¿Cómo eran los romanos?

HISTORIA

Una exposición en el Museu Arqueològic de Catalunya explora la manera de pensar y la cultura de nuestros antecesores, parecidos a nosotros en algunas cosas pero muy distintos en la mayoría de ellas

ilustración de Riki Blanco

ilustración de Riki Blanco


¿Cuál era la forma de vida de los romanos, los valores y la cultura de la que somos herederos? ¿Tanto nos parecemos? Efectivamente, puede que seamos herederos, pero eso no significa necesariamente que seamos parecidos. Sí, es cierto que hay similitudes importantes, probablemente las más obvias de las cuales sean las lenguas romances y el hecho de que la cultura occidental guarda relación directa con el arte o la filosofía del mundo grecorromano, por no hablar de otras cuestiones como que compartimos la base de la dieta mediterránea.

Sin embargo, en otros terrenos la diferencia es abismal. Si dispusiéramos de una tecnología que nos permitiera viajar a cualquier ciudad romana nos toparíamos con un mundo muy distante del nuestro, salpicado de violencia, enfermedades, olores peculiares (por definirlos de algún modo) y unas desigualdades que harían palidecer a las actuales. Más que un viaje en el tiempo nos parecería que estamos en otra galaxia.

⁄ Se piensa en Roma como una foto fija, pero solo el imperio occidental duró más de mil años

Pero hay otras diferencias más sutiles aunque igualmente chocantes para los europeos de hoy, que disfrutamos de un amenazado pero todavía funcional estado del bienestar o de sistemas democráticos, maltrechos pero democráticos al fin y al cabo. El concepto de esclavitud, por ejemplo, es uno de esos terrenos en el que los puntos de vista están claramente alejados. “¿Cómo han podido inventarse la filosofía, la política? ¿Cómo han podido inventarse monumentos que encarnen tan perfectamente estos nuevos valores, y al mismo tiempo hacer luchar a los individuos en el anfiteatro, o convertir a una parte de la humanidad en esclavos?”, se pregunta el arqueólogo francés Yvon Thébert cuando aflora esa aparente contradicción.

Para la cultura liberal contemporánea la libertad es el valor supremo, o al menos lo ha sido de forma indiscutible hasta que esa cultura liberal ha empezado a estar amenazada por los autoritarismos. Sin embargo, en el mundo romano esa palabra no tenía el mismo sentido que hoy e incluso quienes no disfrutaban de ella podían muy bien no desearla. “¿Libertad? ¡Que se la metan donde les quepa!”, exclama Leoncio, un esclavo de Tarraco que se bate a menudo en la arena de los gladiadores y para el que revueltas como la de Espartaco, el famoso tracio que en el siglo I aC se alzó contra la república romana, no tiene sentido.

Reconstrucción del mosaico de una carrera de cuádrigas

Reconstrucción del mosaico de una carrera de cuádrigas

Isabel Moreno, Archivo MAC

A diferencia de Espartaco, Leoncio no fue real. Lo encarna un actor en uno de los vídeos de la exposición Imperium, abierta con carácter permanente en el Museu Arqueològic de Catalunya, en Barcelona, y que está dedicada a contar en toda su amplitud qué fue el mundo romano.

En realidad, y como admiten sus organizadores, puede que la muestra no destaque tanto por sus piezas arqueológicas (aunque es cierto que hay algunas de importancia) ni por su monumentalidad (si se compara con los grandes recintos de Italia o algunos yacimientos de la Península), como por la forma de contar el pasado y por el uso de la tecnología que permite al visitante, en cierta forma, mirar a los romanos a los ojos, conectar con su mundo.

“Esta es una exposición con muchas capas”, aseguran sus comisarios Mario Cervera y Arturo de la Oliva, “porque mientras muchos museos plantean muestras que se limitan a enseñar piezas arqueológicas, nosotros hemos querido ir más allá y les hemos dado el contexto, gracias a la tecnología”. Un contexto humano y tremendamente diverso, porque, tal como recuerda en el catálogo de la exposición la arqueóloga Isabel Rodà, en el imperio romano convivía una población multiétnica y multicultural, con toda la complejidad que ello implica. En esto sí que nuestro mundo globalizado se parece a aquel.

Pero, además, tal como recuerdan Cervera y De la Oliva, cuando se habla del mundo romano se tiende a pensar en las mujeres y hombres que vivieron hace dos milenios como una foto fija, cuando, en cambio, pervivió durante más de mil años, a los que habría que añadir otros mil del imperio Oriental hasta el fin de Bizancio. Por eso, explicar Roma quiere decir, más allá de las túnicas, espadas y gladiadores, contar los matices de una sociedad cambiante.

