Prohibido adelgazar en el sumo

Deportes sin fronteras

Ya no es un deporte exclusivo para los hombres en Japón

Una sesión de entrenamiento de mujeres practicando el sumo en Japón

Una sesión de entrenamiento de mujeres practicando el sumo en Japón

Louise Delmotte/AP

¿Se imaginan ir al médico, que les haga un chequeo y que les dé luz verde para ponerse las botas y engordar unos cuantos kilos? ¿O que familia, amigos y compañeros de trabajo, al verte más rollizo de lo habitual, te digan: ¡pero qué buen aspecto tienes!? Casi imposible en una sociedad llena de estigmas, estereotipos y la obsesión por los cuerpos conformados.

En el sumo, no solo un deporte sino una tradición sagrada basada en el ritual y el ceremonial sintoísta, cuyos orígenes se remontan a hace mil quinientos años, la técnica es muy importante, pero solo con la técnica no se va a ninguna parte. Hay que tener un cuerpo voluminoso (el ruso Orora Satoshi llegó a pesar 296 kilos, superando el récord del norteamericano Konishiki Yasokichi, que casi hacía saltar la balanza con 287, con el peso repartido entre grasa y músculo.

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Ha sido un reducto tradicional de los hombres, y lo sigue siendo a nivel profesional. Pero en el campo amateur se está abriendo paso un grupo de alrededor de seiscientas luchadoras japonesas (rikishi) que entrenan en algunos de los mismos gimnasios que sus equivalentes masculinos, y compiten en torneos internacionales, como el Campeonato del Mundo que se ha celebrado este mes en Bangkok. Y están determinadas a que no sea más que el principio de una revolución.

Los hombres suben al ring (dokyo) solo con una especie de taparrabos (mawashi) , mientras que las mujeres lo hacen vestidas, con camisetas y trajes despandex. “A lo mejor cuando me retire decido perder unos cuantos kilos, por razones de salud”, dice Airi Hisano, de 27 años, 1,72 m de altura y 115 kilos (la expectativa de vida de quienes practican el deporte es sustancialmente inferior a la media). Una comida suya típica consiste en carne de cerdo en salsa, verduras, arroz blanco y batatas.

Las rikishi son víctimas habituales del bullying y las burlas en un país donde el veinte por ciento de las mujeres tienen menos del peso del que les correspondería y el ideal de belleza es el de una geisha o la protagonista de Madama Butterfly. “A veces hay que tener mucha moral, ser muy fuerte y apreciar mucho el sumo para seguir adelante, porque la gente puede ser muy cruel”, explica Hisano.

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Al no estar profesionalizadas gozan de más libertad que los hombres, cuya existencia está totalmente reglamentada por la Federación Japonesa de Sumo, viven en “establos” o centros comunales donde duermen, entrenan y pasan la mayor parte del tiempo, y visten de una manera determinada según la tradición. Se cree que el sumo (que en japonés moderno se traduce como “empujarse mutuamente”) tiene su origen en una danza religiosa sintoísta para pedir una buena cosecha.

Considerado el deporte nacional de Japón (el béisbol es una importación estadounidense), el ganador o ganadora de un combate de sumo es quien echa del dohyo (ring) a su rival o le hace tocar el suelo con cualquier parte del cuerpo que no sea la planta del pie, para lo cual valen empujones, zancadillas, derribos, manotazos, tropezones... Es un arte marcial pero con elementos tradicionales, como el rito de aplicarse una sal purificadora y dar palmadas invocando a los dioses.

Una serie de escándalos relacionados con la venta de entradas y sus precios provocó en los últimos años un descenso importante de su popularidad y de la cantidad de gente que acudía a los combates, pero ahora la práctica ha vuelto a repuntar gracias a la presencia simultánea de una serie de luchadores de máximo nivel, y la competencia entre ellos.

Small is beautiful, pero el sumo es la demostración de que lo grande también puede ser beautiful. Todo depende de los ojos con que se mira...

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