El juego del calamar

Pelotas fuera

Los primeros partidos de Liga del Barça, también el de mañana, vienen jugándose a la hora del calamar. Es esta una afirmación literal y nada poética. A la misma hora que los de Hansi Flick patean el balón, los calamares son tentados por centenares de poteras a una milla escasa de la costa. Los pescadores, acomodados en sus embarcaciones, mueven el brazo arriba y abajo como los gatos de la suerte de los negocios chinos con la esperanza de que el cefalópodo se trague el engaño que se le presenta y acabe servido a la plancha o a la romana.

La pesca del calamar, desde la caída del sol hasta avanzada la noche, es de lo más futbolística. Así que ver un partido del Barça en el móvil desde un bote de vela latina no desentona. Si la salsa del futbol es la imprevisibilidad del resultado, la imposibilidad de garantizarse una victoria a pesar de que todo apunte a ella, lo mismo sucede con los puñeteros calamares. Uno regresa exactamente al mismo caladero que le llevó al triunfo el día anterior, pensando ya en el congelador que deberá comprar para acomodar tanta captura, y el bofetón de la realidad lo devuelve a casa de vacío. Lo que ayer era un festín es hoy miseria y compañía.

Y como en el fútbol, también los fracasos y los éxitos se estiran y estiran con conversaciones en las que es imposible llegar a conclusión alguna: ¿Por qué no pican hoy? ¿La corriente? ¿La Luna? ¿La temperatura? ¿El cariz del tiempo? ¿El color de las poteras?

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No acaban ahí las similitudes. Como en los partidos, uno cree tener amarrado un buen resultado, y las cosas se tuercen sorpresivamente en el último segundo, como le sucedió al Levante la semana pasada. El calamar ha picado, sus tentáculos están aferrados a la potera. Uno empieza a cobrar rápidamente el hilo de la calamanera, imaginando el tamaño del ejemplar por la resistencia que pueda ofrecer el bicho. Y cuando ya lo vislumbra, cuando está ya a un tris de alcanzarlo con el salabre, aparece de la nada una anjova que se lo lleva enterito de un mordisco y sin posibilidad de reclamar al VAR. ¿Es o no es fútbol en estado puro?

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Ricardo De Burgos Bengoetxea revisa con el VAR una jugada en la final de Copa entre el Barça y el Real Madrid en Sevilla

JOSEP LAGO / AFP

La captura, el calamar subido ya a cubierta, tiene también un comportamiento futbolístico. Aunque en este punto sus semblanzas guardan más relación con los directivos. Sacado del agua, consciente del desastre, el calamar hace lo que sabe: escupir tinta. Bañar de negro a quien esté a su alcance para cegarlo, como haría si estuviese todavía tratando de escapar de un predador a mar abierto. Pero no es más que un aprendiz comparado con los dirigentes del fútbol. Por ejemplo, la tinta del laportismo es mucho más eficaz, pues sirve para tapar enterita la ristra de incumplimientos de plazo y presupuesto del nuevo estadio del Barça. No sabemos todavía dónde jugará el equipo contra el Valencia en quince días. Pero sí podemos dar por sentado que con toda probabilidad también será a la hora del calamar. Así que tenemos garantizada la tinta, mucha tinta. Y después de la tinta, más tinta todavía. Hay que cegar para disimular, como el calamar.

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