Cada vez que un tenista logra una proeza, nos citan con él en el Teatro de Wimbledon.
El Teatro, en la segunda planta del edificio de los medios de comunicación, es un escenario litúrgico: es ceremoniosa su forma abovedada, con el auditorio en forma de C, con un modesto gallinero, nos regala la confortabilidad de un espacio insonorizado y en penumbra.
La escena es majestuosa. En el escenario emerge la moderadora. La mujer se aproxima al micrófono y nos anuncia:
–Con ustedes, ahí tenemos a tal o cual tenista.
Saliendo desde el escotillón, aparece el tenista de turno. Sea quien sea, el jugador suele echarle un vistazo al auditorio. Saluda a la concurrencia desde lo alto, toma asiento y se dispone a contarnos su historia.
El viernes, tras tumbar a Taylor Fritz en su semifinal, Carlos Alcaraz apareció en el lugar, volvió la vista a la audiencia, abrió los ojos como platos y dijo:
–Guau, ¿todos vosotros estáis aquí por mí?
Pues desde el patio de butacas le estábamos contemplando un abanico de cronistas internacionales, acaso un centenar, sin duda más de los que suelen ascender los dos pisos que nos conducen hasta el Teatro.
Bien, en realidad, el lleno en el patio de butacas no era exactamente por Alcaraz, sino por Novak Djokovic.
Noche y día
Aunque lo intenten, Sinner y Alcaraz no pueden ser amigos: se juegan mucho, y son la noche y el día
Se suponía que era el serbio quien debía atendernos en primer lugar, o eso había anunciado la organización, y por eso estábamos tantos ahí.
No hace falta presentar a Djokovic: el lector entenderá que cada una de sus intervenciones se sigue con lupa y más ahora, bajo estas circunstancias, pues un cuarto de hora antes, el talento serbio se había rendido, apabullado por Jannik Sinner en la otra semifinal (6-3, 6-3 y 6-4 en apenas 1h55m).
Venga, pues: ordenadores en mano, móviles, grabadoras y cámaras listos, carreras escaleras arriba, rumbo al ceremonioso Teatro de Wimbledon porque nunca se sabe cuándo volverá a hablarnos Djokovic, o qué nos dirá ahora...
–¿Y si anuncia que se retira? –nos aventurábamos algunos, soñando con asistir a una escena que no llega y se posterga, pues Djokovic tiene 38 años y encara el otoño de su carrera deportiva pero no se va aún, no lo hará en este año y tampoco tiene intención de hacerlo en el próximo.
(“¿Si me siento triste por haber jugado mi último partido en Wimbledon? Hombre, espero que no haya sido así. Espero tener una oportunidad más como mínimo el año que viene”, contestaba el serbio más tarde, ya tras el turno de Alcaraz).
El caso es que, en vez de Djokovic, ahí había aparecido Alcaraz. Y al contemplarnos desde lo alto, se había declarado asombrado:
–Guau, ¿todos vosotros estáis aquí por mí?
Asombro
“Guau, ¿todos estáis aquí por mí?”, decía Alcaraz en el Teatro de Wimbledon, ojiplático ante el aforo
(...)
Pienso en la reacción de Carlos Alcaraz y no puedo evitarlo: Carlos Alcaraz sigue siendo Carlitos.
Cinco títulos grandes y seis finales más tarde, el talento murciano todavía se declara ojiplático ante las expectativas que produce, y ese sentimiento es genuino, pero también erróneo: en la sala de prensa me abordan cronistas británicos, estadounidenses e italianos. Todos quieren saber cómo es nuestro muchacho, de qué pie cojea.
La BBC se rinde a sus pies.
Y Andre Agassi proclama:
–Carlos Alcaraz tiene el toque de Roger Federer, el resto de Novak Djokovic y las revoluciones por minuto de Rafael Nadal.
Y él juguetea con el equipo. La petanca, la croqueta, en la intimidad, las cartas...
En las instalaciones de Aorangi Park, en vísperas de la final, Alcaraz se saluda con Jannik Sinner, su rival de este domingo –su rival en el presente, como también lo será en los próximos diez años–: ambos chocan las manos como si fueran dos buenos amigos.
(Y no lo son, no pueden serlo, se juegan demasiado, ambos lo reconocen: no recurren a aquella falsa modestia que envolvía a Federer y Nadal; en alguna ocasión, Alcaraz ha insinuado que le cuesta conectar con Sinner: ambos son distintos, el murciano es alegría mediterránea, el italiano es más germano, es el hombre de hielo, expresa poco, comparte poco).
Si algo me gustaría tener de Sinner es su revés patinando, sobre todo cuando desliza el pie izquierdo”
–Si algo me gustaría tener de Sinner es el revés que practica patinando, y sobre todo cuando se desliza con el pie izquierdo –dice el murciano.
–¿Y cómo ve al italiano? ¿Le sorprende la facilidad con la que arrolló a Djokovic?
–Desde luego, aquel partido no fue como me imaginaba que iría. Ganarle a Djokovic nunca es sencillo. Hacerlo como lo hizo Sinner es impresionante. Me sorprendió, realmente es así: en tres sets y en Wimbledon es difícil de hacer, ya lo sabemos. Ganar a Djokovic es uno de los mayores retos de este deporte.
(Lector, ya lo ve usted: nos encontramos a pocas horas de otro Alcaraz-Sinner y aquí seguimos, hablando de Novak Djokovic, el prestidigitador).