En el mundo económico y en el científico se considera que Barcelona es una ciudad con mucha capacidad de innovar que sin embargo tiene dificultad para capitalizar y consolidar sus proyectos empresariales. En el mundo cultural se cumple también esta máxima. Los macrofestivales y algunas influyentes empresas culturales, iniciativas que surgieron en un periodo de gran creatividad en el inicio de este siglo, están bajo control de fondos de inversión externos, aunque mantengan a sus fundadores en los cargos de dirección.
Como el orden de los factores sí altera la percepción de las cosas, la lectura es más positiva si se le da la vuelta: faltan grandes empresas, pero la ciudad sigue siendo un activo laboratorio de ideas. Y corregir lo primero no implica dejar de trabajar para potenciar lo segundo.
En el terreno museístico puede trazarse un cierto paralelismo con la anterior afirmación. Barcelona dispone de museos importantes y con proyección, pero por mucho que lo intenten nunca estarán en condiciones de competir –en colección permanente y en macro exposiciones– con grandes instituciones de ciudades que han sido capitales de un imperio.
En cambio, estos mismos museos barceloneses forman parte de un ecosistema cultural en el que han surgido a lo largo del tiempo iniciativas de vanguardia. Los propios CCCB, Macba o Fundació Miró han sido en su día modelos a imitar en otros lugares.
n Barcelona se da una confluencia de arte, ciencia, tecnología, movimientos sociales y activismo político que no se encuentra en otras ciudades. Hay una dimensión experimental que está ya integrada en la marca de ciudad y es razonable apostar por ella.
Daniel G. Andújar muestra el alma podrida de la IA y Palacín que Montjuïc es periferia
En esta línea se inscribe la exposición Fabular paisatges que, hasta el 5 de octubre, presenta el virtual Museu Habitat en el pabellón Victòria Eugènia de Montjuïc. El proyecto, encargado a Manuel Borja-Villel por la Generalitat y en el que predomina el arte contemporáneo, sugiere una hoja de ruta para que Barcelona lidere el debate sobre cómo deben adaptarse los museos a los cambios sociales, tecnológicos o climáticos en marcha. Los artistas convocados tienen en común haberse esforzado en visibilizar lo que no es aparente.
Daniel G. Andújar (si le quitamos los filtros comprobamos que la IA tiene el alma podrida), Domènec (bienvenidos a la era del panóptico o de la sociedad vigilada), Mabel Palacín (queremos que Montjuïc sea parque pero siempre ha sido periferia) o Lola Lasurt (las danas matan a las personas más indefensas) son algunos de los creadores que han secundado esta causa.
De la mano de estos artistas excelentes, Borja-Villel y su equipo trazan con elegancia las líneas de una nueva cultura museística que –a pesar de los vientos reaccionarios que llegan desde EE.UU. y algunas capitales europeas– no puede abandonar su vocación de favorecer el diálogo entre culturas, disciplinas y generaciones a partir de movimientos como el feminismo, el anticolonialismo, el activismo climático o la justicia social.
Son caminos por los que los museos de la ciudad, con mayor o menor intensidad, llevan años transitando. Pero es apreciable la síntesis lograda con esta exposición, precedida por la publicación de una reveladora y provocativa monografía (“ No més museus, la ciutat és un museu ”), de muy recomendada lectura, dedicada a aquel experimento que fue el Museu Social de Barcelona, que duró de 1909 a 1920.
La exposición 'Fabular Paisatges', en Montjuïc
Cuando se clausure la exposición Fabular paisatges, el viejo pabellón ferial empezará a adecuarse para acoger la ampliación del MNAC, un museo que malvive embutido en un edificio, el Palau Nacional, que dispone de mucho menos espacio expositivo de lo que aparenta.
De acuerdo con lo se apuntaba al principio, parece tan necesario romper la cápsula del tiempo para anticipar lo que está por venir como favorecer que los museos que ya existen puedan renovar sus colecciones y su discurso. La ciudad debe poder seguir contándose, sin dejar de pensar en cómo quiere narrarse mañana.
Adiós al Café Central
El Café Central es una sala única. En ella conviven el alma de las viejas cafeterías y el de las buenas cavas de jazz. Para muchos se trata uno de los lugares menos prescindibles de la oferta musical madrileña. Ahora se ve abocada al cierre porque los amos del local no quieren renovarle el alquiler. La capital, que ha entrado en la vorágine del turismo de masas y de la fiebre inversora, se ve abocada a la uniformización que padecen ya otras ciudades, como Barcelona. Pero el café aún no ha cerrado. Mientras haya vida, hay esperanza.
El Picasso más catalán
Nació en Málaga, pasó su infancia en A Coruña, estudió unos años en Madrid y se consagró en París, pero sus años barceloneses fueron claves en su formación artística y personal. La revelación que abre hoy esta sección –los modelos negros de Las señoritas de Aviñón estarían inspirados en el arte románico, y no en el africano, como se pensaba hasta ahora– refuerza la idea de que su estancia en Catalunya tuvo gran influencia en algunas de sus obras más relevantes.
La inspiración barcelonesa de Refik Anadol
Al artista turco Refik Anadol le está resultando muy fructífera su vinculación con Barcelona. La venta de su obra digital inspirada en el gol preferido de Leo Messi –su prodigioso remate de cabeza en la Champions ganada por el Barça en 2009– por 1,8 millones de euros (que se destinarán a fines benéficos) se suma al éxito obtenido en su intervención en la fachada de Gaudí en Casa Batlló. El NFT correspondiente se vendió por 1,3 millones, parte de los cuales se destinó también a beneficiencia.
