Laura C. Vela es fotógrafa y editora. No tenía ninguna intención de escribir un libro. Hace unos años se matriculó en uno de los talleres que imparte la autora Sabina Urraca en la Fundación Escritura(s), con la idea de pulir sus habilidades de cara a proyectos de foto y texto. Uno de los ejercicios que Urraca sugirió al grupo fue escribir un me acuerdo a la manera de Joe Brainard o de Georges Perec, un texto anafórico que encadenase fogonazos de memoria. Vela se dio cuenta ahí de que no podía hablar de su vida, de su adolescencia, sin llegar a aquello. Y aquello se precipitó:
“Me acuerdo del día en que me llamaron por megáfono para que abandonase la clase y fuese a dirección. Hacía dos años, un tío que conocí por internet me había violado en su coche, a plena luz del día. Yo tenía doce y mucha curiosidad”.
Una vez estuvo escrito no se pudo desescribir. Y ese texto que la autora ha querido fragmentario y quebradizo –se ampara en una cita de Cecilia Pavón, un manifiesto que dice: “Odio los textos perfectos, porque yo no soy perfecta, sino una inventada”–, que contiene correos electrónicos, cartas, citas y listas, ese texto acabó, después de unos tres años de escritura interrumpida, convertido en un libro compacto y contenido hasta en lo físico (cabe en un bolsillo), titulado Seismil, que publica el sello Niños Gratis.
Se titula 'Seismil' porque esa fue la indemnización que el agresor pagó cuando fue condenado por violarla en múltiples ocasiones de los 12 a los 14 años
Se titula así, Seismil, seis mil, porque esa fue la indemnización que el agresor de Vela tuvo que pagar cuando fue condenado por violarla en múltiples ocasiones de los 12 a los 14 años ¿Qué otras cosas valen seis mil euros? Se desgranan en el libro: “Una mesa de madera y cuatro sillas, alisar las paredes de casa, un viaje a Punta Cana, un coche de segunda mano, una cámara de medio formato, el vestido de novia de una boda pija, un máster, una cocina nueva. Todo eso cuesta seis mil euros si es de mala calidad. Si es bueno, te costará más”.
Ahora Vela está en esa fase un tanto disociada del proceso de escritura, cuando el libro es ya una realidad, está en la calle y hay que venderlo. “A mí no me importa hablar de cualquier cosa, soy consciente de que si lo he escrito ya es público, pero no entiendo por qué me preguntan en las entrevistas que cómo están mis padres o cómo está mi cuerpo, o por qué se enfocan los artículos en mi vida personal y no en lo que he escrito. Cuando un libro es abiertamente autobiográfico o testimonial, y además lo escribe una mujer, todo se centra en la persona, cuesta entenderlo como propuesta literaria”, se lamenta. La autora, que es también editora en el sello Comisura, defiende el valor literario de los libros como el suyo, por encima del testimonio que aportan, pero a la vez reconoce que a ella misma le costó decidir si debía publicar ese texto y someterlo a las lógicas del mercado editorial. “No he podido enviarlo a concursos, por ejemplo. No deja de ser una cosa que te ha pasado y, de repente, ponerte a monetizarlo…”.
El lector que desciende con la narradora por esos resbaladizos me acuerdos se encuentra con una niña rara, que se declara lesbiana en su colegio de monjas de barrio cuando nadie lo hacía, que se hace punki y se abre un blog, y luego otro blog, que lee a Herman Hesse y a Dostoievski, que tiene padres “fans de Aznar”. “Eras bastante autista, autista en el sentido de que hacías lo que querías”, la define su antigua profesora del colegio, un personaje fundamental en el libro.
Cuando un libro es abiertamente autobiográfico o testimonial, y además lo escribe una mujer, todo se centra en la persona, cuesta entenderlo como propuesta literaria”
La niña Laura y su amiga quedan con gente que conocen en conciertos y en los foros de internet. Uno de ellos resultó ser “un señor mayor, trajeado y bastante asqueroso”. El agresor, reincidente, se encargó de grabar en vídeo la primera violación para poder chantajear a la niña con difundir las imágenes durante dos años en los que continuaron las agresiones. “Los violadores saben que a un niño o una niña lo que más miedo le da es perder el amor de mamá y papá. Ya era la lesbiana y ahora iba a ser la lesbiana, puta y violada”, escribe Vela.
La niña lo vivió en total soledad hasta que confesó a su primera novia, que a su vez se lo contó a su madre, que lo reportó al colegio. Al enterarse de lo sucedido, los padres de la niña se volcaron en conseguir la detención y la condena del agresor de su hija –un proceso marcado por la legislación de los noventa, que obligaba a la víctima a demostrar si esas relaciones no habían sido consentidas–, mientras se preguntaban, o así lo especula una de las frases más heladoras del libro, “¿cómo hemos llegado hasta aquí, si éramos una familia tan normal?”. No supieron, dice Vela, gestionar muy bien lo sucedido, porque nadie está preparado para algo así. “Y el bálsamo que aplicaron fue centrarse en la persecución judicial, y después en el silencio”.
