El día que Carlos Alcaraz alzaba su segundo US Open el pasado septiembre, Pablo Llamas deshacía maletas en Szczecin. Había llegado a la ciudad polaca después de un vuelo con escala desde su Jerez natal más dos horas en coche con tal de disputar un torneo del circuito Challenger, donde suelen convivir promesas con tenistas curtidos en el ocaso de sus carreras. Llegaba con la autoestima por las nubes después de conseguir quince días antes, precisamente en Nueva York, entrar por segunda vez en el cuadro principal de un Grand Slam. De la primera hacía tan solo unos meses, en Roland Garros, tras superar la fase previa siendo el 874 del mundo –un hecho posible gracias al ranking protegido reservado a jugadores que regresan de lesiones-.
Esos resultados extraordinarios no embriagaron al andaluz. Perder de vista la realidad, todavía su realidad, sería contraproducente después de tantos percances arrastrados desde el 2024, sin contar todo el esfuerzo previo: ocho meses fuera de las pistas por culpa de la muñeca, dolores en el codo que le impedían sacar en condiciones, cambios de entrenador y de residencia... Szczecin era el lugar donde cuerpo y mente debían permanecer.
Llamas alcanzó la final y confirmó las buenas sensaciones que le permiten terminar el año en el número 210, más cerca de su sueño: afianzarse como tenista de primer nivel después de mucho sacrificio, casi nunca correspondido en el tenis. “Empiezo a ver la luz después de una etapa muy oscura”, revela a Guayana Guardian quien en el 2018 se proclamó campeón con España de la Copa Davis Júnior junto con el vallisoletano Mario González (actual n.º 593) y Alcaraz, convertido ya en todo un fenómeno.
En medio de un partido me puse a llorar. Me estaba gastando en cinco días lo que mis padres ganaban en un mes... Sentía mucha presión
Marcar una época a los 22 años no deja de ser excepcional. Despuntar de adolescente no es una garantía y sin un talento descomunal como el del flamante número uno, acercarse a la élite es una carrera de obstáculos que quita de la ecuación a aquellos sin un sostén económico prolongado. “Con el tenis pierdes dinero desde el primer día que coges una raqueta hasta que no eres, mínimo, el 250. Y solo eres millonario en el top 100”, reconoce Llamas, sabedor de las dificultades que hay detrás.
Cuando ganan la Ensaladera sub-16, estaba becado en la academia de David Ferrer. La cuota mensual se veía reducida, pero los gastos no terminaban allí. La ayuda de la Federación Española de Tenis, aunque válida, tampoco bastaba. Piso, dieta o viajes -desembolso que se multiplica si va el entrenador- convierten en casi una obligación sumar puntos ya desde muy joven para subir en el ranking y ser solvente. A la presión deportiva se suma la económica. “Recuerdo mi primer Future júnior en Malta. Era la primera vez que viajaba fuera. En medio del primer partido me puse a llorar. Pensé: ‘como no sume ningún punto después de los 1.300 euros que se han dejado mis padres... En cinco días me gasto lo que ellos ganan en un mes. Sentía mucha presión”.
Pablo Llamas y Carlos Alcaraz celebran el triunfo de España en la Davis junior 2018 jugada en Hungría, con el capitán David Ayuela detrás
David Ayuela, capitán de aquella Davis júnior de “recuerdo inigualable”, lo reafirma. “Jugar mucho tiempo alejado de las primeras posiciones solo depende de la capacidad económica de los padres. Las ayudas suelen ser muy mínimas en ese contexto. Algunos lo comparan con una inversión, como comprarse una casa, y tiran hasta que pueden. Jugar puede llegar a costar entre 60.000 o 80.000 euros al año”, remarca Ayuela, técnico de Mario González desde los 8 hasta los 17 años (fue campeón de España infantil venciendo a Alcaraz) y actual segundo coach de Llamas, quien calcula que esa cantidad ha sido menor en su caso.
