Si Balsam Karam (Irán, 1983) no creyese que el dolor es generacional, probablemente no hubiera escrito La singularidad (Mapa), su nueva novela, donde una desconocida no encuentra a su hija. Cada mañana, esta mujer sin nombre recorre el paseo marítimo, la corniche, en busca de su hija. “Quería emplear esta palabra francesa porque todos los territorios colonizados por Francia, desde Oriente Medio hasta Vietnam, la conocen”, explica la autora, que visitó Barcelona para presentar su nuevo libro.
Karam se pasea por la Barceloneta. A diferencia de la protagonista, no busca a nadie. “No hay pena, ni dolor”, tan solo el sol. “El dolor. La muerte. La pérdida. La pena. Quería hacer un libro que ahondara en todos esos sentimientos”, adelanta.
El dolor no entiende de nacionalidades”
La desconocida no es el único personaje de esta “novela extrema”. En estas páginas, convive también una embarazada cuya identidad tampoco se desvela. Las dos mujeres solo se encuentran en una ocasión, cuando la desconocida, desesperada por no encontrar a su pequeña, se suicida. “Cuando escribes un libro sobre el dolor, este no entiende de nacionalidades. La historia de estas dos mujeres es la de muchas mujeres kurdas, palestinas, de Sudán o del Congo, que en una situación de guerra se quedan solas”.
La autora se toca el pelo, se mira al espejo y maldice las fotografías antiguas que la persiguen desde la publicación de su primer libro, Horizonte de eventos (Temas de Hoy, 2021): “Ambos títulos se relacionan con el espacio. El horizonte se encuentra en la superficie, mientras que la singularidad se halla en el final de los agujeros negros. Una vez llegas a la singularidad, no puedes salir”.

Balsam Karam en la playa de Barcelona
A Balsam Karam el mar no le asusta, “es el reflejo de la libertad”. Su familia, socialista, tuvo que ser deportada de Irak a Irán, “no recuerdo mucho de Irán. Tengo más presente Afganistán, donde estuve viviendo hasta casi los seis años”. Allí fue donde la autora conoció a Rodia, amiga de la embarazada. De esta sí conocemos la identidad, puesto que en el pasado fue vecina de la escritora, pese a que no se han vuelto a ver desde que se fue de Afganistán. “Es la parte más autobiográfica de la historia. Probablemente, Rodia esté muerta. Eso es lo que hacen las guerras: matar, matar y matar”.
La autora reflexiona sobre lo que ocurre cuando una persona tiene que marcharse o cuando debe quedarse, pero a su alrededor nada es lo mismo: “Te deja una señal”. La sensación de pérdida que desprende la novela ante una desgracia que no es ni tan siquiera propia es “la consecuencia del trauma generacional. Conectas con el dolor en una montaña de traumas”. Lo mismo le sucede a Balsam Karam, que sufrió la muerte de su hija tres días antes de la fecha prevista de parto. “Cuando perdí a mi hija, mi mundo y el de mi familia se derrumbó. Mi madre me dijo que, junto a su deportación, en 1980, fue lo más duro de su vida”.
Las únicas personas para las que no escribo son para la mayoría de un país”
La estructura de la novela, dividida en tres partes, parte de esa situación: “La novela es cíclica, los pensamientos interfieren los unos con los otros porque el trauma generacional funciona así. De repente, se superponen los recuerdos, las vivencias. A la desconocida y a la mujer embarazada les une el dolor”.
La entrevista se realiza un jueves. Toda la novela sucede en un solo día, un viernes: “Tenía que ser así porque en la cultura judía y en la musulmana es un día sagrado. El dolor de la novela con lo sagrado de la religión ”. Karam pasea por encima de las rocas, cuando señala el peso “ancestral” que tienen en la novela: “Las rocas son el material con el que los niños, en el libro, construyen una montaña que los protege de la guerra”. Aquí no hay niños, pero sí turistas que sacan fotos: “Con los móviles se pierde la esencia de la vida, el estar aquí y ahora. Si la mujer que no encuentra a su hija en la novela la hubiera llamado, terminaría la historia”.

La autora de la novela La singularidad
¿Se puede escribir una novela sobre prejuicios sin caer en ellos? “Sí, mientras no se cuente lo que los personajes ya saben. Si escribes sobre el racismo, no hables sobre lo que es el racismo. Lo más importante es no caer en la idea de nacionalidad. Una persona sueca es también una persona kurda, como yo. La únicas personas para las que no escribo son para la mayoría de un país. Es un libro de minorías: inmigrantes, víctimas del dolor de una guerra, mujeres solitarias y aquellos que han perdido su lugar de origen”.