“En Argentina nací, tierra de Diego y Lionel / de los pibes de Malvinas que jamás olvidaré / No te lo puedo explicar, porque no vas a entender / las finales que perdimos, cuántos años las lloré / Pero eso se terminó porque en el Maracaná / la final con los 'brazucas' la volvió a ganar papá / Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar / quiero ganar la tercera, quiero ser campeón mundial / Y al Diego en el cielo lo podemos ver / con Don Diego y con la Tota, alentándolo a Lionel”. Las estrofas, coreadas a todo pulmón por los hinchas, retumban en el interior de los vagones del lujoso metro de Doha, reconvertido en un apéndice de la Argentina ruidosa, la que vibra, llora y ríe con su selección. Esas mismas frases ya las cantaron enloquecidos los jugadores de la albiceleste en el interior de un autocar, justo después de ganar la Copa América contra Brasil. Se veía a De Paul sin la camiseta, descubriendo los tatuajes de su torso y de su espalda, dando saltos junto a sus compañeros. Leo Messi se la sabe de memoria. De hecho, ya ha dicho que es la que más le gusta de entre el repertorio de la grada. La canción es ya un himno oficioso que los argentinos han hecho suyo. Son únicos en eso. La pieza es del grupo La Mosca , una banda bastante popular en el país sudamericano gracias a algunos éxitos pegadizos, ideales para sonar en fiestas y ser cantados junto al público. La Mosca está integrada por diez músicos que suenan con el soporte de mucho instrumento de viento. La canción se llama Muchachos . Empezaron a tararearla hace años los seguidores del Racing de Avellaneda y ha ido cambiando de letra, pasando incluso por una adaptación a la idiosincrasia colchonera, hasta acabar versionada pensando en la selección. La letra la modificó Fernando Romero, un simple aficionado que, tras la muerte de Maradona, consideró que algo había que hacer. Le dio por componer, un periodista de TyC Sports la divulgó ya terminada y en apenas unas horas se hizo viral. Hoy es la banda sonora de los argentinos en Doha, cuyas calles invaden como ninguna otra selección. Lo cierto es que no se callan ni debajo del agua, pero es de agradecer el aroma a Mundial que aportan, se diría que se desgañitan desde que se levantan hasta que se acuestan. Uno se los imagina en casa pidiendo a gritos escalopa a la milanesa, tensionados incluso a la hora de comer, imposibilitados para hacer la siesta al notar las convulsiones a medida que se acerca el partido. ¿No se cansan nunca? ¿De dónde salen tantos? En el Stadium 974, construido sobre contenedores de colores apilados, fueron más de 30.000, una mayoría aplastante sobre Polonia. Sus cánticos son tan variados, llenos de frases largas y verbos ricos, que los estadios parecen encuentros seudo literarios cantados a lo bruto por miles de fanáticos. Toda una distracción, sobre todo cuando el fútbol no alcanza, como les pasó ante Arabia Saudí. Aquello ya lo han olvidado. Hoy vuelven a rezumar optimismo. No hay un patrón social o por edad que se pueda establecer. Llegan de su país, pero también hay muchos jóvenes que viven en París o en Londres que se han gastado un dineral; han volado incluso desde Australia, el país rival de esta noche. Scaloni trata de gestionar tanta pasión alrededor de su equipo, pero tiene que reconocerlo: “Es como jugar en Argentina. Cuando ves que somos el 90 por ciento de la grada... Hace años que primero con Diego y ahora con Leo es una locura”. Scaloni intenta imponer cordura pero tuvo que acabar su rueda de prensa agradeciendo a Bangladesh su apoyo. Sí, Bangladesh. Esa no la vio venir. Ya solo falta que allí se aprendan la letra de Muchachos.
