Es inevitable. En todos los ámbitos de la vida sucede y en el deporte, donde el edadismo más cruel se ejerce sobre personas sanas y musculadas a partir de los 30 años, lo hace a más velocidad. Retirar anticipadamente al personal es uno de los pasatiempos favoritos de la especie humana, no hablemos ya de la raza autóctona ibéricopeninsular, que no solo se relame ante el fracaso ajeno sino que lo desea. “Menganito está acabado, te lo digo yo”. Cuántas veces habremos escuchado lanzar proyectiles de este tipo desde la ignorancia más desinhibida, la peor de todas.
Nos encanta echar a la gente antes de tiempo, aunque la realidad y tipos como Novak Djokovic se resistan a hacerlo con una constancia que sus agoreros ni siquiera rozarán a lo largo de su vida. El serbio, como antes Nadal y antes que él Federer, formaron parte de un trío único en la historia del deporte, por cuanto la rivalidad sostenida en el tiempo en el más alto nivel se suele dar en formato de a dos.

Djokovic celebra el pase a cuartos de final del US Open, el pasado domingo en Nueva York
Ahí sigue Djokovic, superviviente de aquella generación con 38 años, clasificado para las semifinales del US Open, porfiando ante su último gran objetivo: sobrepasar a Margaret Court con el que sería el Grand Slam número 25 de su carrera. No lo duden , el tipo ansía la universalidad porque su gen competitivo todavía le corroe por dentro. Ser el mejor le impulsa por encima de sus posibilidades, aún a sabiendas de que en partidos de cinco sets tiene todas las de perder porque sus adversarios, esos sí, son indecentemente jóvenes.
Carlos Alcaraz, admirador de Djokovic hasta el punto de temblar ante él en las semifinales de Roland Garros del 2023, es otro regalo caído del cielo para el tenis mundial. Mañana ambos disputarán un partido que huele a fin de ciclo pero en el que Djokovic competirá como un animal, fiel a sí mismo. Llega la hora de Alcaraz, de 22 años, y de Sinner, de 24. Disfrútenlos, a estos todavía es pronto para retirarlos.