La mort i la primavera
★★★★✩
Autoría: La Veronal, a partir de la obra de Mercè Rodoreda.
Idea y dirección artística: Marcos Morau.
Intérpretes: Maria Arnal, Fabio Calvisi, Ignacio Fizona Camargo, Valentin Goniot, Jon López, Núria Navarra, Lorena Nogal, Marina Rodríguez.
Lugar y fecha: TNC (25/IX/2025)
La muerte más que la primavera se abalanzó como oscuridad, amenaza y grito desesperado en el TNC. Más que Mercè Rodoreda y su desasosegante ficción distópica se adueñó de la protocolaria noche inaugural de la temporada el bulldozer implacable de una realidad de masacre y exterminio en Gaza. La reivindicación ocupó el escenario con un mensaje institucional proyectado antes de empezar el concierto bailado de La Veronal y volvió como epílogo cantado a cappella por Maria Arnal, mientras a su espalda la compañía y los técnicos del teatro desplegaban solemnes una pancarta de denuncia y la bandera palestina.
Entre esas dos bofetadas de consciencia, Marcos Morau desplegó una atmósfera tan opresora como liviana en su relación literaria con el material legado por la autora. Hace seis años, Joan Ollé convirtió la novela inacabada en un cuento macabro con aires de Tadeusz Kantor. Se estrenó a pocos metros, en la Sala Petita del TNC. Ahora regresa La mort i la primavera a la Sala Gran como una densa penumbra al servicio de una grandiosa cúpula sonora: el universo de efectos creado por Uriel Ireland -con la intervención grabada y distorsionada de la propia Rodoreda- y las composiciones de Maria Arnal y su voz, a veces acompañada por los bailarines-intérpretes de la compañía. Un magma musical que transita entre las escalas modales de las tradiciones balcánicas y el folclore más próximo.
Un espectáculo paradójicamente etéreo ya que se basa más en lo inasible de lo sonoro que en lo tangible de unos cuerpos que giran como derviches, componen imágenes que evocan grupos escultóricos de Rodin (quizá unos Burgueses de Calais y su mismo aliento sacrificial) o reivindican el repertorio característico de La Veronal, con Lorena Nogal casi alcanzando esa presencia totémica de Pina Bausch en Café Müller. Una referencia a la maestra del Tanztheater que estalla aquí también con el vuelo rabioso de rosas sangre. No es la primera vez -ni será la última- que ese lenguaje coreográfico de Morau y su compañía cobra todo su sentido cuando se pone al servicio de lo oscuro, de las piedras que oprimen el alma. Siempre hay un cierto grado de extrañamiento, casi cercano al espanto, en esos cuerpos distorsionados, quebrados, empujados, enajenados, manipulados por un demiurgo delante de una mesa de edición que los para, acelera o los sincopa a voluntad. Un creador de monstruos fantasmales, como en el horror japonés contemporáneo.
Aun así, en este espectáculo lo coreográfico pierde tanto peso como la rica dimensión literaria-dramatúrgica marca de La Veronal. Quizá sea esta su creación más abstracta, más sensorial, más abocada a sumergirse sin prejuicios en el inconsciente. Más disfrutable si nos olvidamos de Mercè Rodoreda y abrazamos la liviandad del averno. Si nos atamos con un hilo rojo a otros muertos.



