La británica Olivia Laing (Buckinghamshire, 1977) ha estado contando (y admirando) los plataneros de Barcelona, ese martirio de los alérgicos. Tiene también un recuerdo vívido del Hivernacle del Parc de la Ciutadella, que le llevaron a ver en un viaje cuando era niña y le entusiasmó. Su último ensayo, El jardín contra el tiempo. En busca de un paraíso común (Capitán Swing, con traducción de Lucía Barahona) es una crónica de cómo restauró el jardín de su casa del sur de Inglaterra, su primera casa estable tras una vida itinerante, una excursión a otros paraísos terrenales, como el del artista Derek Jarman o el de La Foce en Italia, pero sobre todo es un alegato antielitista por el derecho del pueblo a tocar hierba. Un principio de paisajismo político, si se quiere.
Prejuicios
Los editores siempre creen que los lectores quieren sentir emociones y no es así. El lector está hambriento de complejidad”
La autora, que estuvo en Barcelona y charló con el escritor Juan Gómez Bárcena de un tema que ambos han tratado por escrito, la soledad, lleva décadas practicando un estilo de ensayo narrativo muy personal. Aunque hizo mucho ruido con una novela breve y experimental en la que adoptaba la voz de la artista Kathy Acker, Crudo (Alpha Decay) y en la que escribió con urgencia, casi en tiempo real a lo largo de un verano. Ese libro, por cierto, tendrá una secuela que escribirá cuando se cumplan diez años de la anterior, en 2026.
Estigma
“Detesto las campañas para acabar con la soledad. Decir eso es recrear el estigma de que si te sientes solo es porque has fallado en la vida”
Laing reniega de la memoir como género pero suele salpicar sus libros de dosis muy medidas de información biográfica: su infancia peripatética, marcada por muchas mudanzas y por el divorcio de sus padres y la salida del armario de su madre, que tuvo una novia alcohólica y violenta; una juventud de escritura y militancia política, que transcurrió entre casas okupadas, caravanas y cooperativas, y una incipiente madurez marcada por su matrimonio con Patterson, 30 años mayor que ella y viudo de la también escritora Jenny Diski.
En el libro cuenta cómo restaura ese jardín en Suffolk casi en conversación con un fantasma benévolo, el antiguo dueño de la casa, el jardinero Mark Rumary. Buscaba reconstruir lo que él hizo y a la vez dejar su huella.
Era una relación similar a la que he tenido con la gente sobre la que he escrito, muy atenta. El jardín había estado abandonado durante 20 años, así que todo lo que él hizo estaba bastante perdido y hubo un largo proceso para desenterrarlo, de manera literal y figurada. Fui hablando con amigos y vecinos para entender qué había en cada lugar y hacerme lentamente una idea de cómo fue. Eso fueron los primeros tres años y luego he ido cambiando cosas. Creo que los dos compartimos una sensibilidad y somos jardineros románticos. Estamos interesados en las plantas, más que en el diseño. Él plantó allí todo lo que pudo, y creo que aprobaría lo que yo he hecho.
La jardinería fue también lo que le conectó a su actual pareja.
Así nos conocimos. Primero nos hicimos amigos, y luego nos dimos cuenta de que éramos las únicas personas de nuestro círculo social en Cambridge interesados en los jardines. Cuando me mudé a Cambridge desde Nueva York, me invitó a ver su jardín y empezamos a hablar de plantas. Es una conexión real, un lenguaje secreto, saber de plantas, así que fue maravilloso. A lo largo de los años, se ha convertido más en mi territorio. A veces le digo: “lo estoy haciendo por ti”. Y él me dice: “Tampoco tanto”. Pero lo cierto es que de alguna manera sí lo hago por él, es una manera muy real de expresar amor por alguien.
Una escritora trans y no binaria contra “la fantasía fascista” de la legislación
Poco después de su estancia en Barcelona, el Tribunal Supremo de Reino Unido emitió su polémica sentencia según la cual las mujeres trans no pueden considerarse legalmente mujeres. Laing escribió en su cuenta de Instagram (bajo una foto de su jardín en flor): “Como persona trans y no binaria siento desesperación (…) El género es complejo, los cuerpos son complejos, fluidos, misteriosos, rebeldes. Esto parece un terrorífico paso atrás hacia una fantasía de cuerpos ordenados y binarios. Es una fantasía fascista, supremacista, con exclusión y vigilancia policial que debemos resistir”.
