El último párrafo de Mi último suspiro, el fascinante libro de memorias del genial cineasta aragonés que nos obsequió antes de su muerte, en 1983, reza así: “Una cosa lamento: no saber lo que va a pasar. Abandonar el mundo en pleno movimiento, como en medio de un folletín. Yo creo que esta curiosidad por lo que suceda después de la muerte no existía ataño, o existía menos, en un mundo que no cambiaba apenas. Una confesión: pese a mi odio a la información, me gustaría poder levantarme de entre los muertos cada diez años, llegarme hasta un quiosco y comprar varios periódicos. No pediría nada más. Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, rozando las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba”.
Pues si con un par de años de retraso se levantara ahora don Luis de entre los muertos, llevaría un disgusto al comprobar que ya apenas si quedan quioscos de prensa a los que acudir. Pero en el caso de que topara con alguno abierto, volvería a la tumba con unos periódicos que le resultarían, si no incompresibles, francamente desagradables, a menudo mal escritos, llenos de una ingesta ensalada de siglas, extranjerismos, neologismos, insultos, mala leche y un insoportable abuso de la primera persona del singular por gente singularmente ininteresante, por no decir tonta, ignorante y hasta malvada. ¡Y eso sin pisar el mundo de la prensa digital o las redes!
Lo peor de todo, tras leerlos de cabo a rabo, ya que dispone de mucho tiempo, es que no sólo seguiría sin saber lo que va a pasar, sino lo que está pasando en este 2025, como así nos pasa a nosotros, fieles lectores de la prensa que seguimos entre los vivos, atónitos ante el aluvión de bulos y noticias falsas que nos invaden, ya no tanto desde el quiosco, sino desde todas partes y a todas horas, por tierra, mar, aire, las redes y el espacio.
Parece mentira que hasta que lo acuñara en 1944 el jurista polaco Rafael Lemkin, no existía el vocablo “genocidio”
Como decía Fernando Lázaro Carreter, allá por el 1991: “Es patente que la precisión de nombrar realidades nuevas constituye la primerea causa para prohibir neologismos”. Pero claro, nadie desde entonces le ha hecho puñetero caso al antiguo director de la Real Academia Española.
Aun así, a veces sí hace falta un neologismo para llenar un vacío lingüístico, como es el caso de “vivencia”, que se inventó Ortega y Gasset ante la imposibilidad de traducir con precisión al castellano el vocablo alemán Erlebnis, y a fe que acertó: ¿qué sería de nosotros sin nuestras vivencias?
Por mucho que la historia de la humanidad sea poco más que un interminable rosario de guerras y atrocidades parece mentira que hasta que lo acuñara en 1944 el jurista polaco Rafael Lemkin, no existía el vocablo “genocidio”. Mas las barbaridades cometidas por los nazis seguramente merecían, pese a la cantidad de sinónimos ya existentes, un neologismo a la altura de ese horror, y Lemkin dio en el clavo.
Ahora bien, no es ni mucho menos un término que se pueda utilizar a la ligera, pues significa la máxima atrocidad conocida de la que es capaz de cometer una nación contra una etnia o pueblo enemigo. Quizás aún sea pronto para calificar como genocidio lo que está llevando a cabo Israel contra los gazatíes, aunque la ONU ya ha dicho que lo es. En todo caso, para que sea considerado como tal, habrá que esperar el dictamen de los pertinentes tribunales internacionales futuros, si es que queda alguno independiente.
Nos sobrevuela el ángel exterminador
En una de las películas mexicanas low-cost (de escaso presupuesto) de Buñuel, hay dos pueblos enfrentados que se odian a muerte, cado uno en la orilla opuesta de un río. Un asesinato cometido por un bando no puede de ninguna manera quedar sin que lo vengue el otro. Pero antes de poder ser liquidado un joven matón, es, debido a una enfermedad pulmonar, llevado a la capital y metido en un primitivo y aparatoso pulmón de acero.
Viaja a la capital el hombre que lo ha de matar, pero al ver que sólo sobresale de ese enorme artilugio de acero la cabeza de su enemigo, se limita a asestarle una sonora bofetada en la cara del indefenso enfermo.
Sobran guionistas, algunos brillantes, del folletín en curso que sólo puede acabar mal. Y puesto que ya sabemos lo que va a pasar, pues más vale pensar en otra cosa, o quedarse en la tumba sin que te importe el espantoso desenlace, es decir, spoiler, como se dice ahora, que te puedan explicar los periódicos. Nos sobrevuela el ángel exterminador.



