El condado de Brooklyn no ha adolecido precisamente de cronistas: foco de delicadeza y emotividad en Betty Smith, encarnación del azar y la posibilidad de redención en Paul Auster, infierno sin salida para Hulbert Selby Jr., exilio desencantado a ojos de William Styron o Colm Tóibín, etcétera. Sin embargo, probablemente nadie se haya acercado a él con una mirada más heterodoxa y rompedora que Jonathan Lethem (Nueva York, 1964), a lo que sin duda ha contribuido su pasión y conocimientos sobre el noir, la ciencia ficción y los cómics de superhéroes.
Títulos como Huérfanos de Brooklyn y La fortaleza de la soledad conseguían infiltrar en el costumbrismo social, el submundo delictivo y las tensiones raciales del lugar tantas veces reflejados elementos disruptivos (toques fantásticos incluidos) que canalizaban el relato hacia lugares y posibilidades muy estimulantes. Desplazado el foco a California en sus últimos libros —Anatomía de un jugador y El detective salvaje—, el condado se adueña por completo del relato en su último libro, que es radiografía y disección, homenaje y descifrado, tratado anatómico e invocación a fuerzas sobrenaturales, búsqueda de su música invisible y de su poesía más esquiva.
En última instancia, una visión única e intransferible (qué gozada la ilusión de leer acerca de algo sobreexplotado bajo el timbre constante de lo nuevo), donde la voluntad subversiva del autor y su hábitat natural parecen hallar su formulación más rica hasta la fecha.
Por este cúmulo desfila una serie de personajes que vamos abandonando y recuperando, pero también microhistorias o apuntes puntuales
Provocadora desde su mismo título, Brooklyn, una novela criminal es Brooklyn (o mil bajo el prisma caleidoscópico del escritor), pero ni es una novela en el sentido convencional ni es criminal —aunque abundan las transgresiones de la ley— si asociamos la etiqueta a lo que practicaba Raymond Chandler. Presentado desde buen principio como una investigación en la que estamos todos implicados, el libro lo componen ciento veinticuatro entradas de variada extensión —de un párrafo corto a cinco o seis páginas como máximo— y que se extienden desde los años 70 hasta el presente.
Por este cúmulo de viñetas o escenas breves desfila una serie de personajes que vamos abandonando y recuperando, pero también microhistorias o apuntes puntuales; pensemos en esos rostros compuestos de diminutas imágenes de otros rostros, que sólo se aprecian desde cerca pero que cada uno es esencial en la configuración del conjunto, y también en la combinación de planos secuencia filmados con grúa y de primerísimos planos donde se aprecia el sudor y la respiración de los implicados.
Un grafiti de Williamsburg, en el barrio de Brooklyn de Nueva York
La (no) novela pulsa el latido del asfalto, recopila e ilustra las leyes no escritas y los ritos cotidianos de la calle —deteniéndose en sus transacciones, símbolos y lenguajes ocultos—, rasca su palimpsesto histórico, convoca a los fantasmas del pasado, habita sus edificios en perenne mutación y, sobre todo, retrata a criaturas hechas por completo del barro del barrio, o a partir de su costilla.
Los conflictos raciales, los pequeños delitos —genial todo lo relativo al “baile”, la práctica teatralizada de robar a los pobres chavales la escasa calderilla que llevan encima— y la gentrificación son quizá los intereses más recurrentes en lo que, ojo incautos, tiene mucho de ejercicio de estilo y algo de variaciones musicales sobre un mismo motivo.
Se diría que Lethem se pasa el rato silbando mientras levanta su Brooklyn particular, hecho de recuerdos fabricados, traiciones imperdonables y leyendas urbanas
Jonathan Lethem, por medio de un narrador que es él y no es él, aunque siempre juguetón, bromista, perspicaz e irónico (todo esto se integraría en el “estilo encallecido” sobre el que el autor diserta con maestría), se diría que se pasa el rato silbando y zapateando mientras levanta su Brooklyn particular, hecho de recuerdos fabricados, ficciones que pasan por verdades, sueños rotos, traiciones imperdonables, leyendas urbanas y fuentes tan interesadas como poco fiables (abundan los lunáticos, borrachos y excéntricos, entre los que me quedo con El Susurrero del bar Brazen Head, guardián de las esencias, y El Escurridizo, ahora está, ahora no está).
Redimensión y resignificación de un lugar sobre el que parecía todo escrito, crónica hambrienta y coral de un crimen ambiguo (¿la muerte del Brooklyn mitificado que sólo existió en la mente del autor?), un estilo que fusiona admirablemente pensamiento y acción, Brooklyn, una novela criminal es también un baile, que da, da y da al que vacíe la mente de expectativas, como vacíos quedan los bolsillos de las víctimas de los manguis. /
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Jonathan Lethem Brooklyn, una novela criminal
Traducción de Rubén Martín Giraldez.
Random House
424 páginas
24,90 euros
