Los aniversarios a veces sirven para algo. O para alguien. Hace exactamente trescientos años nacía Giacomo Casanova, y la efeméride se conmemora con congresos, exposiciones, libros y espectáculos. Pero no se celebra al Casanova mujeriego y astuto, sino a un intelectual europeo mucho más rico y complejo que la etiqueta que lo acompaña desde hace siglos.
El escritor veneciano siempre ha despertado curiosidad, pero ahora los investigadores más rigurosos, con documentos en mano, esperan que haya llegado el momento de desmontar algunos mitos moralistas. En 2025 será posible afirmar sin reservas que Casanova fue un hombre respetuoso con las mujeres, un europeísta avant la lettre y, sobre todo, una figura marcada por una profunda melancolía. Aspectos que la crítica conoce desde hace tiempo, pero que raramente han trascendido los círculos académicos.
Los estudiosos reivindican al verdadero Casanova: un pensador europeo, complejo y alejado del estereotipo frívolo
“Durante toda su vida admiró a las mujeres, considerándolas iguales” – explica Giorgio Ficara, exprofesor de la Universidad de Turín y uno de los más importantes críticos literarios italianos, autor del ensayo Casanova y la melancolía . “Detestaba la seducción como conquista: para él, el seductor clásico es un delincuente que asalta una fortaleza. Casanova, en cambio, ama a las mujeres y defiende su libertad sexual”.
“En él hay aspectos de modernidad absoluta” – añade Antonio Trampus, profesor de Historia Moderna en la Universidad de Venecia y presidente del comité nacional para las obras de Casanova –. “Juega con los límites entre lo masculino y lo femenino, le atrae el intercambio de roles, quizás por su formación teatral. En siglos posteriores será encasillado por la moral dominante, pero él ya había formulado una idea muy actual del pudor, afirmando que el escándalo está en los ojos del que mira”.
“Es casi un prefeminista” – subraya Daria Galateria, catedrática de literatura francesa en la Universidad La Sapienza de Roma – “porque acompaña a las mujeres en su derecho al deseo, sin situarse nunca por encima de ellas”.
Francesco Josa, periodista veneciano que acaba de publicar La vida es actuación , junto con el historiador Alberto Olivi, aporta un dato revelador: “Se ha calculado que tuvo una media de tres mujeres al año, una cifra que cualquier socorrista de Ibiza supera cada verano. ¿Era un libertino? Claro, pero como tantos hombres cultos venecianos de su tiempo”.
Muy lejos, por tanto, del modelo de Don Juan, “que pretendía reducir a las mujeres a una condición puramente animal”, concluye Ficara. Una comparación que Stefan Zweig ya había rechazado con firmeza en un ensayo publicado en 1928.
También hay quienes han revelado otras dimensiones. “En las cartas, aún poco exploradas, aparece el Giacomo padre”, señala Elena Grazioli, investigadora de la Universidad Estatal de Milán. “El problema es que casi todo se ha centrado en su autobiografía, Historia de mi vida , escrita al final. Al examinar el resto de su obra, se descubre un autor ecléctico, lleno de matices”.
Ese manuscrito se conserva hoy en la Biblioteca Nacional de Francia y en París se reclama parte de su legado. ¿Francés o italiano? “Escribe en francés porque era la lengua de los intelectuales que querían ser leídos – explica Trampus –. Su patria es Europa entera. Su identidad veneciana es fuerte, pero fue exiliado dos veces, y eso lo convirtió en un ciudadano del mundo, un viajero excepcional que retrata un continente en guerra”.
¿Ilustrado? “No exactamente – matiza Grazioli–. De hecho, sufre al ver cómo se pone en duda un mundo en el que siempre quiso integrarse”.
Un hombre siempre en fuga. Y no solo detrás de las faldas ajenas.