En Triste tigre (Anagrama), la escritora francesa Neige Sinnó narra las violaciones continuadas que sufrió cuando era una niña por parte de su padrastro. En un punto del texto, advierte al lector de que está siendo inconsistente con las fechas de lo sucedido. Y eso la hace, si se la lee con ojos policiales, menos creíble. También en Seismil hay un pivote constante entre lo que Vela recuerda y lo que sucedió. “Cuando han ido leyendo el libro otras personas, he descubierto que las cosas que yo creía que habían sucedido de una manera realmente no pasaron así. Yo pensaba que mi agresor se suicidó en la cárcel. En realidad, me contó mi hermana, tuvo un accidente de tráfico que se podría interpretar como suicidio antes de entrar en la cárcel. No llegó a entrar. También lo describo como un hombre de más de 40 años, pero después he sabido que tenía unos 26. Me da igual cómo fuera la realidad. Para una niña de 12 años es lo mismo una persona de 26 que de 30 que de 40. Esos datos no son importantes, mi vivencia no es una investigación periodística”.
Con esos desajustes (o reajustes), lo que las dos autoras, Sinnó y Vela, están reclamando es que la incongruencia es parte natural del relato, aunque a nivel policial y judicial la duda siempre juegue en contra de la víctima. “Existe esa creencia popular de que dar distintas versiones implica mentir, y en realidad lo que pasa es que cuando sucede un trauma el cuerpo quiere olvidar, y los recuerdos van surgiendo de manera inesperada”, explica Vela.

La escritora Laura C Vela.
Para tratar de ir reclamando pedazos de esa memoria y completar ese texto que va creciendo, la narradora contacta con su antigua profesora, que también lo fue de su madre, su tía y sus hermanas. Es un proceso lógico, cree la autora: “Cuando te cuesta encontrar la respuesta de quién eres tú, lo primero que hacemos es ir a los otros y a que nos cuenten cómo somos, cómo nos veíamos”. En la misma aula del colegio de monjas de la periferia madrileña, Vela, ya adulta, y su profesora, a punto de jubilarse, hablan de lo que pasó. Mayte, que es como se llama en el libro la maestra, espera otro tipo de libro de su ex alumna, la que más le ha marcado en décadas de docencia, la que le obsesionó durante una época. “Seguramente, imagina un libro como los que ella le presta, Martes con mi viejo profesor o Narciso y el mundo, libros con un cierre y con una persona que sale transformada, o incluso uno de esos libros en los que el narrador agradece todas las cosas malas que le han pasado porque gracias a eso es quien es y se ha convertido en una persona mejor”. Seismil, no hace falta decirlo, no es ese libro.
La profesora que inspira el personaje, por cierto, acudió a la presentación en la Feria del Libro de Madrid hace unas semanas. “Ese era uno de mis mayores miedos”, admite Vela. “Temía que pensara que soy una persona horrible”. Pero la mujer entendió el pacto literario. “Me interesaba mostrar que aunque yo haya sido víctima de violencia sexual, no soy perfecta. El mundo no está dividido entre víctimas y victimarios. Tengo pensamientos oscuros en mi cabeza y hago cosas mal”, recalca. Así que no hay en Seismil sanación ni epifanía. Lo que sí hay es un temblor de vida: “Cada día que estoy más cerca de las cosas que me gustan y de las cosas que quiero hacer, de dar un paseo, escuchar una buena música, o cenar algo rico, para mí eso ya está, eso ya es. Intenté que eso estuviera en el libro”.
Las memorias del abuso defienden su propia existencia
Un libro que acompañó a Vela en el proceso de escritura de Seismil fue Por qué volvías todos los veranos (Las afueras), de la argentina Belén López Peiró, en el que narró los abusos que sufrió en la adolescencia por parte de un familiar. “Me gusta que ahí estén las voces de los otros porque esto no es algo individual, es colectivo y estructural”, señala Vela, que hace algo similar en su propio libro. En Triste tigre, Neige Sinnó confiesa tener una relación ambigua con las memorias que cuentan experiencias similares a la suya. “Siempre quiero leer libro sobre abusos sexuales y, al mismo tiempo, algo me aleja de ellos, no me permite ahondar demasiado”, explica. Aun así, cita textos como el de la novelista y dramaturga Christine Angot, que en 1999 publicó El incesto (Seix Barral) y el año pasado estrenó la película Una familia, en la que también explora las violaciones a las que le sometió su padre.
Por un efecto pendular, ha sido en Francia dónde se han publicado en la última década las memorias más contundentes de supervivientes del incesto y las violaciones a niños. El país en el que intelectuales como Michel Foucault, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Gilles Deleuze o Roland Barthes dieron la cara en los setenta por despenalizar el sexo con menores y ridiculizaron de distintas maneras por escrito la idea de que los niños no puedan tener deseo sexual y ejercerlo con adultos se ha visto obligado a hacer revisión de conciencia colectiva con libros como El consentimiento (Lumen), de Vanessa Springora, en el que denuncia su propia experiencia con el escritor Gabriel Matzneff, o La familia grande, en el que Camille Kouchner explicó el caso de su hermano gemelo, víctima de abusos por parte del padrastro de ambos, el politólogo Olivier Duhamel.
Las autoras de estas memorias acaban enfrentándose a preguntas similares: por qué contarlo y cómo. Lo primero suele generarles dudas, no solo por las razones obvias de lo que implica una revisitación del trauma, sino también por una especie de vergüenza no justificada a mercadear literariamente con una experiencia así, y el temor a cómo eso se pueda percibir. En cuanto al cómo, Neige Sinnó es defensora de lo explícito: “Mientras no veamos el pene del hombre de cuarenta años en la boca de la niña, sus ojos húmedo s de lágrimas por la sensación de estrangulamiento inminente, mientras no lo veamos, todavía es posible decir que eso es amor, una historia de amor loco, una historia de tacto, de estilo”.