La escritora, que se considera trans y no binaria a pesar de que, según el dictamen del tribunal británico, tendría el carnet de “mujer” desde su nacimiento, explicó en un texto en The New Statesman que su identificación se debe a que habita “el espacio del tampoco y del ambos”. En Un jardín en el tiempo y en otros de sus libros reclama el legado de figuras queer que le precedieron. “Como persona trans, me siento parte de eso. Casi todo mi trabajo en el fondo trata sombre hombres gays, es un hilo que recorre todos mis libros. Crecer durante la crisis del Sida, con una madre lesbiana, fue una experiencia politizante. Somos muchos en mi generación que tenemos esa conciencia de lo que se perdió y tratamos de encontrar las piezas perdidas”.
Dice que eran los únicos en su círculo de profesores y escritores preocupados por la jardinería. ¿Es porque se ve como un pasatiempo conservador, una cosa de gente de derechas y algo poco intelectual?
Le diría que en ese momento, hace diez años, sí, absolutamente. Pero ahora no. La pandemia lo cambió todo. Plantar y cultivar se convirtió en algo de moda y también en algo radical. La política se hizo mucho más presente. Ahora ya no soy la única persona que habla de política y jardinería.
En en este libro y en 'La ciudad solitaria' aparecen retazos de su infancia en los que retrata la virulencia de la homofobia en los años de Thatcher, una homofobia que también era institucional y de la que se habla poco.
Eso también es crucial. No sé cómo están las cosas en España, pero en Italia, que es el otro país en el que paso más tiempo además de Inglaterra, están volviendo a ponerse las cosas complicadas para las familias gays. Estas cosas van en ciclos y, aunque se supone que ahora está todo bien, puede cambiar en cualquier momento. Sólo hay que ver la América de Trump y lo que está pasando, cómo se están perdiendo derechos que se creían adquiridos. Es importante seguir pasando estos mensajes y recordar que esa violencia, ese odio existió. Para hablar de cómo se ganaron esos derechos debemos explicar tanto las protestas como la belleza y las maravillas que creó la gente queer, el arte y los bellos jardines que nos legaron.
La jardinería requiere mucha confianza en el futuro, plantar cosas que no llegaremos a ver crecer. ¿Cómo se conjuga eso con una época de incerteza económica, hecatombe climática y precariedad en la vivienda?
En realidad, plantar árboles no requiere riqueza, no es algo caro. He estado caminando por Barcelona hoy y hay tantos árboles, es llamativo. Alguien, en algún punto decidió que esta ciudad necesitaba árboles hermosos, que florecen, y eso es parte ahora de la vida cívica compartida. Todavía buscamos eso, todavía buscamos un mundo que sea así. ¿Cómo invertir en el futuro cuando el futuro está en peligro? Creo que es el motivo por el que este libro ha funcionado tan bien en todo el mundo, porque a pesar de todo hay cierta esperanza en el futuro, a pesar de lo violento del pasado y de que muchas de las bellezas que nos rodean tienen una raíz en la violencia. El motivo por el que la gente se enamoró de la jardinería durante la pandemia es porque amaban ese futuro encriptado en cada planta. Miras una semilla y sabes que si te acuerdas de regarla, la verás florecer. Y creo que estamos hambrientos de esa sensación. Por eso digo que el jardín es un reloj anticapitalista. Lo vemos en los huertos comunitarios, esos lugares son los más bellos para mí, son algo radical.
Su anterior libro, Crudo , se movió en coordenadas muy distintas, una novela semiautobiográfica, escrita en vivo durante el verano anterior a su boda.
La idea que tengo con Crudo es que sea un cuarteto de novelas. La primera la escribí a los 40 y la idea es que sigan las de los 50, 60 y 70. Me acerco ya a la siguiente, me quedan solo un par de años. La siguiente empezará el día después de acabar la anterior, pero una década más tarde. La idea es cubrir un año del calendario, pero a lo largo de 40 años. Mis editores me dijeron: no vamos a firmar eso, queda mucho tiempo y quién sabe si seguiremos publicando dentro de 30 años. Ya veremos… De todas formas, mi próximo libro es también una novela, sobre el asesino de Pasolini. Tengo muchas ganas de que salga.
