Crisis abierta en el Barça de baloncesto

Baloncesto

El Palau exonera al equipo y señala al palco ante la mala racha de resultados

BARCELONA, 07/11/2025.- Josep Cubells (i), el presidente del FC Barcelona Joan Laporta (c) y Rafael Yuste (d) durante el partido de la novena jornada de la fase regular de la EuroLiga entre el Barça y el Real Madrid, este viernes en el Palau Blaugrana. EFE/ Enric Fontcuberta.

Josep Cubells, directivo responsable del baloncesto, el presidente Joan Laporta y el vicepresidente Rafa Yuste, en el palco del Palau

Enric Fontcuberta / EFE

Por si alguien alberga dudas de si lo que está sucediendo en la sección de baloncesto del Barça es una crisis o no, basta repasar lo sucedido el viernes ante la enésima profanación del Palau Blaugrana firmada por el Real Madrid. Tras caer en su noveno clásico seguido, los jugadores azulgrana mantuvieron sus costumbres y formaron una piña en el centro del parquet. La respuesta de la grada fue un aplauso unánime, consciente de que su equipo se había dejado el alma y simplemente había topado con un rival superior. Como si el César hubiera levantado el pulgar a pesar de la derrota, exonerando a los suyos. En cambio, esa misma afición enseguida cambió el tono y se giró hacia el palco, pañuelo en mano, desatando la primera gran bronca del año. La culminación llegó con los atronadores gritos pidiendo la dimisión del directivo responsable : “Cubells, dimisión” –pulgar hacia abajo–. La presencia de Joan Laporta a su lado fue muy significativa, ya que la gente parecía tener claro a quién quería señalar e ignoró al presidente en su protesta.

Resuelta la duda favorablemente sobre la existencia o no de la crisis, las consecuencias ahora son imprevisibles. Las señales de hartazgo de la afición empiezan a preocupar en la zona noble, más que inquieta al verse señalada. Lo ocurrido tras el clásico no sorprendió a nadie, o a casi nadie. Ya hace unas semanas, cuando el Zalgiris asaltó el Palau, la afición ya dejó entrever su malestar y hubo un conato de bronca, que no acabó de explotar, como sí sucedió ante el Madrid.

Perder el 9.º clásico seguido fue la gota que colmó el vaso de una afición culé cansada de no tener proyecto

La situación no tiene demasiados intríngulis. El 20 de junio de 2023 el Barça cosechaba su último título hasta la fecha. El equipo azulgrana, por entonces gobernado por Jasikevicius en el banquillo y Mirotic en el parquet, conquistaba brillantemente (y contra pronóstico por el ambiente depresivo que había dejado la derrota ante el Madrid en la final four de Kaunas) la Liga Endesa ante su eterno rival. De eso hace la friolera de 873 días y que la gente haya dicho basta no debe sorprender a nadie ya que, más allá de ganar o perder, desde entonces el club ha estado dando tumbos, sin rumbo alguno.

La desmantelación de aquel equipo ganador se vendió como un tema económico, la delicada situación del club era indiscutible, pero las desavenencias entre el parquet y el palco eran cada vez más grandes. La manera en la que se despidió a leyendas como los propios Jasikevicius y Mirotic, tormentosa siendo generosos, lo dice todo. Las limitaciones presupuestarias provocaron que la apuesta por la cantera pareciera algo natural pero a Roger Grimau, el último capitán que ha levantado una Euroliga, le cortaron las alas a las primeras de cambio y no se le concedió una segunda oportunidad. La fallida apuesta por la cantera dio paso a la opción low cost de Joan Peñarroya, que aceptó firmar por el Barça sin traer a gente de su confianza –error– y bajo las condiciones que le impuso el club. Ya sin argumentos desde la secretaría técnica para afrontar otro giro de guión, al técnico catalán sí se le concedió una segunda oportunidad tras otra temporada sin títulos.

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Pero el relato de los bruscos cambios en el banquillo azulgrana no debe llevar al engaño. Señalar sólo al entrenador no es otra cosa que ponerse una venda en los ojos. El problema es bastante más profundo, como ha parecido entender la afición barcelonista, cansada de no ver una línea de trabajo consecuente, más allá de los resultados.

Que esta temporada el Barça haya perdido más partidos (4) de los que ha ganado (3) en el Palau Blaugrana es una de las muchas señales de alarma que se han encendido. Que hay una parte de responsabilidad achacable al banquillo y a la plantilla es evidente, pero es sólo la punta del iceberg.

El cuerpo técnico asume su parte de culpa pero el problema es bastante más profundo

Peñarroya no está disimulando y hace lo que puede. Está cargando de minutos a sus mejores hombres, los únicos que le están respondiendo. No puede hacer otra cosa porque las prestaciones de su equipo cuando sale la llamada segunda unidad bajan demasiados enteros. Ante el Madrid, mientras Scariolo repartía minutos entre su extensa plantilla, el técnico azulgrana tenía que exprimir al máximo a sus estrellas (los cuatro jugadores con más minutaje del clásico fueron del Barça –Punter, Clyburn, Shengelia y Vesely–).

La situación va camino de ser insostenible porque no se intuye ninguna solución evidente a corto plazo que pueda arreglar estos males y el Palau, hastiado, ya ha dejado claro que va a exigir responsabilidades.

Un escenario que en el deporte profesional se suele traducir en el adiós del entrenador, una salida que ahora mismo no parece que vaya a solucionar gran cosa.

La crisis está abierta.

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