Chimamanda Ngozi Adichie (Enugu, Nigeria, 1977) siempre soñó con ser leída, “pero no famosa”, tal y como reconoce a La Vanguardia. Tanto es así, que el nombre con el que aparece en la videollamada es un alias. “Lo utilizo para poder navegar por internet sin que la gente sepa que soy yo”. En un futuro sueña con que la gente pueda acceder a sus libros sin que sepan nada sobre ella, aunque sabe que con la huella digital eso es bastante improbable y cualquier curioso puede obtener información a un golpe de clic. Ama a sus lectores, pero siente que sus movimientos se vigilan con lupa, especialmente los más polémicos, como cuando reconoció en una entrevista a The Irish Times a mediados de año, que había tenido gemelos por gestación subrogada. Una confesión que causó cierto revuelo, pues la escritora siempre se ha mostrado muy contundente en sus opiniones respecto a los derechos de la mujer.
A día de hoy, como en cualquiera de sus anteriores etapas, prefiere dejar a un lado sus vivencias privadas, la que no ha narrado específicamente en un libro, aunque no evita abordar los temas que las rodean en sus escritos, como se puede ver en su nueva novela, Unos cuantos sueños (Random House / Fanbooks), donde una de las protagonistas se enfrenta a una maternidad tardía, igual que ella, que durante la entrevista pone la oreja para saber si sus bebés se han despertado. “Durante muchos años, en mi juventud, pensé que no tendría tiempo de ser madre porque la escritura me absorbería todo el tiempo. Asumí que sería una fantástica tía para mis sobrinos, y eso me parecía suficiente. Con los años, cambié de opinión, pero entonces quedarme embarazada parecía imposible por múltiples problemas de fertilidad. Haber nacido mujer conforma tu vida de una manera muy distinta a si eres hombre. Tener un hijo a los 23 años sería lo óptimo, ¿pero quién está preparado mental y económicamente a esa edad? ¿Y qué sentido tiene que un parto sea algo tan heavy y complicado? Lo digo con conocimiento de causa, me enfrenté a uno. Si tuviera a Dios delante, le preguntaría, ¿amigo cuál es el plan que tienes con todas nosotras?”.
Vuelve a la ficción doce años después. ¿Quería que sus personajes hicieran esa pregunta por usted a alguna deidad?
Han sido doce años pero no porque yo quisiera. Intentaba escribir novelas, pero nada funcionaba y solo me nacían ensayos. Me hubiera encantado combinar, pero la página en blanco acechaba. Esta novela surgió poco después de la muerte de mi madre, así que me gusta pensar que ella me ayudó a superar mi bloqueo y que me animó a contar la historia de estas cuatro mujeres africanas que residen en Estados Unidos: Chiamaka, que es escritora de viajes; Zikora, una abogada; Omelogor, una ex banquera que lo deja todo; y Kadiatou, una camarera de hoteles.
Su madre falleció un año después de su padre. Y, luego, la maternidad. ¿Cómo ha cambiado su escritura estos acontecimientos?
Me ha cambiado completamente. Cuando uno cambia, lo hace también su escritura, porque esta proviene de nuestro interior. Es inevitable que yo mire ahora al mundo de un modo distinto. La pérdida de mis padres fue devastadora, sobre todo porque yo tenía una relación muy estrecha con ellos. Al marcharse, sentí como mi base, hasta ese momento firme, se tambaleaba. Todavía hoy lo hace. Escribí este libro desde esa inestabilidad. Y, por sacar algo positivo de todo este derrumbe, la inestabilidad permite novelar mejor. Visto así, si ellos siguieran, me hubiera quedado con el ensayo.

Chimamanda Ngozi Adichie, hace cuatro años, en Barcelona
La novela le permite igualmente hacer reflexiones. Sus protagonistas, por ejemplo, y puede que, de forma indirecta, usted también, se preguntan si es posible ser verdaderamente conocido por otro ser humano. ¿Ha hallado alguna respuesta?
Absolutamente ninguna, salgo con más preguntas. Tenemos conexiones íntimas con otros seres, sí, ¿pero lo son al 100%? ¿Es eso posible?
¿En sus inicios como escritora ansiaba ser conocida y conectar con otros humanos, igual que lo desea con todas sus fuerzas Chiamaka? Y, ahora que lo ha logrado, ¿le gustaría dar marcha atrás?
