En la primavera de 1941, la Luftwaffe sembró la ciudad de Belfast de bombas, dejando entre 900 y mil muertos y zonas enteras de la ciudad derruidas. Los arrabales de infraviviendas se llevaron la peor parte: puesto que allí vivía apiñada mucha población, sobre todo familias con muchos niños, la cuenta mortal fue peor que en otras ciudades bombardeadas por los nazis. Sin embargo, esa historia apenas se ha contado en la literatura ni el cine, al contrario de lo que ocurre con el Blitz de Londres, sobre el que sí que existe toda una mitología. La escritora norirlandesa Lucy Caldwell, dramaturga y autora de varios libros de relatos (Intimidades, Matando el tiempo) se propuso llenar ese vacío con una novela escrita siguiendo los preceptos de su admirada Hilary Mantel para la ficción histórica: escribir como si todo eso estuviera pasando en la página, en este instante, no como si ya hubiera pasado. Aquellos días (Catedral, traducida por Marcello E. Mazzanti) noveliza cómo afectó el Blitz a varias mujeres de Belfast, sobre todo a una madre, Florence, y sus dos hijas, Audrey y Emma, y sirve para recordar que incluso durante la guerra, la vida se obstina, las personas se enamoran, se enfadan por tonterías y se compran pintalabios nuevos.
Resiliencia
Es como el joven en Gaza, en las ruinas de su casa bombardeada, que rescata los apuntes de su doctorado”
En el arranque de la novela, Audrey sale de su oficina en la pausa del café y se regala un pintalabios color Beso de rubí por su 21 cumpleaños.
Así empezó la novela en mi cabeza. Entré un día en la tienda MAC cerca de Spitafields, en Londres, donde vivía antes, y me compré un rojo Ruby Wood, y ahí tuve una corazonada sobre Audrey. Fue casi como si dejara que mis personajes tomaran el control: esto es lo que está haciendo ella. Se está comprando un pintalabios para su cumpleaños. Después fui a una librería de segunda mano y compré un ejemplar del libro de cuentos y poemas de que sale en la novela, el que lee también Audrey. A partir de ahí surgió su hermana, Emma, y después la madre de ambas, que es quizá mi personaje favorito de la novela. Al principio pensé que sería un relato corto, pero creció demasiado. Empecé a investigar sobre la época. Me suscribí a un servicio que te enviaba cada día el periódico de 1941.
Seguro que en ese caso eran igual de útiles las noticias sobre el avance de la guerra como los anuncios a pie de página.
O, por ejemplo, una receta de pastel de coliflor. Siempre pienso en una cita de Gabriel García Márquez, que decía que, en el periodismo, un hecho puede hacer que se te caiga el edificio, pero en la ficción es al revés, necesitas un detalle que haga que el lector se crea tu mundo. Por eso cuando escribo no es tanto como crear un mundo sino irlo esculpiendo. Así que sí, leí crónicas de partido de fútbol, recetas, el parte meteorológico…para poder poner a mis personajes por ese mundo.
Se aplica el método de su admirada Hilary Mantel para la ficción histórica: no escribir como si esto ya hubiera pasado, escribir como si estuviera pasando.
Ella pudo leer la novela antes de morir y nos intercambiamos algunos correos electrónicos. Siempre ha sido una escritora que he admirado muchísimo. Con 17 años, leí La sombra de la guillotina, su novela sobre la Revolución Francesa, y me enamoré de cómo daba vida al pasado. Ella también creía que el pasado es algo que puedes sintonizar. No está acabado, no es pasado, está aquí y sigue existiendo. Puedes cambiar eventos históricos para hacerlos más atractivos, pero el truco está en trabajar con los contornos ásperos, y eso es lo que yo también intento hacer. Algunos personajes históricos reales aparecen en mi novela, como Doreen Bates [una funcionaria británica que mantuvo una relación de décadas con un hombre casado y lo registró en un interesante diario que publicaron sus hijos en 2016, Diary of a wartime affaire] y Moya Woodside, una trabajadora social de Belfast que escribió estudios pioneros sobre el control de la natalidad y la sexualidad femenina. Hilary Mantel creía que debes trabajar con los hechos tal y cómo sucedieron y la magia viene de los saltos imaginativos que das entre hecho y hecho, pero manteniéndote fiel a la realidad.

Belfast, tras los bombardeos alemanes
¿Por qué quiso incorporar esos personajes reales?
