Cuanto más sabes quién eres y lo que quieres, menos te afectan las cosas
Bob Harris, personaje de ‘Lost in translation’
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Hemos tardado diez días en tomarle el ritmo al biorritmo.
Será la edad.
Llegados a la última jornada de estos Mundiales de Tokio, al fin hemos dormido correctamente, sin sobresaltos ni duermevelas en la profundidad de la noche
Al viajar a Tokio, los occidentales entrados en años somos víctimas del jet lag y una melancólica morriña asociada a la piedra que nos envuelve y el gris del cielo que apenas asoma en el horizonte.
Recorremos Tokio como Bob Harris, el actor en decadencia interpretado por Bill Murray en Lost in translation. Nos cuesta comunicarnos con los tokiotas pues ninguno de nosotros habla japonés y pocos de ellos se manejan bien en inglés. Nos aturde su tecnología, que es extraordinariamente práctica y eficiente. Y cuando nos sumergimos en el metro, nos preguntamos cuántas irregularidades estaremos cometiendo: no respetamos la fila, elevamos la voz en el vagón, nos detenemos de súbito en el pasillo o en el andén y bloqueamos el paso.
Nos hemos perdido otra vez.
Estoy pensando en todo ello mientras me tomo un ramen en un restaurante 24/7 de suelo tan pegajoso como resbaladizo y angostas escaleras de caracol situado a un paso del Estadio Nacional de Japón. Ha pasado una hora desde que Noah Lyles, el velocista estadounidense cuya parafernalia excesiva nos gusta y nos disgusta, registrara otro hito y se ganara a la multitudinaria parroquia tokiota practicando el kamehameha, el ataque con una bola de energía de Dragon Ball, anime japonés.
Nos guste o nos disguste, la realidad es que Lyles se ha llevado un bronce en el 100, y también su cuarto título mundial del 200, y también otro oro en el relevo 4x100, la prueba que cerraba el Mundial (con Coleman, Bednarek y Lindsey).
Ha sido Lyles quien ha clausurado la fiesta en el estadio, quien ha apagado la luz y ha cerrado con llave, para llevarse a la concurrencia a otra parte, por ejemplo al V2 Tokio, megadiscoteca en Roppongi donde oficiará de dj y maestro de ceremonias.
(...)
A la fiesta no acude el noruego Jakob Ingebrigtsen.
No tiene nada que celebrar.
El fenómeno noruego es el mediofondista más carismático de los últimos años pero se ha difuminado en la pista de Tokio. Lastrado por sus persistentes problemas en el Aquiles, ha comparecido a última hora, fuera de tono y un punto arrogante, proclamando que venía a ganarlo todo, el 1.500 y el 5.000, o quizá se ha perdido en la traducción.
Jakob Ingebrigtsen se practica el harakiri: corto de forma, comparece en el 5.000; solo es décimo
En el primer domingo, había tenido un papel menor en las primeras rondas del 1.500, apeado en un pispás para asombro de muchos, incluido Adrián Ben, finalista en esa prueba (octavo), que me contaba entonces, en la zona mixta:
–Para Ingebrigtsen, esta ha sido una cura de humildad. No puedes aparecer así como así, sin haber competido durante meses, y decir que eres el favorito para ganar aquí. Si no estás bien, di que eres mortal y que te vas a esforzar por hacer lo que puedas, pero no digas que vas a por el oro.

Jakob Ingebrigtsen, por el exterior, durante la final del 5.000, este domingo en Tokio
Resignado, Ingebrigtsen había reaparecido días más tarde en el 5.000, disciplina cuyo título defendía (lo ganó en Eugene 2022 y en Budapest 2023), para sortear por los pelos la primera ronda, antes de difuminarse definitivamente en la final de este domingo.
(...)
Ingebrigtsen va a practicarse el harakiri, nos decimos en la tribuna de prensa, pues no se ha acobardado ante la magnitud del reto: no tiene ninguna posibilidad de caer de pie, pero se asoma a las doce vueltas y medio rodeado por un abanico de atletas talentosos que están listos para torturarle.
Grant Fisher y Nico Young hacen el trabajo de equipo, curioso trabajo de equipo estadounidense, quién lo hubiera dicho, y registran parciales kilométricos de 2m35s hasta que aparece Ingebrigtsen: da la cara a falta de cuatro vueltas, aparece en cabeza, pero el motor no le da para más.
Se apaga en la última vuelta para acabar décimo mientras emerge otro estadounidense, Cole Hocker (12m58s30), con el ánimo revanchista: había sido descalificado en las rondas del 1.500 por empujar al rival.
Quién sabe, tal vez Hocker hubiera hecho doblete aquí, doblete 1.500-5.000, para decir que Tokio era suyo.
Tarde: Tokio es de Lyles.
Adiós a Fraser-Pryce, y el relevo español, quinto
“¡Adiós, leyenda!”, leemos en las redes, y en el Estadio Nacional de Japón contemplamos las últimas zancadas de Shelly Ann Fraser-Pryce. Mommy Rocket tiene 38 años, ocho podios olímpicos y nueve títulos mundiales, y bajo la lluvia tokiota cierra su periplo con el relevo de 4x100: Jamaica recoge otra plata y España termina quinta. “Bufff, ¿sabe lo que es esto?”, dice Jaël Bestué (24), miembro del equipo español (junto a Esperança Cladera, Paula Sevilla y Maribel Pérez): “¿Sabe lo que significa para mí esta experiencia? Se me ponen los pelos de punta. Ella ha sido una inspiración para mi generación por todo lo que ha hecho: volver a la élite tras ser madre, la calma con la que se maneja en la cámara de llamadas...”. El quinto puesto de las relevistas consolida el salto de calidad de la escuela española, liderada por Ricard Diéguez y Toni Puig. España abandona Tokio con tres podios, cuatro medallas de chocolate y catorce finalistas. El último dato solo se ve superado por los 17 finalistas de Edmonton 2001.