Los griegos creyeron que Tartessos era la primera civilización de Occidente. Esta cultura se desarrolló en el suroeste de la Península Ibérica, en el triángulo que actualmente forman Cádiz, Sevilla y Huelva. Pero también se amplió a la zona de Badajoz e incluso llegó al Algarbe portugués.
Lo que nadie pensaba, sin embargo, era que los tartésicos hubieran penetrado en el corazón del Valle de Alcudia, en el extremo de Castilla-La Mancha, buscando recursos mineros como plata, plomo, cinabrio/mercurio y cobre de la zona de Sierra Morena central, Alcudia y Almadén para introducirlos en el circuito comercial mediterráneo.
Un santuario protohistórico
La clave de este descubrimiento que amenaza con reescribir la historia del interior peninsular ha sido el descubrimiento de un santuario protohistórico con rasgos orientales en el yacimiento arqueológico de La Bienvenida-Sisapo (Almodóvar del Campo, Ciudad Real).
Los investigadores creen que la arquitectura, los materiales y los rituales realizados en ese espacio encajan con la tradición fenicia y tartésica, lo que confirmaría la teoría de la integración de los territorios del tercio meridional de la actual Ciudad Real en la geografía de Tartessos, en un proceso de expansión en busca de nuevos cotos mineros.

Estado de la intervención arqueológica en el santuario tartésico en 2023
Los expertos creen que este antiguo asentamiento tartésico fue el origen de la posterior ciudad romana de Sisapo, que aparece citada en las fuentes antiguas grecolatinas caracterizada como centro gestor de una importante comarca minera de Hispania.
Las excavaciones desarrolladas desde hace más de cuarenta años han evidenciado la existencia de fases protohistóricas correspondientes a la transición Bronce Final, Hierro I y Hierro II, previas al desarrollo de las etapas romana y tardoantigua, de modo que el sitio tiene un desarrollo prácticamente ininterrumpido entre los siglos VIII a.C. y VI después de Cristo.

Detalle del proceso de excavación y recogida de muestras en el santuario
Los primeros indicios sobre el santuario tartésico aparecieron durante un sondeo estratigráfico en el año 2000. Entonces se excavó una pequeña parte del ángulo noroccidental del edificio, que fue difícil de interpretar en aquel momento pero que ya indicaba que se había construido alrededor del siglo VII antes de Cristo.
Nuevos trabajos recientes señalan que el edificio ocupa una posición destacada en el límite occidental de una meseta superior del asentamiento, situado en torno al conjunto volcánico de La Bienvenida. Los restos documentados están afectados por la erosión en el talud oeste de esta terraza y por los potentes cimientos de construcciones de época romana, que se encontraban superpuestas.

Fragmento de cerámica con decoración pintada de tipo orientalizante
El sector septentrional del espacio consta de un gran perímetro de muros a modo de recinto sagrado (o témenos), de planta angular, construido con grandes mampuestos de basalto. En el interior aparecen varios ambientes, delimitados por paredes, y en muchos de ellos se han encontrado elemento de arcilla de cuidadosa factura y notable entidad.
Destaca un altar con forma de piel de toro extendida que presenta rasgos comunes con ejemplos de los santuarios de la zona nuclear tartésica y de los asentamientos fenicios, como Caura (Coria del Río, Sevilla) o Malaka (Malaga). También están presentes pavimentos de arcilla y de piedra, así como plataformas de mampostería o arcilla, que pueden identificarse con los denominados bancos de ofrendas auxiliares para el culto.
También existen otros ambientes singulares, como una estancia relacionada con actividades metalúrgicas o un espacio abierto con una fosa de grandes dimensiones con desechos rituales, con un claro paralelo en el vertedero ritual del santuario de El Carambolo (Camas, Sevilla), dicen los investigadores en un comunicado.
En las sucesivas reformas que se realizaron en el edificio, los expertos han constatado una preocupación por el desmantelamiento, limpieza o saneamiento de los restos precedentes, el sellado mediante importantes rellenos, y la nivelación y posterior creación de una nueva superficie para la construcción y uso.

Situación del santuario tartésico en la zona elevada del asentamiento, junto al castillejo volcánico
Los objetos recuperados, de claro sesgo tartésico, corresponde en su mayoría a restos de recipientes cerámicos. Además, se han hallado elementos de importación o tradición fenicia, como un conjunto apreciable de ánforas o piezas del tipo Cruz del Negro o cerámicas pintadas con motivos orientalizantes figurativos.
Los arqueólogos destacan la aparición de fragmentos de cotilas o copas griegas protocorintias, relacionadas con ceremonias. Otros objetos hallados son diversos fragmentos de vasos a chardon, grandes contenedores de cuello acampanado relacionados en contextos rituales con el culto a la diosa fenicia Astarté, o la presencia de betilos elaborados en piedras de basalto local, representaciones de la divinidad, que evidencian el carácter sagrado del edificio.
Minería y metalurgia
La aparición de evidencias relacionadas con la minería y la metalurgia, como mazos de minero de piedra reutilizados en un pavimento, galena (mineral) argentífera, cinabrio, restos de crisoles y toberas y numerosas escorias de cobre y goterones de plomo. Son significativas las fíbulas de doble resorte y de tipo Bencarrón, propias de ambientes orientalizantes.
En el vertedero ritual se han encontrado piezas óseas con alto grado de manipulación pertenecientes a mamíferos (domésticos y silvestres), aves y moluscos. Destaca la aparición de elementos simbólicos como fragmentos de conchas marinas con huellas de desgaste y restos de sedimento rojizo, elementos característicos de los santuarios tartésicos. Y se han podido recuperar astrágalos de caprinos, modificados en sus lados para su uso ritual, tal vez en prácticas de adivinación.