Retrato femenino conocido como la Dama Flavia, del siglo I dC, hallado en el yacimiento de Empúries

Retrato femenino conocido como la Dama Flavia, del siglo I dC, hallado en el yacimiento de Empúries

Archivo Mac

Matices como los del esclavo Leoncio. Porque muchas de las diferencias que nos separan de aquellas personas no resultan a veces evidentes, sino que son tan inmateriales y en cierta forma inasibles como corresponde a las formas de pensar y los valores con los que se ve el mundo. Maneras de pensar, además, distintas según la persona se encontrara en la base de la sociedad o en el punto más elevado de la pirámide.

La exposición está estructurada en torno a varios temas fundamentales en el mundo romano: el ocio y su opuesto, el negocio; la religión y la ciudadanía; o la mujer y la palabra, entre otros. En cada uno de ellos se presentan vídeos en los que varios actores interpretan a personajes ficticios, aunque basados en la realidad, que a través de los monólogos escritos por Eduard Olesti ofrecen una visión de los valores de los antiguos romanos, pero también de sus contradicciones. O de lo que a nosotros puede parecernos como tales.

/La ciudadanía, uno de los temas de la muestra, conecta con nuestros días por la inmigración

Como las de Claudia Faustina, una mujer de Alejandría, que junto a su marido se ha enriquecido con la compra y venta de esclavos. Ella, que fue quien en su momento ideó el negocio, cuenta que la actividad iba bien hasta que un día de mercado quedó impactada por la imagen del llanto de una madre pues su hija estaba siendo vendida. La situación le afectó tanto que su punto de vista cambió de forma radical, aunque de una manera, al menos desde nuestra óptica, difícilmente comprensible.

A partir del incidente, la dómina prohibió la entrada en casa a los esclavos, el marido pasó a dirigir el negocio en solitario y ella, con este gesto, dejó de estar en contacto con la servidumbre de manera que el problema, a sus ojos, quedaba suprimido. Tal vez desde nuestro prisma moderno hubiera sido de esperar que Claudia Faustina se convirtiera en una activista contra la esclavitud o que al menos se desprendiera de sus siervos. Pero no movió un dedo en ese sentido porque en Roma la esclavitud era consustancial a la economía y a la sociedad. Tanto, que era prácticamente imposible imaginar un mundo sin ella aunque se la detestara.

Tampoco la religión, omnipresente en la Roma antigua, era exactamente lo que, desde la visión del siglo XXI cabría esperar, pues el sistema religioso tenía más que ver con la política y con la posición social que con la fe. Octavia Lépida otro de los personajes de la exposición, es una sacerdotisa encargada del culto a la emperatriz, de Lutecia (París), que ha alcanzado esa dignidad por las influencias de su familia y a la que sobre todo mueve la vanidad y la ambición, al estilo de lo que sucedió con los altos cargos eclesiásticos católicos de hace unos siglos.

El suyo “es un cargo importante, pero me lo merezco”, asegura. Su máxima preocupación no corresponde al ámbito moral o a transmitir una doctrina determinada, sino que se centra en celebrar más sacrificios y más espectaculares que sus antecesoras. ¿Y el cristianismo? Es una moda, asegura con una gran visión de futuro, “que se irá tan rápido como ha venido”.

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Sarcófago con el rapto de Proserpina 

V. Rovira/ Archivo MAC

Piezas espectaculares, objetos sorprendentes. Aunque la tecnología tiene un papel muy importante en la exposición, uno de los objetivos de la muestra es poner en valor el fondo del Museu Arqueològic al que pertenecen las piezas expuestas, algunas espectaculares y otras cuyo interés radica en su función en la vida cotidiana. Entre estas últimas se encuentran las pequeñas figuras de deidades, que recuerdan la importancia de la religión en el mundo romano, o un chocante tintinábulo de forma fálica, una representación destinada a atraer la buena suerte en una cultura, como la de la Roma antigua, donde la superstición estaba a la orden del día.

Entre las piezas de mayor tamaño y espectacularidad se encuentran varios sarcófagos, como el que representa una escena de caza de un león o el que muestra el rapto de Proserpina. Y, por supuesto, los mosaicos, como el de la carrera de cuadrigas, uno de los mayores hallados en Barcelona, el de las Tres Gracias u otro de menor tamaño que reproduce una escena marina, encontrado en Empúries.

