JAM, el payaso más internacional

El reportaje

Ha sido distinguido con el premio al Payaso del Año 2025 del festival de Vilanova de la Muga

El payaso JAM

El payaso JAM

Llibert Teixido

Nunca pensó que acabaría siendo payaso, viviendo de ello y, además, triunfando. Ni siquiera guarda un recuerdo infantil relacionado con el mundo del circo. Estudió Magisterio y durante un tiempo compaginó la enseñanza con actuaciones por los pueblos de Lleida. Fue un curso de monitores el que lo cambió todo: conoció a un chico que se presentó como “payaso” y “me explotó la cabeza”. “No sabía que eso se podía ser, que alguien pudiera dedicarse a ello, me pareció fascinante”, recuerda. Aquel encuentro casual le abrió una puerta que ya nunca cerró.

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Jaume Jové nació en El Poal (Pla d’Urgell), en una familia de maestros. Estudió Magisterio y llegó a dar clase en la misma escuela donde enseñaban sus padres. Más conocido como JAM —“ya solo me llaman Jaume en mi pueblo” —, ha sido distinguido con el premio al Payaso del Año 2025 del festival de Vilanova de la Muga. Un reconocimiento a una trayectoria que ha sabido mezclar el humor blanco con la emoción.

El payaso JAM vive en Copons, viaja menos que antes, ensaya en casa, prueba ideas con sus hijos...

Sus primeros pasos fueron musicales, con la compañía Encara Farem Salat y el grupo Pastorets Rock. En aquella época ya hacía de animador entre el público, pero él mismo admite que no era lo que más le gustaba: “No soy músico, lo que me llamaba era el mundo del clown, el humor sin palabras, esa conexión directa con la emoción”.

Durante años vivió a medio camino: por las mañanas, maestro; por las noches, bolos. En 2007 decidió dar el salto definitivo: dejó la escuela y se lanzó al teatro. El mismo año le propusieron dos giras internacionales, Corea y Nueva York, y tuvo claro que había llegado el momento. “No fue fácil. Pasé de tener un sueldo fijo a una economía muy incierta. Incluso hubo un par de años en que mis padres me ayudaron a pagar la hipoteca. Pero nunca me dijeron que no lo hiciera. Me apoyaron, incluso cuando les costaba entenderlo”.

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Siguiendo ese anhelo, en el 2011 estrenó su primer espectáculo en solitario, Minute . Y aunque empezó refugiándose tras malabares, zancos o números visuales, ya en ese espectáculo emerge su estilo: humor físico, interacción constante con el público y una mirada delicada sobre los detalles de la vida cotidiana. “Me daba miedo salir solo a escena, así que me protegí con recursos técnicos, eran mi refugio. Pero poco a poco, fui entendiendo que lo que quería era hablar sin palabras”. Después llegaría El mêtre , la pieza que le abriría las puertas del circuito internacional. Un espectáculo minimalista, con un metro de carpintero como único objeto, con el que ha hecho más de 700 funciones en más de veinte países. “Ese montaje me dio visibilidad, sí, pero sobre todo me ayudó a encontrar mi voz escénica”, y la certeza de que se puede hacer reír, y pensar, sin pronunciar palabra.

“Antes decía que era actor. Me daba reparo contar que era payaso. Aquí se ha usado muchas veces como insulto: ‘no hagas el payaso’, ‘qué payasada’… Pero con los años he aprendido a defender la palabra, a dignificarla. Y sí: soy payaso, y muy orgulloso de serlo”, defiende ahora sin tapujos.

A JAM le inspiran el Tricicle, Chaplin, Buster Keaton, El Gordo y el Flaco, o Leandre Ribera, pero sobre todo le mueve el deseo de comunicar. No hace espectáculos para niños, ni para adultos: los hace para todos. Ha actuado en Nueva York, Corea, Brasil o Finlandia, y en cada sitio adapta su ritmo al público sin cambiar una coma de su propuesta. “El humor emocional es universal. La tristeza, la alegría o la torpeza se entienden en cualquier idioma”, dice.

No le gustan los premios —“todo es relativo, depende de quién esté en el jurado, de sus gustos…”—, pero este, el de mejor payaso del año 2025, sí que le hace especial ilusión: “Porque no reconoce un espectáculo, sino una trayectoria”. Y porque llega en un momento de madurez, en el que JAM ya ha aprendido a hablar de lo que le remueve: la migración, la actitud ante las dificultades, incluso —en el proyecto que prepara— la muerte perinatal. “Mi pareja y yo lo vivimos entre nuestro segundo y tercer hijo. Fue un duelo real, y nos dimos cuenta de que nadie hablaba de ello. Me gustaría hacerlo desde el humor, con mucha delicadeza, con verdad. El clown también puede tocar esas fibras si lo hace con respeto”. “Cada vez me mojo más. Antes hablaba de cosas más neutras, ahora me atrevo a tocar temas difíciles, sin renunciar al humor”, concluye.

JAM en una de sus actuaciones

JAM en una de sus actuaciones

A pesar de su proyección internacional, JAM mantiene los pies en el suelo. Vive en Copons, un pequeño pueblo de la comarca de Anoia, junto a su familia. Viaja menos que antes, ensaya en casa, prueba ideas con sus hijos. “Siempre les enseño fragmentos. Si ríen, si se enganchan, es que voy bien. También mi pareja, que aguanta mis procesos de creación…”.

JAM no lleva nariz roja. No necesita maquillaje para ser payaso. Lo es cuando actúa, pero también cuando escucha. “Un buen payaso conecta; no importa si haces reír o no, lo importante es que el público sienta que estás con él, que compartes algo real”. Quizá por eso sus espectáculos son tan humanos: porque no buscan la carcajada fácil a cualquier precio.

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