¿Qué le llevó a saltar del ensayo narrativo a una novela cómo Crudo?
Fue un experimento extraño, porque era un tiempo extraño para ser una escritora de no ficción. Era la primera presidencia de Trump y parecía que la verdad estaba siendo acechada. En ese clima, me parecía imposible escribir el tipo de libros que solía escribir, hacer afirmaciones sobre el estado del mundo. Es como que necesitaba replicar cómo cada pensamiento que tenía quedaba destrozado por esta masacre de narrativas en las redes sociales y la política.
Y ahora, cuando escriba la secuela, Trump será presidente de nuevo.
Lo sé, es tan deprimente. Todo parece diferente esta vez. Las máscaras han caído, todo es más desnudo y más claro y más fácil de entender. También es más violento, pero es que siempre fue violento y antes estaba oculto tras el caos.
Escribió La ciudad solitaria hace ya unos años. Desde entonces, el tema está más presente en la conversación y en la agenda pública. Se habla de epidemia de soledad, de soledad masculina....
Eso es interesante porque parte de la razón por la que lo escribí es que existe ese enorme tabú. Nadie hablaba sobre eso y nadie quería admitir estar solo. Era como lo peor que podías decir. Ahora creo que la gente está más relajada, para ellos es menos vergonzante decir “me siento muy solo”. Ahora tenemos un lenguaje para hablar de eso. La peor parte de estar solo no es estar solo, es sentir vergüenza. Cuando destapas eso, descubres que es una experiencia tierna. No es tan mala en sí misma como la sensación de haber fallado socialmente.
Recibimos mensajes contradictorios al respecto…
Oh, dios mío, ¿las campañas para acabar con la soledad? No las soporto. Me parece que añaden culpa y vergüenza a la cuestión. En Inglaterra hay una Campaña para el Fin de la Soledad y siempre pretenden que me una. Estoy segura de que tienen buenas intenciones pero es absurdo pensar que puedes acabar con la soledad. Es como decir: acabemos con la tristeza, acabemos con el dolor. Siempre va a estar ahí. Esa no es la manera más sabia de abordar la soledad. Lo que queremos es que no exista el aislamiento social, tanta gente sin sentido de la comunidad. Pero decir “acabemos con la soledad” es recrear el estigma de que has fallado en la vida si te sientes solo.
También escribió un libro, El viaje a Echo Spring (Ático de los Libros) sobre la relación de los escritores con el alcohol, basándose en figuras como Hemingway, Cheever, Tennessee Williams y Raymond Carver. ¿Cree que esta mitología del escritor borracho ha cambiado desde que lo publicó?
Desde luego. Además, ya nadie lee a esos autores. Todos esos escritores de los que la gente estaba prendada… El prestigio se ha alejado de ellos. Quizá porque hay cambios culturales. Creo que mucho de lo que escribieron es interesante. Debería haber hecho uno sobre mujeres alcohólicas. Las razones por las que bebían, sus presiones sociales y su exigencia para ser artistas y madres es mucho más interesante. Es raro que nadie haya escrito ese libro.
En La huella de los días, Leslie Jamison habla de su propio camino con el alcoholismo y de otras autoras como Jean Rhys…
No me gustó especialmente ese libro, cómo hablaba de la recuperación. En realidad, no soy gran fan de la memoir como género.
Sin embargo, hay retazos de su vida en todos sus libros.
Mucho menos de lo que la gente cree. No hay más de dos párrafos aquí y allá. Bueno, quizá a veces una página, pero es algo muy directo y destilado. Lo utilizo como muelle para entrar en otro tema. No me quedo ahí regodeándome en mi propia historia.
Seguro que sus editores le piden más.
¡Siempre! Me ha pasado en todos y cada uno de mis libros. Yo les digo: tienes esos dos párrafos, tómalos o déjalos. Los editores siempre creen que los lectores quieren cosas distintas a las que de verdad quieren. Piensan que desean emociones y eso no es así, quieren pensar sobre ideas difíciles. Creo que todos estamos hambrientos de complejidad.