Jugar en el circuito puede llegar a costar entre 60.000 y 80.000 euros al año”
Una vía para que todo ese dinero no acabe en un saco roto es conseguir una beca universitaria a Estados Unidos para combinar deporte y estudios. “Es uno de los mejores caminos a los que pueden optar jóvenes con muy buen nivel pero con dificultades para dar el salto. Regresan con carrera universitaria, son bilingües... Y si en el tenis no les va bien, al menos están preparados para el mercado laboral”, afirma Ayuela. Llamas suscribe esa opción, “pero para irte becado tienes que aguantar hasta los 18”.
Un imberbe Alcaraz (15 años, uno menos que sus compañeros), con Ayuela, González y Llamas durante la celebración
A esa edad, el jerezano se sentía estancado. Eran tiempos de pandemia y los ahorros de sus padres se agotaban. Fue entonces cuando apareció otra vía que impulsaría su carrera. “Me contactó un mánager por Instagram. Me ofrecía una inversión a cambio de un 15% de mi prize money (dinero ganado en torneos) durante seis años. Entre ese dinero y la aportación de la Federación tenía para tirar un año entero. Me facilitaba ir al fisio un par de veces por semana, entrenar más horas, poder viajar a torneos más importantes... Tenía oportunidades que antes dejaba escapar. El 2021 se me dio un poco mejor y empezaron a cambiar las cosas”, cuenta. Admite que la aparición de ese inversor le “salvó la vida”. “Ahora mismo no sé qué estaría haciendo”.
Alcaraz y Llamas, una pareja de dobles que “volverá a unirse”
Alcanzar dos primeras rondas de Grand Slam ha supuesto un alivio económico para afrontar nuevos retos y regalarse unos días de descanso en una isla del Índico mientras Alcaraz disputaba las ATP Finals. “Nunca antes me había podido permitir un viaje de este tipo”. Entre los futuros desafíos, uno es seguir escalando en la clasificación mundial y superar su mejor posición hasta el momento (n.º 130). El otro es reencontrarse, en un futuro no muy lejano, con Alcaraz en la Armada de los mayores. “En aquella final contra Francia, Carlitos salvó una bola de torneo en el segundo set y acabó forzando el punto definitivo de dobles. Formaba pareja con Pablo, con quien no había perdido un solo partido desde la primera fase. Se comieron a los franceses”, rememora Ayuela, seguro de que ambos “van a unir otra vez sus caminos antes o después otra vez” para jugar en esa modalidad.
Copa Davis en Bolonia
La baja de Alcaraz duele más en España que la de Sinner en Italia
El tenis italiano está de moda. Su buen estado de salud (ayer vencieron sin despeinarse a Austria 2-0 en cuartos de final) lo corrobora el hecho de encadenar dos Davis en el circuito masculino y dos Billie Jean King en el femenino. ¿Por qué? Basarlo todo en un ciclo generacional dorado sería demasiado simplista. “Su federación hizo una apuesta por los jóvenes y cada vez tiene una cantera más potente. Ha puesto mucho dinero para que casi cada semana haya torneos Challenger (un escalón por debajo de los ATP) y Futures (equivalente a una tercera categoría) en Italia”, detalla Ayuela. “Supone viajar mucho menos y por lo tanto menos gasto compitiendo a un alto nivel cerca de casa. Ahora recogen los frutos”, añade Llamas.
Aunque España también ha mejorado en ese aspecto, lo cierto es que la baja por lesión de Alcaraz (n.º 1) en Bolonia es más sensible que la renuncia de Sinner (n.º 2) o la ausencia de Musetti (n.º 8), las dos primeras espadas transalpinas. España, que debuta hoy ante República Checa (a partir de las 10 horas), tiene actualmente seis top 100 por los nueve de Italia, mucho mejor clasificados. De hecho, los nueve se encuentran en las primeras 87 posiciones, mientras que en España son solo tres: el murciano, Alejandro Davidovich (14) -descartado para las finales por sus diferencias con el capitán David Ferrer- y Jaume Munar (36). Siete de los italianos son menores de 25 años. En el tenis español, solo Alcaraz.


