surgido a mediados del siglo XIX, cuando, tras una era de autarquía, el país se vio obligado a abrir dos vías comerciales con Estados Unidos. Manet, Degas, Monet, Cassatt, Toulouse-Lautrec, Van Gogh... todo el mundo en Occidente quedó prendado de su estética, su artesanía y sus artes decorativas. Y surgieron obras como Madame Chrysanthème (1887), de Pierre Loti, una de las fuentes de inspiración de Butterfly .

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