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V. Rovira/ Archivo MAC
Estatuillas que representan varias divinidades. Datan  de entre los siglos I y III dC

Estatuillas que representan varias divinidades. Datan de entre los siglos I y III dC

V. Rovira/Archivo MAC

Es complicado que este tipo de religiosidad fuera un apoyo al que recurrir como consuelo ante las numerosas situaciones límite que acechaban a los romanos, en una sociedad marcada por la violencia, las enfermedades, la pobreza de la gran mayoría de la población y las importantes desigualdades.

Los peligros atenazan a Marco Sergio Metelo, un soldado de Singidunum (Belgrado), otro de los personajes de Imperium. Aunque las legiones romanas han pasado a la historia universal como una de las más formidables maquinarias militares de todos los tiempos y de que en el imaginario popular los legionarios son recordados como lo más parecido a máquinas de matar, Sergio Metelo está lejos de esa imagen.

Entonces, como ahora y como en el futuro -al menos hasta que la guerra sea una cuestión exclusivamente de androides y de inteligencia artificial-, los soldados son humanos, y la mayoría de las veces su primera preocupación no son las hazañas bélicas, sino el bienestar de su familia y su propia supervivencia. En su monólogo, este joven legionario recuerda que se alistó embriagado por las promesas de gloria y huyendo de la miseria, pero, una vez pasado el tiempo, el peligro y las malas condiciones de vida se han abierto paso hasta dejar al descubierto una realidad cruda y particularmente aterradora.

“¿Libertad? Que se la metan donde les quepa”, exclama un esclavo que no ve otro modo de vida

Sergio Metelo es un personaje que trae a la memoria las cartas rescatadas por los arqueólogos en los que soldados de diversos puntos del imperio escriben a sus familiares reclamando que contesten a sus misivas o quejándose de cuestiones tan prosaicas como lo bajo de su salario o la falta de prendas de abrigo. Pero la gran preocupación de Metelo es la muerte, una realidad omnipresente en un mundo romano donde la esperanza de vida general se situaba en torno a los 25 o 30 años.

“Moriré y nadie me recordará”, asegura el legionario, preocupado por su recuerdo, algo muy común en los romanos que creían que la muerte verdadera se producía cuando se perdía su memoria. De ahí la importancia que se concedía a los enterramientos y las lápidas en recuerdo a los fallecidos. El contraste con los héroes de la Antigüedad se hace mayor cuando Sergio Metelo concluye diciendo: “Quiero volver con mamá”.

El de madre es uno de los pocos papeles destacados que las mujeres podían ejercer en Roma, donde por lo demás estaban totalmente supeditadas a los hombres. Era una sociedad no solo machista, sino abiertamente misógina. En la exposición dos hermanos, Cayo Pelonio Rústico y Petonia Rufina –es de destacar que ellas en el mundo romano tenían un nombre con menos elementos que ellos porque se las consideraba inferiores jurídicamente- hablan de su padre. La niña, que es la mayor, cuenta a su hermano cuáles son las ventajas de ser mujer, pero también le explica el poder absoluto que el padre de familia tiene legalmente sobre todos ellos. “Algún día –responde Cayo Pelonio- todo será mío, los esclavos, las palomas, hasta tú serás mía”.

/Una sacerdotisa cree que el cristianismo “es una moda que se irá tan rápido como ha venido”

Es cierto, como se señalaba al principio, que la distancia entre los antiguos romanos y nuestro mundo es muy importante. Pero también lo es que “existen temas universales, cuestiones de siempre, que conectan con nosotros”, explican los comisarios de la exposición. Algunos de estos temas como la muerte o las cuestiones de género, son trascendentes entonces como lo son hoy y como lo han sido siempre. Otros regresan como un boomerang, como el concepto de ciudadanía –también merece un apartado en la muestra-, que fue fundamental entonces y que lo es también en la actualidad por el debate migratorio.

Hablando de debates, la política, el poder, ocupa otro de los espacios de la exposición. Allí, un senador de Corduba, Cayo Claudio Pulcro, relata su impecable y a veces inquietante hoja de servicios, desgranada en un monólogo repleto de lo que hoy llamaríamos supremacismo. Pulcro, que lamenta que la sociedad no le agradezca lo suficiente los servicios prestados, parece confundir su actividad pública con sus beneficios privados, una práctica que no estaba mal vista en la Antigüedad y que, a juzgar por los constantes escándalos contemporáneos, a un observador malpensado podría parecerle que une al mundo actual con el de entonces.

Imperium Exposición permanente Museu d’Arqueologia de Catalunya Barcelona www.macbarcelona.cat

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