Quizá uno de los recuerdos más vivos para Porcar, de sus primeros años en el Dakar, era el hambre
José Antonio Ponseti, 'Cuando éramos pilotos'
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Veo cómo Isidre Esteve (53) va de aquí allá a lomos de su silla de ruedas, va como Pedro por su casa y nunca mejor dicho, pues le visitamos en su hogar, en Oliana.
Raudo atraviesa la cocina y aparece en el recibidor, y desde allí sale al gimnasio en el que se pasa un par de horas, varios días a la semana, obedeciendo las instrucciones de Lidia Guerrero, que fue su preparadora física y hoy es su pareja, y al final del trayecto desembocamos en el hermoso jardín desde cuyo césped contemplamos las sierras colindantes.
Allí, les pido una pausa.
–¿De qué quiere hablar? –me preguntan ambos.
Lidia Guerrero e Isidre Esteve posan en el jardín de su casa en Oliana, en noviembre; la pareja lidera diversos proyectos sociales, como la Fundació Isidre Esteve y el programa Centros Puente
Y yo les propongo que hablemos de la vida, de la suya, de cómo se han reconstruido a sí mismos desde aquel accidente del 2007 que había postrado a Isidre en esta silla, de cómo han creado este ejemplar equipo de trabajo que persigue sus anhelos, de cómo levantaron la Fundació Isidre Esteve para la ayuda de los discapacitados o el programa Centros Puente para atender a las víctimas de violencia doméstica.
–Bueno, todo esto es muy largo –responde Isidre Esteve.
Y entonces le propongo hablar del amor que se profesan.
En ningún momento nos planteamos: ‘Pero qué desgraciados que somos’”
(...)
El amor, pues: Isidre Esteve y Lidia Guerrero me cuentan que se habían conocido a finales de los 90, en una concentración de enduro en Prats de Lluçanés.
–Yo iba a entrenarme y ella trabajaba con Miki Arpa, probando cosas –dice él–. En algún momento vi a Lidia y me sentí como un tipo raro, y entonces me dije: ‘Bueno, esto no va conmigo’, y ahí quedó todo.
Bien, ahí iba a quedar todo hasta el 2004, que es cuando volvieron a cruzarse, ahora en el Dakar, y entonces Isidre sufrió una caída y se fastidió una lumbar y Lidia le gestionó una recuperación milagrosa para que abordase la etapa del día siguiente.
–Y yo me desperté y dije: ‘Bueno, ni tan mal’. Y ya decidí que habíamos hecho un buen fichaje.
Y del fichaje al amor pasaron un par de años. Y ya eran pareja cuando vino El Accidente.
(Con mayúsculas y cursiva).
Del accidente ya se ha escrito mucho, solo recordaré que Isidre Esteve quedó postrado en la silla de ruedas y Lidia, en la rehabilitación, le planteó ir por partes, “con objetivos asumibles”:
–En ningún momento pensamos: ‘Qué desgraciados somos’. Le dije: ‘A ver si conseguimos que salgas de la UCI’. Y al superar esa fase: ‘A ver cómo te manejas con la silla’. Y luego: ‘A ver si subes y bajas del coche’. Yo lo que quería es que fuera una persona independiente, que se pudiera duchar. Nunca miramos a largo plazo, nos hubiéramos estrellado.
–En el hospital tienes mucho tiempo para pensar –dice él–. Desgraciadamente, cuando estás allí, en aquella habitación, estás mal. Pero así es como empiezas a ver y valorar realmente las cosas de la vida: es una situación límite. Yo pensé que me iba a morir. Estuve tres meses en la UCI de Vall d’Hebron. No llegaba nunca una noticia buena. Y oía cómo los médicos hablaban entre ellos, creyendo que yo no estaba allí, pero yo estaba allí, y me decía: ‘Ahora quiero vivir’. Y eran las dos, las tres y las cuatro de la madrugada y titilaban los pilotos de todas aquellas máquinas, tic, tic, tic, tic, tic. Y un día y dos y diez y veinte y sesenta. Y tras otro día, me decía: ‘Todo lo que venga ahora va a ser de puta madre’.
Mientras los médicos hablaban, yo me decía a mí mismo: ‘Yo lo que quiero es vivir’”
Salieron al fin de la UCI y del hospital, y entonces se fueron a casa y Lidia tomó el mando de la situación y yo le pregunto:
–Hasta entonces, usted había sido preparadora física. Entiendo que tuvo que reformularse.
–Lo primero que hice fue llamar a Albert Llovera (otro magnífico piloto que había quedado discapacitado en 1985, tras un accidente mientras esquiaba) y hacerle un interrogatorio. Y luego me fui al instituto Guttmann para hablar con los fisioterapeutas y ver cómo trabajaban allí. Y luego apliqué mi conocimiento.
Para entonces, la casa que hoy nos acoge apenas estaba en construcción.
Isidre Esteve y Lidia Guerrero, en el salón de su casa
–Fíjese –ironiza ahora Isidre Esteve–: yo la había planificado a una sola planta por si algún día me pasaba algo... En la época del accidente, la casa estaba en el chasis. Y los operarios se fueron porque pensaban que me iba a morir y no iban a cobrar...
–Y acabamos en mi casa –dice Lidia–: un duplex en el Walden de Esplugues sin ascensor ni nada. Tuve que llamar a Alfonso, un compañero de trabajo. Alfonso puso unas rampas para que Isidre pudiera entrar. Y compré un colchón inflable porque el dormitorio estaba en la planta de arriba y no podíamos subir. Estuvimos muchos meses durmiendo en aquel colchón.
–Y un domingo por la mañana nos despertamos y el colchón se había pinchado. Estábamos en el suelo y no me veía capaz de subir a la silla y Lidia no podía auparme. ¿Y sabe lo que ella pensó? Como Lidia lee mucho y tenía una estantería llena de libros, montamos una escalera con los libros en el suelo y así subí. Dos horas tardé en sentarme en la silla.
Eran buenos libros, reímos.
–Cada día era una aventura –dice Lidia, y se recuerda llorando de felicidad meses más tarde, cuando Isidre se subía a un coche y había ido a buscarla al trabajo–: ¡Como una pareja normal!
Les proponemos que hablemos de la vida, de su fundación y del amor que se profesa el uno al otro
Y recuerda el episodio en el que KTM les había invitado a pasar unos días en el Parador de Bayona y habían salido a dar un paseo por el acantilado y...
–Casi nos matamos –dice Lidia–. Todo eran piedras y rocas y otra pareja, al vernos sobre aquel acantilado, con el mar abajo, vino a reñirnos: ‘A ver, chavales, ¿estáis locos o qué?’.
–Y pienso: ‘Si lo miras desde un agujerito, pues te das cuenta de que aquello no era normal’. Nosotros somos colágeno. Con Lidia, hasta el fin del mundo.
Y en eso andan ahora.
Si Lidia tiene un compromiso en Barcelona e Isidre debe viajar a Madrid, cada uno sale de casa cuando le toca: Isidre se aúpa a su coche y llega al aeropuerto y de allí, al avión y a donde sea.
–Su autonomía, eso es clave.
–Físicamente, ¿cómo se ve usted ahora?–le pregunto.
–Me hago mayor.
–Pero si tuviera que auparse a la silla desde abajo, ¿necesitaría la escalera de libros?
–Hombre, eso no haría falta. Eso sí, a veces Lidia me abronca, me dice: ‘Ponte erguido, que te has inclinado demasiado’. Y tiene razón, claro que sí, que yo soy un presumido.
(De aquí a unas semanas, Isidre Esteve regresa al Dakar).

