Hay despedidas que merecen un gesto de respeto, otras que se resuelven con un homenaje y solo unas pocas acabarán siendo incompletas por muchos esfuerzos que se hagan. Es imposible cubrir el vacío y ser justos. El deportista se retira, pero su huella y su recuerdo permanecerán para siempre. Sin duda que el adiós de Felipe Perrone Rocha (Río de Janeiro, 1986) se guarda en el cajón de estas últimas.
El legendario jugador de waterpolo nacido cerca de las favelas, que siguió los pasos de su padre en el Club de Regatas Guanabara y que idolatraba a Manel Estiarte cuando era un niño, dejará el waterpolo después del Mundial de Singapur que arrancó este sábado. Y lo hará consciente de que lo ha “dado todo”.
Noche y día. Con una visión de “360 grados” que le ha quitado “espacio y tiempo, incluso ejercer de padre”.
No hay líneas suficientes para detallar su palmarés. En sus 24 años de carrera, del 2001 a 2025, ha ganado diez medallas con la selección española (entre ellas, el oro mundial del 2022 y el europeo del 2024), 17 ligas españolas, dos italianas, dos croatas, tres Champions... Ha participado en cinco Juegos Olímpicos, los del 2016 con Brasil por “responsabilidad social”, y en 13 Mundiales. Nadie ha jugado tanto. Pocos tan bien. “El deporte despierta tu exigencia. En el Mundial activo el animal competitivo, quieres matar al otro deportivamente, vas al 200%. Pero luego veo a mis hijos –de 8 y 14 años– y me insisten: ‘Disfruta con tus amigos’. Y quizás debo mantener también esa inocencia, que se equilibre con ese monstruo competitivo”, reflexiona Perrone en el Repúblic Cafè del Poblenou, donde es un cliente más del barrio barcelonés donde reside hace años.
“Siento vértigo, siempre tuve objetivos, estuvo con un grupo y eso se acaba”
Y lo hace desnudando su feeling ante la pregunta del millón de cualquier deportista que deja la alta competición. “Siento vértigo. Siempre he tenido un objetivo claro, he convivido con un grupo de personas... y eso se acaba”, asegura y coloca la mirada en un aspecto que, en ocasiones, pasa inadvertido, pero es descorazonador en la vida del deportista. “Para mí, los momentos más duros han sido los finales de ciclo olímpico. He acompañado el final de carrera de muchos deportistas y cuando ellos se van todo es cruel: mi relación con esa persona ya no será la misma. Hay una ruptura grande. Seguirán siendo amigos, pero la relación es otra. En el deporte se vive todo con mucha intensidad”.
El proceso de Perrone no ha sido doloroso, pero ha tenido sus momentos de pena. Desde después de los Juegos Olímpicos de Tokio, en el 2021, decidió ir año a año aunque en su mente siempre estaba París 2024.
Y ahí su tren parecía llegar a final de trayecto, pero de nuevo las emociones lo apartaron de su decisión. “Estaba sufriendo, veía el final. Y David Martín [el seleccionador y su amigo] me dijo que quizás no era lo último, que no tuviera ese pensamiento. Es muy difícil jugar unos Juegos sabiendo que todo se va a acabar”.
Ese salto está bien medido en el waterpolo, con antecedentes que recuerda Perrone y que él ha tratado de corregir: “Nuestra profesión te exige 24 horas. No puedo tomar una medicina solo. No puedo beber, debo dormir. Cuando dejas de ser deportista, te dices: ¿por dónde empiezo? Tengo inquietudes, no me siento lanzándome al vacío. La generación del 92 son nuestros ídolos, los conocí, y le costó esa transición”, añade. Perrone no quiere esperar. En septiembre ya quiere tener la mente ocupada en “otro reto, siempre me he movido así”.
Tengo inquietudes, no es un salto al vacío. Busco ahora otros retos”
Por eso se formó en Administración y Dirección de Empresas (ADE) aunque le hubiera gustado “estudiarlo como una persona normal, yendo a la universidad; incluso tuve la oportunidad de ir becado a Stanford”.
El hispanobrasileño, de origen catalán –su abuela Núria Heras Viñas, de Gironella, emigró a Río en la guerra civil–, de nuevo sortea el camino recto, como en su carrera. “Lo fácil es ser entrenador, seguir en mi entorno, en casa. Quiero dedicarme a la gestión, y que sea global”.

Felipe Perrone con todos los compañeros que le acompañan en los Mundiales de Natación en Singapur. .
Ya es miembro del Comité de Deportistas de World Aquatics y embajador de Prevención de Competiciones del Comité Olímpico Internacional (COI). “Quiero tener una vida laboral normal pero orientada al deporte”, advierte y subraya: “Lo principal es el desarrollo del waterpolo a nivel mundial, hacerlo crecer en todo el mundo”.
Aunque el waterpolo sea un deporte minoritario –pero exitoso– en España, y la figura de Felipe Perrone no es tan trascendental como otras, a nivel global la mirada es otra. “Mi valentía por jugar en otros países es fruto de mis ganas de aprender, de descubrir. Me iba fuera y cuando regresaba les hablaba a mis compañeros o al club de todo lo aprendido”, tras jugar en Brasil, Italia o Croacia. “Me faltó Hungría”, donde ganó el Mundial del 2022, el mejor recuerdo de su prolífica carrera.
Mi valentía por ir a otros países es fruto de mis ganas de aprender, de descubrir”
Tras el Mundial de Singapur, nacerá otro Perrone. Igual de “exigente, competitivo, con ganas de ayudar al deporte”. Y también un hombre dispuesto a profundizar en una vida marcada por el balón amarillo desde que salió de su país con 16 años.
“Llamaba a mis padres desde una cabina. Desde los 15 no pude tener veranos con mis padres, y ahora tampoco con mis hijos. En fin, ningún drama porque ha sido una vida de deportista increíble. Son 30 años de dedicación, a ver cómo me manejo en otras cosas. Quiero adentrarme en otros aspectos, porque el deporte era obsesivo”, cavila.
Don Felipe Perrone. Su último baile puede ser otro éxito. El waterpolo se lo debe.