La mala educación

La prórroga

La mala educación
News Correspondent

Breve escena barcelonesa a media tarde. Dos individuos con ropa de animación del Eintracht de Frankfurt llaman la atención de un taxi en una calle céntrica de la ciudad. Uno de ellos lleva una lata de cerveza abierta, así que el taxista le advierte de que no puede entrar con la bebida al vehículo. La respuesta no es buscar una papelera para depositarla sino lanzarla de mala manera sobre la acera. La secuencia, sea justa o injustamente, contamina la opinión hacia un club que ya viene odiado de casa por lo que ocurrió hace tres años. La incompetencia del Barça fue una cosa; la mala educación es otra. Y en aquel episodio muchos francforteses se pasaron tres pueblos. Ayer lo volvieron a hacer. Lanzaron infinidad de objetos, incluidas peligrosas bengalas, hacia la posición de los seguidores locales. La UEFA debería impedir que viajaran antes de que suceda una desgracia. Tres años de estupideces entre uno y otro partido son prueba suficiente.

Sobre el césped, el Eintracht de Frankfurt, a través de su civilizado equipo de fútbol, se le atravesó también al Barça, pero empleó herramientas sobre las que nada hay que objetar. Se le esperaba atrevido al conjunto alemán pero mutó en un grupo defensivo y disciplinado que salía al galope mediante contragolpes seleccionados y siempre amenazantes.

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Sudó por tanto el Barça de Flick, que juegue mal o bien ha recuperado la energía que tanto le describe, logrando además una victoria vital sustituyendo la precipitación y los nervios del primer tiempo por un masticar las jugadas que acabó aprovechando Koundé. Cuando avanzas metros asociándote a base de pases meditados ganas tiempo para que tus propios defensas lleguen al área contraria. No hay mejor sorpresa que un defensa en un área que no es la suya.

Hablando de defensas, hablemos un rato de uno que no está.

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LLUIS GENE / AFP

Ronald Araújo 

El uruguayo, que llegó a ser top tres entre los mejores centrales del mundo (el Bayern sopesaba pagar 80 millones de euros por él a lo largo del 2024), ha sufrido desde entonces un bajón paulatino de rendimiento que, lejos de ser entendido como algo reparable y temporal, no sólo despertó la ira y el odio de los don nadie, miles de seres que habitan en las redes sociales y que morirán sin aportar medio gramo de afectividad y alfabetismo al mundo, sino que sacó a relucir la vena más repelente y bullyinguera de los culés refinados, célula que aplica un desarrollado sentido para detectar (y denunciar con obsesión macartista) a aquellos jugadores que no son lo suficientemente “aseados”, así los describen, con el balón. El fútbol del Barça, ahí siempre coincidiremos, debe gravitar alrededor de la pelota y no hay club en la historia que la quiera tratar mejor, pero en esa vía caben futbolistas antisistema como contrapunto minoritario para llenar lo que los artistas no poseen. Puyol, Stoichkov, Eto’o, Yayá Touré… A los miembros de esa tropa de elegidos les sobraba alma para repartir. Incluyamos por ejemplo a Raphinha, que se lo ha ganado.

Recuerdo críticas a esos jugadores que retrotraen, salvando las distancias, a lo que ha sucedido con Araújo. Hasta que no ha caído, no han parado. Y lo que es peor, ahora, por culpa suya, toca aguantar otro virus de nuestro tiempo: la oleada de solidaridad lanzada en forma de insoportable cursilería. Ojalá Araújo sobreviva a las dos embestidas.

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