En el libro hay historias sobre el Blitz que la gente me contó y yo escribí para otros personajes, partes completamente inventadas, como las historias de Emma, Audrey y Florence, y estos otros personajes reales, que me parecía importante introducir porque la historia de Belfast en esa época no se ha contado, sentía la responsabilidad de contar un capítulo muy poco narrado de la historia de mi ciudad, y parecía moral y estéticamente importante pegarme a la verdad.
¿A qué se debe ese silencio? ¿Es porque todo en Irlanda del Norte ha quedado oscurecido por lo que vino después, la violencia sectaria entre católicos y protestantes?
No tengo las respuestas. En parte, el Blitz creó un trauma psiquíco. Mi abuela era una mujer muy dura, venía de una familia de clase trabajadora, su padre volvió de la Primera Guerra Mundial con los pulmones destrozados por el gas mostaza y el único trabajo que podía hacer era conducir el tranvía. Murió joven y ella, que era la mayor de cinco hermanos, se ocupó de todos. Cada vez que le preguntaba por las bombas de los alemanes ella me decía: “¿Para qué quieres saber todo eso?”, y no respondía. Hay registros hasta de soldados alemanes mirando la destrucción que ellos mismos habían creado y diciendo: “¿Qué hemos hecho?”. Hubo muchas pérdidas, porque vivía mucha gente apiñada en los arrabales. También existió una especie de optimismo de la reconstrucción, que se apunta en la novela. Mi padre creció en una vivienda protegida de después de la guerra, con mucho espacio verde para jugar, eran unas colonias muy idílicas y estaban pensadas para que viviesen mezclados católicos y protestantes. A menudo pienso que ese fue el camino no tomado para Belfast, del que habla Van Morrison en sus canciones, cuando sonaba el jazz en la radio. Belfast fue, durante un tiempo, un lugar progresista y hasta bohemio, y después llegaron los Troubles y la ciudad sufrió la devastación de nuevo. A veces pienso si no se habla porque resulta demasiado doloroso.
En la novela también está esa mezcla de la que habla. Florence, la madre de familia, y su hermana son católicas de origen casadas con protestantes.
Eso era muy importante para mí porque mi madre es de una familia católica irlandesa que emigró a Inglaterra y mi padre es de una familia muy protestante. Yo soy el producto de uno de esos matrimonios mixtos. Siempre hubo más mezcla de lo que la gente cree.
Otra cosa que sucedió después de la Segunda Guerra Mundial es que se devolvió a cierto redil doméstico a muchas de esas mujeres como las de su novela, como Sylvia, que es lesbiana y conduce una ambulancia, vive sola y no da explicaciones a nadie.
Sí, y debió de ser durísimo. El personaje de Sylvia está basado en varias mujeres que encontré en los archivos, que tenían un papel público en la sociedad civil, estaban en la vanguardia. Para muchas mujeres, la guerra fue una oportunidad. En cuanto acabó, vemos esas historias de la llamada Spinster Generation, la Generación de las Solteronas. Mujeres que habían perdido a sus parejas en la guerra o que simplemente no habían encontrado un hombre, porque había menos, para casarse. Vivían vidas muy pequeñas en habitaciones alquiladas.
Creo que escribió esta novela durante el confinamiento ¿Se filtraba su realidad anómala en las de estas vidas sitiadas por una guerra?
Escribí el primer borrador durante el confinamiento y casi se sentía que escribía en tiempo real. Nuestras vidas estaban tan restringidas en el Este de Londres y nos sentíamos bastante secuestrados, pero había algo de eso que permitía a mi imaginación viajar fácil, libre e intensamente a 1941. Es curioso porque mis dos hijos tenían entonces dos y cinco años. El pequeño no tiene recuerdos, pero para él fue una época genial, con sus dos padres en casa, y el mayor recuerda que le regalamos su primera bicicleta. Me recuerda mucho a las conversaciones que he tenido con personas que eran niños durante la guerra. Una recordaba a su muñeca, que se quemó en los bombardeos, pero después su madre se la arregló, y le hizo un vestido nuevo con una tela que encontró. Ese era su recuerdo más intenso. Hace poco me emocioné con una fotografía: aparecía un hombre joven en las ruinas de su casa bombardeada en Gaza, rescatando los apuntes de su doctorado. En momentos así, ves la resiliencia del espíritu humano.