¿Quiénes son los otros catalanes?

Aunque muchos no sabían leer, en 1957 los personajes de Donde la ciudad cambia su nombre salieron de la novela para apalear a su autor. Con palos y piedras. Paco Candel se zafó de milagro. El enfado de los vecinos de las Casas Baratas de Can Tunis de Barcelona le dio un cierto renombre. Y confirmó al escritor, llegado con dos años del País Valenciano, que era aquel fresco inmigratorio lo que tenía que explicar en adelante. Y que, cuanto más se enfadaran sus vecinos, más suya sentirían su voz y más la podrían hacer sentir a los catalanes que ya estaban en Catalunya.

El año anterior, Francesc Candel Tortajada (1925-2007), en la treintena, había publicado Hay una juventud que aguarda sobre su intención de convertirse en escritor y la frustración por la dificultad de abrirse camino. No era casual. Cinco años menor, Jordi Pujol, en 1960, durante el juicio por los hechos del Palau empezaría su parlamento ante el tribunal diciendo que formaba parte “de una generación que sube, de una juventud que va creciendo lentamente.” El uno, desde la Barcelona marginal, y el otro, desde la burguesa, constataban la eclosión de una nueva generación de antifranquistas que, en el marco del Plan de Estabilización, suponía una ruptura con el pasado.

Con su obra, el escritor autodidacta, quiso decir que había miles de recién llegados

A partir de aquel éxito inesperado, con Han matado un hombre, han roto un paisaje, Temperamentales, ¡Dios, la que se armó! y muchas otras novelas, narraciones cortas, ensayo y artículos, Candel puso en el mapa literario y mental de muchos la Zona Franca y su amalgama de barrios, a menudo autoconstruidos. Pero, sobre todo, las vidas de los inmigrantes llegados en las décadas de los años cincuenta y sesenta.

Paco Candel fotografiado en 1998 en las Cases Barates

Paco Candel fotografiado en 1998 en las Cases Barates

PEPE ENCINAS

Con su obra, el contable a ratos y escritor autodidacta siempre, quiso decir a los que ya estaban que había miles de recién llegados, a menudo viviendo en condiciones deplorables, que también estaban en Catalunya y que se tenía que contar. Y a sus vecinos que, en vez de vivir en la nostalgia, añorando pueblos de los que se habían marchado obligados por la miseria, tenían que contribuir al país donde, no sin dificultades, podían sacar a sus familias adelante. Siempre con el factor —que se arrincona a menudo al descifrar al escritor— de la propia conciencia de clase.

La concepción candeliana fue muy bien a Benet, Pujol y Reventós

La concepción candeliana fue muy bien al empezar los años sesenta a tres figuras políticas preocupadas por la inmigración y que, en una década, marcarían los horizontes de lo que serían las tres principales formaciones catalanas de la Transición. Josep Benet, procedente del entorno demócrata cristiano e injertado en el PSUC daba vueltas a la idea de la “Catalunya, un solo pueblo”, que tanto éxito tendría. Jordi Pujol, líder indiscutible de la futura Convergència Democràtica, estaba muy preocupado por el impacto de estas oleadas de recién llegados en el catalanismo y la propia noción de catalanidad. Joan Reventós, alma socialista de lo que se convertiría en el PSC, reflexionaba sobre la necesidad de incardinar a los trabajadores foráneos en la reivindicación catalana sin divisiones de origen.

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El año 1958 Candel publicó el artículo Los otros catalanes en la revista cultural La Jirafa. Aquellas dos columnas de texto llamaron la atención a Pujol y Benet. El eufemismo permitía salvar y dar un giro completo a la concepción de los recién llegados como “charnegos”. Todavía unos años después, el proyecto editorial de Edicions 62, recién estrenado, tuvo un éxito brillante con su primer libro, Nosotros, los valencianos de Joan Fuster, que reformulaba la propia concepción de la identidad valenciana. No era tampoco casual. Los movimientos migratorios provocaban preguntas.

Solo un vecino de Can Tunis, de las Casas Baratas, podía explicar aquellos barrios

Y entonces, con la aquiescencia de Benet, Pujol envió a su amigo y editor de 62, Max Cahner, hijo de una familia judía de origen alemán y, por lo tanto, también inmigrante, a hablar con Candel. A tratarlo en su “piso lumpen” de la Zona Franca, como diría, porque aquella visita era entonces como hacer ir a un yanqui a la corte del rey Arturo. El alemán de origen se encontró con el originario de valencia y en un combate dialéctico no paró hasta que ganó por KO, convenciéndolo de escribir el ensayo sobre la inmigración que le había venido a encargar. Fue un KO técnico, porque Candel se negó a titular el libro como Nosotros, los inmigrantes y quiso mantener Los otros catalanes que, a la vez, resultaba más inclusivo. Reventós, entonces vinculado a la editorial Ariel, le aportó documentación y doce mil pesetas “para que escribiera el libro y no se distrajera”, como apunta Genís Sinca en su estudio biográfico.

Aquel libro, al que a partir de su publicación en 1964 quedaría ligado para siempre Candel, no lo podía escribir nadie más. Josep Benet y Jordi Pujol, con la colaboración externa de Reventós, supieron ver que una pluma externa se vería impostada, perdería verosimilitud. Solo un vecino de Can Tunis, del Puerto, de las Casas Baratas, de Marina podía explicar aquellos barrios, aunque tuviera que hacerlo vigilante de no ser zurrado por su gente.

Una década después, la explicación candeliana de quiénes eran y qué expectativas tenían aquellos inmigrantes y el recibimiento, no siempre fácil por parte de los catalanes “de toda la vida”, de que aquella era una realidad que había que conjugar, tuvo su síntesis institucional, de cuña republicana, con el “Ciudadanos de Catalunya” de Tarradellas en su retorno. Estos nombres que marcaron la política catalana del último tercio de siglo XX no tenían una visión coincidente de la inmigración, pero reflexionaron para dar respuestas. Es, a menudo, más de lo que se hace en la actualidad. A cien años del nacimiento de Candel, el 31 de mayo de 1925, es pertinente preguntarse: ¿quiénes son ahora los otros catalanes?

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