Siempre he sido muy ambiciosa. En clase quería ser la primera y cuando en alguna asignatura no lograba serlo, me molestaba muchísimo. Estudiaba muchísimo y, a la vez, tenía muchos amigos. Quería ser la que más tuviera, destacar en todo. Debo decir que todo eso era agotador. Así que sí, es evidente que quería publicar libros que la gente leyera. Pero, efectivamente, hay momentos en que no me importaría dar un paso atrás y alejarme de todo esto. No me refiero a dejar de escribir, sino a que la gente se olvide de mí.
Admiro a la gente que es valiente, es una cualidad que hoy en día escasea”
Eso parece que está fuera de su alcance. Le ocurre a sus protagonistas. Todas ellas parecen querer algo difícil de conseguir.
Pero no imposible. Una busca el amor, que todavía no ha encontrado, pero no pierde la fe. Otra tiene la vida solucionada pero busca enfrentarse a nuevos retos y, al final, lo deja todo y sale de su zona de confort… Al final, lo importante es ser valiente. Yo admiro mucho a la gente que lo es, es una cualidad que hoy en día escasea. Se necesita valor para vivir la vida que quieres vivir. Especialmente si eres mujer, porque se hace un juicio sobre nosotras con mucha más facilidad. Todo el mundo opina sobre nosotras, incuso las propias mujeres. En mis novelas, especialmente en esta, trato de que aparezcan mujeres que, pese a las circunstancias, hacen lo posible por vivir la vida que les da la gana.
No todas tienen esa suerte. Kadiatou, una mujer de Guinea que pide asilo en Estados Unidos y acaba trabajando de limpiadora en un hotel, se inspira en Nafissatou Diallo, que acusó en 2011 al entonces dirigente del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, de violación. ¿Qué le motivó a rescatar su historia?
En realidad, Kadiatou no es solo Nafissatou, sino todas las mujeres de cualquier parte del mundo que han experimentado algún tipo de abuso sexual. Pero sí, reconozco que me inspiré en Nafissatou. Su historia me impactó y recuerdo una cobertura mediática terrible en 2011. Se explicó todo de un modo que la gente acabó empatizando más con Strauss-Kahn que con ella. La deshumanizaron por ser una mujer racializada y limpiadora. Y eso me hirió. Nos hirió a muchas porque Nafissatou era algo más: la posibilidad de que las mujeres más indefensas lograran la dignidad que todas merecemos. Lamentablemente, han pasado más de diez años y casos como este se repiten. De hecho, parece que vamos a peor, al menos en Estados Unidos. Todos los pasos que dimos hacia delante parece que los damos ahora hacia atrás.
Y en la literatura africana, de la que siempre hace bandera, ¿se ha avanzado en algún aspecto? Usted denunció en una charla TED en 2005 que las pocas historias que llegaban solo hablaban de pobreza y violencia, que parecía haber una “historia única”.
Sí, ha mejorado, aunque tengo bastantes peros al respecto. Hay más escritoras y escritores africanos. Bueno, ya los había, me refiero a que cuentan ahora con más cobertura mediática. Y es cierto que, cuando hablamos de África, hay un poco más de consciencia. Pero, de nuevo, creo que damos pasos de cangrejo y que el mundo se está volviendo populista y de derechas, lo que hace que muchos inmigrantes, entre ellos los africanos, regresen a sus países. Y eso, a la larga, hará que vuelvan de nuevo las historias únicas. A los retrógrados no les interesa lo contrario.
El personaje de Chiamaka demuestra que todavía queda camino por hacer en el sector editorial, pues se le presupone por su procedencia que tiene que escribir sobre unos temas concretos.
Ella es una escritora de viajes y, por ser africana, le piden que escriba sobre la guerra en el Congo y sobre lo que sucede en Sudán. Parece que no pueda encontrar un trabajo de lo que quiere. Tengo la suerte de que yo puedo escribir de lo que deseo, pero la mayoría de jóvenes racializadas que empiezan en esto, no. Eso llevó a preguntarme: ¿quién está autorizado a soñar?
La novela, de hecho, se cuestiona qué parte de los sueños de una mujer son realmente suyos.
Es uno de los mensajes principales. Hablo con mujeres y a veces pienso, ¿es esto lo que tu corazón te pide realmente? Es complejo. Para una mujer es difícil llevar a cabo lo que su corazón sueña; la sociedad tiene otros planes.
¿Y por qué toda esta trama la ambienta en la pandemia?
Porque ya temblaba todo y ahí vimos como todo se desmoronaba. La covid nos obligó a enfrentarnos a nuestra fragilidad y yo solo espero poder hacer lo mismo, aunque sea con una sola persona. Si todos escucháramos más nuestro interior, nos ahorraríamos muchas cosas.