Dos personas, pongamos por caso, se sientan en una mesa de un café en París. Una de ellas lleva una bolsa de plástico, de donde extrae siete bols de cerámica con un cepillo de plástico de colores en cada uno, tres cajitas de cartón plegadas sobre las que dispone un peine de plástico amarillo, seis pequeñas gomas de borrar con forma de gafas de sol, una miniplanta de plástico y un pequeño cesto de mimbre, y lo dispone meticulosamente sobre la mesa. Charlan un rato y, luego, los objetos vuelven a la bolsa y los dos se marchan.
Esta podría ser una de las acciones artísticas de André du Colombier, artista con alma de poeta a quien el Museu Tàpies dedica la exposición Un punto de vista lírico, hasta el 22 de febrero, la primera monográfica que se hace en un museo. No sufran si el nombre no les suena, porque no ha figurado nunca en los grandes circuitos institucionales, pero sí contó con un pequeño grupo de coleccionistas y galeristas que lo apoyaron y gracias a los que se ha podido hacer la muestra, y por los pelos.
![André du Colombier, Untitled [La farine et la bouillotte]. (Sense títol [La farina i la bossa d’aigua calenta]), 1977. Tres fotografies d’època en blanc i negre (detall). Cortesia de la col·lecció d’Anka Ptaszkowska](https://www.lavanguardia.com/files/content_image_mobile_filter/uploads/2025/09/16/68c98b0e35866.jpeg)
André du Colombier, Sin título (La harina y la bolsa de agua caliente), 1977. Tres fotografías de época en blanco y negro
Papeles de colores con textos manuscritos que juegan con las palabras, fotografías y objetos banales
La directora del museo, Imma Prieto, recuerda que no hay mucha información sobre esta “figura enigmática, un artista maldito y radical, que va a la raíz del lenguaje disruptivo”. Nació en 1952 en Barcelona con el nombre de André Paliard Iscu, de padre francés y madre de ascendencia rumana, y se sabe que en los años setenta llegó a París, donde estudió Filosofía y Literatura; allí desarrolló su obra y murió en el 2003. En 1977, ya como André du Colombier (del palomar), en la galería Éric Fabre de la capital francesa, hizo su primera exposición individual, Modestia, competencia y eficacia, a la que seguiría un periplo no muy conocido pero que lo llevaría a conocer a la galerista Anka Ptaszkowska, fundamental no solo para impulsar y apoyar su obra, sino también para salvaguardar buena parte, pues su colección abastece gran parte de la exposición del museo y es su origen. Sin embargo, Ptaszkowska contrajo una grave demencia y el proceso estuvo a punto de descarrilar, hasta que su hija dio permiso para vaciar de obras su apartamento parisino, que el museo ha catalogado y expone en buena parte.
Adam Szymczyk, comisario de la exposición, define su obra como “una poesía lírica que el público tiene que interpretar, porque los artistas son una guía però de forma no ortodoxa, y en su caso utilizaba imágenes y objetos igual que los poetas utilizan las palabras”.
Artista pluridisciplinar, utiliza muchos juegos de palabras, a menudo manuscritos sobre grandes papeles de colores, con importancia de acentos, puntuación o mayúsculas, pero también juega con postales, trípticos fotográficos en que se retratan acciones o varios objetos banales artísticamente alineados, en un absurdo que empuja a reflexionar sobre sus interconexiones. También hay algunos de los objetos que mostraba en cafés, sobre varias mesas y, al lado, la bolsa donde los llevaba.
Para Szymczyk, “a menudo trabaja más como un director de arte o incluso un copywriter, que a través de la repetición busca el momento perfecto, pero inmerso en un arte menor, un artista conscientemente al margen que no estaba interesado en el mercado ni en el sistema, que más bien despreciaba”. Como ejemplo, una de sus primeras obras conservadas: parece la marca de un lápiz sobre un papel de vidrio, pero es producto del frotamiento del papel contra el marco de una puerta.
La exposición no está pensada como una recopilación exhaustiva, sino una introducción a su manera diversa de hacer, para desvelar el mundo de un artista que todavía está por descubrir.