El Teatro Real celebraba ayer la Navidad con un estreno belcantista de buena factura, tanto en lo vocal como en lo escénico, aunque quizá la orquesta, dirigida por José Miguel Pérez-Sierra, sonó un poco verdiana en esta Maria Stuardaque permanecerá en el coliseo madrileño hasta fin de año. Este título de la Trilogia Tudorde Donizetti que recrea la lucha interna de la reina de Escocia, cautiva de Isabel I de Inglaterra por haber conspirado contra ella, reaparece en un nuevo montaje de época y conceptual del escocés David McVicar, para quien esta ópera supone explicar la historia de los suyos. La misma tarima de la escena inicial, con el trono de Elisabetta, la monarca bastarda, acabará siendo el cadalso en el que ordena que decapiten a Stuarda, su prima.
Un suntuoso vestuario isabelino domina esta producción de austera monumentalidad que rezuma drama y verdad gracias, también, a una iluminación que hace de cada cuadro escénico un Rembrandt. El público de platea, que John Lennon habría invitado a agitar sus joyas por todo aplauso, se sentía en armonía con el poder escénico. ¿Puede haber más lujo para una Navidad en la capital que el drama histórico de una dinastía real como los Tudor?
Lisette Oropesa, que debutaba como Stuarda, se llevó la ovación en un montaje de época de McVicar
Las lecciones de realeza que se daban algunas señoras al abandonar el palco en el entreacto –“ María e Isabel no eran primas, sino tía y sobrina”– confirmaban la estima por todo aquello cortesano que mantiene al público del Real. Sobre todo, en los estrenos donde la butaca cuesta el doble y todos se sienten mecenas por un día. Asistieron un ministro, Fernando Grande-Marlaska, y un expresidente, José María Aznar, que se unieron a los ruidosos siete minutos de aplausos finales.
Era una noche en la que nada podía fallar. Con una dirección de actores detallista, la soprano Lisette Oropesa debutaba en el exigente rol de Stuarda, su primer Donizetti dramático. Y aunque no fue la apoteosis belcantista, dio credibilidad a la reina que se humilla y se enoja, la incauta que insulta a la monarca para, después, encaminarse al suplicio, la redención y la resignación.
“Antes muero con honor que vivo sin honor”, decía María Estuardo, que anhelaba derrocar a la hija ilegítima de Enrique VIII y de la también decapitada Ana Bolena. Donizetti las recreó a todas ellas en una trilogía ochocentista que después cayó en demérito. Y es que no gustó ver el hacha del verdugo en el cuello de una reina ungida, decisión esta que en el siglo XVI fue revolucionaria, ya que convertía al monarca en un ser ajusticiable. Por otra parte, a la crítica no le gustó que Donizetti violara la idea neoclásica del desarrollo de la trama y anunciara ya de entrada, fiel a la obra de Schiller en que se basaba, el inevitable trágico final, al estilo del Romanticismo.
McVicar también se lo hace suyo, incluido aquel encuentro ficticio entre las dos monarcas que da lugar a un bello dúo vocal. El montaje del Real –que coproduce el Liceu, ahí se verá en el 2029– no se recrea en este triángulo amoroso entre las prime donne y el conde de Leicester, el amor del cual es correspondido por la reina católica, para tormento de la inglesa.
Como decía Zweig –y recuerda Joan Matabosch, el director artístico del Real, en el programa de mano–, “ Isabel, la realista, vence en la historia; María Estuardo, la romántica, en la poesía y la leyenda”. I Donizetti pone los elementos musicales para hacerlo realidad, con coloraturas que delatan la ambición de Isabel –inmensa Aigul Akhmetshina- o el dubitativo Leicester –un Ismael Jordi muy suelto. Aplaudidos fueron también Roberto Tagliavini ( Talbot) y Andrej Filonczyk ( Cecil).