No hay persona más peligrosa que un hombre inseguro y lleno de complejos que se cree traicionado en el amor. Alguien cuyo drama es no sentirse merecedor de nada, un marginado que sufre el síndrome del impostor. A este le basta una chispa para convencerse de que la perfidia femenina está en marcha...
Eso que saben bien tantas víctimas del terrorismo machista lo analizaban Verdi y el libretista Arrigo Boito a finales del s. XIX, fascinados por el loser Otello, el personaje de Shakespeare al que corroen los celos hasta las últimas consecuencias. ¡Pobre Desdemona! La dama veneciana vivía un amor por el moro veneciano que nadie comprendía. ¿Cómo podía querer al rudo y colérico militar de clase –y raza– inferior?
Siete minutos de aplausos en los que la soprano se proclama favorita del público del Real, junto a la orquesta dirigida por Luisotti
En la ópera verdiana –como en tantos titulares de prensa de hoy en día– la víctima mortal es lo de menos. Es Otello el personaje que es objeto de análisis, la víctima de la miserable maquinación con la que Iago busca vengarse por no haber sido él el ascendido, en lugar de Cassio. Y lo tiene fácil para intuir cómo manipularle, pues nadie mejor que un envidioso –que tampoco se cree merecedor ni del cargo al que aspira– conoce el mecanismo de los celos.

Otelo mata a Desdemona mordiendo el cuello, como un auténtico león
De todo ello se aprende un poco más viendo el montaje que David Alden ya estrenó en el Real en el 2016 y que ayer abrió una temporada en el coliseo madrileño que cuenta con cuatro Shakespeare más. El director de escena, que hace de Iago un hilo conductor, es fiel a Verdi más que a Shakespeare al no entrar en lo racial. Con la inmensa ayuda de la partitura y de una iluminación que crea sombras amenazadoras sobre una escenografía espartana, busca mantener la tormenta inicial y alargar la tensión psicológica. Una lección de ritmo actoral, coro incluido.
Pero quien debía poner toda la carne en el asador era Brian Jagde, el tenor de moda que justamente debuta en el rol. Jagde sufre, canta, hierve, se atormenta, ama y mata -de un beso en el cuello de Desdemona que acaba en mordisco mortal- con esa voz plena, contundente y por momentos desbocada que tiene, y que convence sobre todo cuando adquiere un tono amenazador. Y lo hace junto a la tan magnética y creíble Asmik Grigorian –inmensa en el aria en la que presagia su feminicidio– y un Gabriele Viviani en la piel de Iago, que se reivindica como el maligno: “Siento el fango primitivo en mi interior”.

Asmik Grigorian como Desdemona enlos momenos felices del inicio de la obra, cuando los militares llegan victoriosos a Chipre
El público del Real –al que no se unieron los Reyes, que estaban volviendo de Egipto– se deshizo en aplausos con el reparto –la soprano fue la favorita–, pero enloqueció con la orquesta dirigida por un abrasador Nicola Luisotti, que vive montado en la onda energética del Real. Fueron en total siete minutos celebrando la noche inaugural. Por cierto, finalmente Sus Majestades han puesto el palco Real a disposición de la sociedad civil cuando ellos se ausenten...