Más que de “reposición” de la premiada obra El día del Watusi, la adaptación teatral de la novela de Francisco Casavella que hizo Iván Morales en abril del 2024, en el Teatre Lliure prefieren hablar de “remontaje”. La razón es muy fácil: ha habido cambios significativos.
El primero, el lugar: de la sala de Gràcia, con dos centenares de localidades, pasa a la sala Fabià Puigserver, en Montjuïc, con 400 butacas. “Aquí la obra coge una espectacularidad, que hace que la misa watusiana aún sea más sagrada”, manifiesta el adaptador y director. La grada se ha colocado a lo largo de la sala y a un solo lado, en una disposición que seguramente es inédita, apunta al director del Lliure, Julio Manrique.
En la sala Fabià Puigserver la obra coge una espectacularidad, que hace que la misa watusiana aún sea más sagrada
El segundo, la adaptación, que Morales ha retocado, añadiendo alguna frase que ha considerado que tenía que estar, pero recortando por otra parte, de manera que la duración será similar: cuatro horas y veinte, con las pausas. Así como toda la iluminación, que pide este espacio mayor, y otros detalles técnicos.
El tercero, el reparto, empezando por el protagonista, que hace un año y medio interpretó Enric Auquer y ahora hace Guillem Balart. Los papeles que entonces hacía Balart, como Pepito, son para Artur Busquets. Hay otros que han pasado de un intérprete a otro, como el caso de Raquel Ferri, que con uno de ellos rinde homenaje a la cultura pop de los ochenta.
Reparto modificado
El cambio más radical es el de Xavier Sáez por Anna Alarcón, que además ha aprendido a tocar el bajo
Pero el cambio más radical es el de Xavier Sáez por Anna Alarcón, que además ha aprendido a tocar el bajo. “Así todo se radicaliza aún más, con edades y géneros entre intérpretes y personajes, de manera que esta búsqueda del Watusi es más sagrada y más jubilosa”, explica Morales, que confiesa: “Soy quien soy por Xavi y por Anna”. Con los dos ha trabajado unas cuantas veces, como en la mítica Sé de un lugar.
Balart pidió cuatro días para pensárselo, cuando Morales le propuso interpretar al protagonista. “La obra es un homenaje a todos los caídos y caídas de la transición, aquellos que los Juegos Olímpicos se tragó –declara el actor–. Son gente que intenta sobrevivir día tras día en unos tiempos convulsos”. Y confiesa “cierto miedo a poder sostener todas las funciones energéticamente”, porque “es construir una vida de quince años en cuatro horas de función; y eso solo lo permite el teatro”. Y Morales puntualiza: “Leer la novela supone 45 horas”.
En este segundo montaje, el director explica que han tenido tiempo para trabajar otras cosas: “De hecho, el tiempo de ensayo era lo mismo, pero hemos tenido más porque ya sabíamos lo que estábamos haciendo”. Y esta ganancia la han invertido en trabajo de campo: “Hemos quedado con amigos y amigas de Casavella, y hemos ido a misas evangelistas en l’Hospitalet, con el pastor Omo, que es un ejercicio escénico brutal”.
Hasta el 14 de diciembre, quedan muy pocas entradas para ver esta maravilla teatral, “la oda personal, heterodoxa y canalla de Francisco Casavella a la ciudad de Barcelona”, según el programa de mano. Alarcón concluye: “Algo se invoca cuando se hace la función, porque después pasan cosas”.


