El 10 de diciembre de 1896, en el Théâtre de l’Oeuvre de París, un actor llamado Firmin Gémier se dirigió al frente del escenario, observó a la sofisticada audiencia parisina y gritó a todo pulmón: “¡Mierda!” (“¡Merde!”, en francés, para ser precisos). El alboroto duró 15 minutos y al final el impacto estalló en pelea. Nadie había visto algo así y el teatro nunca más volvió a ser el mismo. Su autor era un excéntrico y talentoso joven de 23 años llamado Alfred Jarry, que se bañaba en absenta y paseaba en bicicleta disparando al cielo con su revólver cada vez que alguien le pedía fuego. La obra, Ubu R o i , había sido concebida como un ataque frontal al público burgués, al que el dramaturgo consideraba estúpido, infantil y vulgar en su búsqueda de riqueza y poder, pero el personaje de Padre Ubú, un dictador infame y grotesco, autor de un humor infantiloide y violencia descabellada, ha sido una figura omnipresente a lo largo del siglo XX hasta hoy mismo. Una figura alegórica y universal que ha representado a Stalin, Hitler, Mao, Franco, Pujol o Trump, este último representado en el óleo de Hélène Delprat que cierra en el Museu Picasso la exposición Ubú Pintor: Alfred Jarry y las artes , momentos antes de verlo por última vez, ahora en la Sudáfrica del apartheid, en una maravillosa película de William Kentridge.
La de Ubú es una figura alegórica y universal que ha representado a Stalin, Hitler, Mao, Franco o Pujol, y hoy a Trump
Alfred Jarry (Laval, 1873-París, 1907) había creado el personaje con 12 años en el Liceo de Rennes, inspirándose en un profesor pomposo y cobarde llamado Hébert, a quien Jarry y sus amigos apodaban “Padre Ubu”. Con el tiempo, Ubu se convirtió en una criatura terrible, desmesurada y cruel, dejando de ser la burla hacia un solo individuo para encarnar el potencial del ser humano para la bestialidad. La muestra comisariada por Emmanuel Guigon (hasta el 5 de abril) reúne casi quinientas obras y es el resultado de una profunda investigación en la que el director del museo parece llevar media vida inmerso y que ya arrojó una primera muestra en el 2000 en el IVAM de València. No descarta una tercera en el Musée d’Orsay, de donde vienen algunas de las obras expuestas.
Ubu R o i es una pieza angular de las vanguardias, precursora del dadaísmo y el surrealismo, y el teatro del absurdo. Pero más allá de la obra, la muestra del Picasso profundiza también la figura del propio Jarry, cuya vida se volvió cada vez más difícil a medida que su salud se deterioraba, las revistas cerraban y era perseguido por los acreedores. Pescaba para obtener la mayor parte de su sustento y vivía en su propia casita construida en un terreno que compró junto al Sena. Aspiraba a vivir la vida como una alucinación total y para ello bebió ingentes cantidades de vino y absenta. Murió a los 32 años.
Aspiraba a vivir la vida como una alucinación total y para ello bebió ingentes cantidades de vino y absenta
En el arranque de la exposición, junto a una fotografía montado en bicicleta, lo vemos en un retrato de Hermann Paul, guapo pese a la mirada nublada, como aguantando la sonrisa bajo un bigote ondulado. Perteneció a Pablo Picasso y lo conservó con él toda la vida.
'Retrato de Alfred Jarry', de Hermann Paul.
María González, gran especialista en Jarry y comisaria asociada, destaca su labor menos conocida como crítico de arte, rodeándolo de los artistas “marginales” a los que defendió: Gauguin, Filiger, Munthe o el aduanero Rousseau. “Resultaba muy novedoso que alguien defendiera el arte popular y marginal y se convirtió en un referente de los artistas de vanguardia”, señala González. “Picasso y Apollinaire estaban fascinados por la escandalosa personalidad de Jarry, que no dudaba en travestirse en Ubú u otros de sus personajes favoritos por las calles de París y cuando alguien le pedía fuego empuñaba su revolver, y como esa, otras muchas gestas absurdas que hoy podríamos calificar de performance y que tuvieron una enorme influencia, por ejemplo, en Duchamp”. La especialista recuerda la legendaria cena en la que Jarry, en una discusión con Manolo, el escultor, se transformó en Ubú, sacó su revolver y empezó a disparar al techo. Hubo desmayos y Apollinaire intervino quitándole el arma y entregándosela a Picasso, que convivió con ella en el Bateau-Lavoir. “Este episodio fue fantástico porque los amigos de Picasso vieron en este revólver el cometa que anunciaba un nuevo siglo estético”, señala.
La obra de Max Ernst 'Ubu Emperador'
También fue amigo de Paul Sérusier y Édouard Vuillard, además de con Toulouse-Lautrec y Félix Vallotton, los cuales ilustrarían varias de sus obras, como E l Almanaque del Padre Ubú , con imágenes de Pierre Bonnard. Gracias al reconocimiento póstumo de Breton, también fue fuente de inspiración para los surrealistas, que produjeron obras maestras como Ubú imperator (1923), de Max Ernst, prestado por el museo Pompidou. Las dos plantas que ocupa la muestra, están separadas por unas escaleras en las que suena Maxwell’s Silver Hammer, de los Beatles, en la que aluden a la patafísica, término acuñado por Jarry que hace referencia a la ciencia de las soluciones imaginarias, donde se aceptan las contradicciones y todos los puntos de vista posibles tienen la misma validez.
Uno de sus seguidores, Dubuffet, tiene habitación propia en el museo de la calle Montcada con obras extraordinarias que compiten con las de Picasso y también las de Miró, que “soñaba con hacer un montaje de Ubú [ahí están las grandes personajes construidos junto a La Claca para Mori el Merma , estrenado en el Liceu en 1978] y morir diciendo ‘mierda’”, recuerda la comisaria asociada. En diversas series litográficas, entre los cincuenta y hasta el final de su vida, Miró representó ogros bufonescos altamente sexualizados que amenazan inocentes. Uno de ellos está travestido y tiene el rostro de Franco.
La exposición dedica también un amplio apartado a la recepción de Ubú en los teatros catalanes, desde la primera puesta en escena de la entonces futura fotógrafa Pilar Aymerich, autora también de la primera traducción al catalán gracias al original que le regaló un drácula que conoció en un sótano al que los sábados por la tarde iba a bailar rock and roll, hasta la serie de Els Joglars a modo de sátira feroz contra Jordi Pujol.
