Ha muerto el rey de la moda y con él se va una manera única de entender la elegancia. Tan única fue, que a lo largo de cincuenta años no tuvo que impugnar ni una sola línea de su narración estética. Tampoco necesitó reinventarse como la mayoría, ni dar giros de estilo o lanzar hits de temporada para agotar existencias entre los influencers. “Si lo que creé hace 50 años todavía es apreciado por un público que ni siquiera había nacido en ese momento, esta es la recompensa definitiva” declaraba a Alexander Fury en su última entrevista publicada el pasado domingo en el suplemento HTSI del Financial Times.

Giorgio Armani, en enero pasado en Milán, en la presentación de su colección otoño-invierno 2025/2026
A sus 91 años, el diseñador aparecía fotografiado en el jardín de su casa de Saint-Tropez vestido con uno de sus uniformes de verano: pantalón corto blanco, camiseta azul marino. Los pies en cambio mantenían una conexión con el presente: unas snaekers verde lima. Entre sus manos sostenía el libro I moralisti classici. De Machiavelli a La Bruyère, de Giovanni Macchia. Lecturas propias de un hombre que buscó la sabiduría y la aplicó en su oficio, aprendido desde abajo, como empleado de La Rinascente.
Armani clavaba las proporciones, por ello su ropa tenía buena caída sobre el cuerpo. Aprendió de los estudios anatómicos de Leonardo da Vinci, El hombre de Vitruvio, que representaron el ideal renacentista de belleza y proporción. Leonardo partió de los apuntes de Vitruvio dibujando, diseccionadas, todas las partes del cuerpo. Entre sus hallazgos, observó que la envergadura de los dos brazos extendidos equivalía a la altura del cuerpo. Giorgio Armani vistió estas proporciones, y para ello tuvo que eliminar las partes duras del traje. Empezó borrando. Podría decirse que hizo un vaciado de la sastrería clásica, quitándole ampulosidad y rigidez. Y, a la vez, inauguró la estética de la llamada “nueva masculinidad”. Aquel “hombre blando” de finales de los 80 y 90 tuvo en los hombros redondeados de Armani un primer refugio, demostrando que no hacía falta disfrazarse de ejecutivo agresivo para ir a trabajar. “Más que inventar 50 tonos de gris o de impecables bordados su grandeza radica en liberarnos de corsés para mostrarnos al mundo, y esto solo lo logran los grandes revolucionarios” reflexiona la directora de Harper´s Bazaar , Inma Jiménez.
Si Ferran Adrià deconstruyó la cocina, Armani hizo lo propio con el sartorialismo, pero sin ninguna duda, una de sus causas más comprometidas fue la búsqueda de un uniforme para la mujer que empezaba trabajar. En 1975, cuando funda su empresa, las primeras profesionales se incorporaban a la vida activa, y precisaban de un estilo que les confiriera dignidad. Y proyectó un traje ligeramente torneado en la cintura, pantalones de pinzas que otorgaban soltura y comodidad, y una caída perfecta de las telas. De Power dressing fue etiquetado. Armani ya se había dejado fascinar por la cultura japonesa, pero su minimalismo –a diferencia de los orientales o los belgas– tenía autoridad y una flexibilidad envolvente.
Entre todos los creadores, Armani prefería a Gabrielle Chanel, que les puso pantalones a las mujeres por primera vez. Ambos celosos de su intimidad y misteriosos, compartían un hecho fundacional: emprendieron su sueño gracias a un amor. El de Coco fue Boy Capel, que la ayudó en sus inicios como sombrerera. Sergio Galeotti lo hizo con Armani creando juntos la marca. Durante diez años formaron un tándem que fue estudiado en las escuelas de negocios. Creatividad y negocio impulsados como un meteorito fueron elevando su prestigio, coqueteando con Hollywood, disparando su cifra de negocios, y ganándose, literalmente, el nombre de Emporio. La muerte prematura de Galeotti fue un golpe duro, pero con determinación ha sabido mantenerse independiente en el goloso olimpo del fashion business .
No me interesa tanto la felicidad como la serenidad”, me dijo una vez
Giorgio Armani ha fallecido con las sneakers puestas. Estaba preparando su 50 aniversario: un desfile conmemorativo este mes y una exposición en la Pinacoteca de Brera. La primera vez que lo entrevisté, en 1993, le pregunté bien ingenua si había alcanzado la felicidad. “No me interesa tanto la felicidad como la serenidad, y esta sí la tengo”. Con esa misma serenidad reinó en la moda durante medio siglo.