La presencia femenina es un rasgo marcado en la programación musical de los tres días de festival que suele durar el Sónar. Esta apuesta por la paridad es una característica desde sus inicios, y este año tampoco es una excepción. La tarde de hoy sábado por ejemplo –que contó con la inesperada cancelación del concierto de Samantha Hudson, anunciada por ésta solo dos horas antes y por razones propalestinas por así decirlo-, que arrancó a las tres y media de la tarde en un SonarHall no muy atestado de público.
Afuera arreaba el calor de manera desconsiderada y dentro además estaba prevista la actuación de Amanda Mur, una música cántabra que presentaba su muy reciente álbum Neu om (editado por el sello catalán La Castanya) y que se podría definir como un viaje en el tiempo con el claro objetivo de hallar la belleza. Para ello la creadora de formación clásica no duda en tender lazos entre la experimentación, el folclore, la música medieval y una particular concepción de la canción pop.
Todo ello vehiculizado a través de su piano de cola, su voz y la electrónica, este último aspecto en manos del brillante Adrian Foulkes. Su propuesta es francamente insólita y entre sus infinidades de ecos y sonoridades se puede encontrar de todo, desde una cumbia a cantos gregorianos o a voces tántricas. Apareció sobre el escenario con esas inconfundibles pestañas blancas y leyó un corto texto en donde recordó el horror que se vive en Palestina y que “hoy nuestra memoria está con el pueblo palestino”. Ninguna reacción entre el no muy numeroso público presente, que sí pareció disfrutar de una hora de sugerente viaje sensorial.
Casi solapando su final a nivel de reloj, el mayor espacio del Sónar de Día, es decir, el Village (amplio, con césped artificial, abierto aunque bien cubierto por eso del sol y, alguna vez, la lluvia) fue el escenario donde aterrizó Mushka. Para ser más concretos, donde aterrizó y donde se estrenó en el festival. Ya bastante lleno de gente para la hora que era, fue una puesta de largo acorde con su consideración como uno de los referentes de la nueva escena urbana nacional. La del Maresme –que ayer hizo suyo el mismo espacio que su hermana Bad Gyal ocupó en la edición del 2019- venía a presentar su primer álbum, Nova bossa, un artefacto de once temas que hace suyo el espectro urbano principalmente a través de variados ritmos brasileños.
En la práctica Mushka/Irma Farelo lo que hizo fue presentar sus hits en clave de pop sin fronteras y hedonístico, donde hubo espacio para una compota de aromas (leves) de bossa nova, salsa, bachata, cumbia, samba y también de dancehall, r&b o rap. Lo hizo a cien por hora, como ella misma sobre el escenario, inquieta e hiperactiva, y también madura y cada vez más segura, con sus tejanos y su camiseta de colorines, y arropada por una banda de siete músicos (entre ellos dos vientos y una corista) muy activos durante una sesión que tuvo bastante fiesta.
Y es que como se trataba de repasar sus hits, la gente pudo degustar un arranque con Zig zag (tema con el que precisamente comienza el citado álbum Nova bossa) y seguir con Mimenina (la canción más romántica del disco, según ella), la multicoreada 1 cumbia amb el Guillem (1vs1) –sin Guillem Gisbert, con el que la canta en el álbum- o la infalible Sexesexy.
Y para cerrar ese círculo particular nada mejor que un reencuentro con Yerai Cortés, tocaor y galvanizador de lisonjas que por fin pudo presentar en el Sónar su magnífico espectáculo Guitarra coral. Tenía que haberlo estrenado en el festival en la pasada edición, pero un accidente lo impidió y se recuperó hace unos meses en un aclamado concierto coproducido por el Sónar en el Festival de Jazz de Barcelona.
El pase de esta tarde contó con unas colas interminables de público que quería disfrutar de su toque acompañado de seis palmeras con sus voces y palmas. Escenografía básica y estática, ritmo contagioso y todo el énfasis en el arte y sentimiento compartido.