Jacques Lacan, el psicoanalista que revolucionó el negocio del diván: “Mientras un terapeuta clásico veía a 8 pacientes por día, él podía atender a más de 20”

Dinero y psicoanálisis

Rara vez pensamos en las humanidades como un lugar donde encontrar referentes en el mundo de los negocios. Contra todo pronóstico, Jacques Lacan no solo revolucionó el psicoanálisis: también la manera de comercializarlo

Jacques Lacan, el psicoanalista más controvertido desde Freud

Jacques Lacan, el psicoanalista más controvertido desde Freud

Imaginen a un terapeuta que cobra honorarios de ejecutivo pero termina las sesiones en cinco minutos, que posee cuadros de Courbet y colecciona lingotes de oro, que funda su propia escuela para luego disolverla de un plumazo cuando pierde el control sobre ella… No hablamos aquí de ningún magnate excéntrico, sino del retrato de Jacques Lacan (1901-1981), el psicoanalista francés que revolucionó tanto la teoría como la economía del diván en el siglo XX.

Cuando sus colegas aspiraban a ser respetables doctores de consulta, Lacan construyó un imperio intelectual que fusionó clínica privada, escuela de formación y marca cultural internacional. Su historia es la de un visionario que entendió, décadas antes que otros, que en el mundo moderno el conocimiento especializado podía convertirse en capital simbólico, y el capital simbólico en poder real.

Su primer golpe de genio empresarial fue romper la ecuación sagrada del psicoanálisis tradicional: cincuenta minutos por sesión; una tarifa fija. Frente al canon freudiano que intercambiaba dinero por tiempo e interpretación de forma ritualizada, Lacan introdujo la duración variable de las sesiones, regidas por lo que él llamaba el «tiempo lógico» del sujeto y no por el reloj.

Pero la innovación no era solo teórica. Sus contemporáneos relatan que hacia los años 1970 llegaba a hacer sesiones de no más de cinco minutos, incluso de pie junto a la puerta abierta indicando su pronta despedida. La sesión terminaba con un corte estratégico en el momento preciso, la llamada «escansión», que buscaba evitar el «parloteo» vacío del paciente y provocar un efecto de shock que promoviera la elaboración fuera del consultorio.

Le gustaban las prendas hechas a su medida: pieles, trajes en materiales insólitos, cuellos duros, zapatos de piel rara, incluso monedas de oro e lingotes como fetiches personales — Élisabeth Roudinesco

El resultado fue demoledor para la competencia: mientras un terapeuta clásico veía a ocho pacientes por día, Lacan podía atender a veinte o más, manteniendo o incluso aumentando sus honorarios. Como observó Jean Laplanche, colega y crítico, cobraba «cantidades exorbitantes de dinero» por sesión, multiplicando exponencialmente sus ingresos diarios. Semejante táctica le costó la expulsión de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA).

Lacan no se contentó con ser un clínico exitoso; construyó cuidadosamente su imagen como «maître à penser» (maestro de pensamiento). Procedente de una familia burguesa parisina –su padre era un próspero comerciante de vinagre–, supo de joven que el prestigio cultural podía traducirse en capital económico.

En los años 1930 frecuentó el movimiento surrealista y se codeó con figuras como Bataille y Kojève, adquiriendo un bagaje filosófico que luego capitalizó en su obra teórica. Su famoso Seminario semanal, iniciado en 1953, se transformó en un evento social-intelectual en París al que asistían filósofos, escritores y estudiantes además de psicoanalistas. Cuando en 1964 instaló su seminario en la prestigiosa École Normale Supérieure, amplificó aún más su influencia sobre las nuevas generaciones universitarias.

La estrategia de posicionamiento dio sus frutos económicos. Tras la Segunda Guerra Mundial, atrajo a una clientela distinguida: fue médico personal de Picasso y analista de personalidades de la cultura como la fotógrafa Dora Maar y la cantante Marianne Oswald. Su capacidad de convocatoria le permitió cobrar tarifas premium: incluso a sus propios discípulos en formación les exigía pagar si querían ser analizados por él.

Lacan fue simultáneamente un innovador radical del psicoanálisis y un astuto estratega que entendió el juego de poder y prestigio en el campo intelectual

La publicación de sus Écrits en 1966 por una editorial prestigiosa lo catapultó a la fama más allá del círculo psicoanalítico, convirtiéndolo en autor best-seller académico. Las traducciones y reediciones ampliaron su mercado intelectual internacional, generando royalties que complementaban sus ingresos clínicos.

El éxito económico de Lacan se reflejó en un estilo de vida ostentoso que contribuía a alimentar su leyenda. Cuidaba meticulosamente su apariencia con trajes a medida de telas inusuales, abrigos de piel y accesorios singulares. Como relata Roudinesco, «le gustaban las prendas hechas a su medida: pieles, trajes en materiales insólitos, cuellos duros, zapatos de piel rara, incluso monedas de oro e lingotes como fetiches personales».

Era un voraz coleccionista de arte y libros raros —poseyó el célebre cuadro «L’Origine du monde» de Courbet— y llevaba un minucioso inventario de sus tesoros. Esta opulencia, facilitada por sus considerables ingresos, alimentaba la percepción de Lacan como celebridad más que como simple terapeuta.

Su vida privada también estaba calculada estratégicamente: se casó con Sylvia Bataille, actriz y exesposa del filósofo Georges Bataille, lo que lo conectó aún más con la élite cultural parisina. Administró simultáneamente una clínica privada lucrativa, una escuela de formación propia y una carrera intelectual internacional, dando conferencias en universidades de Estados Unidos, Italia y Japón en los años 70.

Mientras un terapeuta clásico veía a ocho pacientes por día, Lacan podía atender a veinte o más, manteniendo o incluso aumentando sus honorarios

El modelo de negocio lacaniano no estuvo exento de fuertes críticas. Ya en vida, colegas y alumnos señalaron comportamientos éticamente dudosos: autoritarismo en la dirección de su escuela, transgresión de límites profesionales y un estilo terapéutico percibido como agresivo. Testimonios posteriores revelaron episodios extremos, como que llegó a insultar e incluso golpear levemente a pacientes para «despertarlos de su letargo neurótico».

Incluso fue apodado «The Shrink from Hell» (el loquero salido del infierno). El lingüista Noam Chomsky lo calificó de «charlatán perfectamente consciente», mientras que Alan Sokal denunció sus referencias matemáticas como «galimatías pseudocientífico». Para sus detractores, Lacan había logrado «vender humo» envuelto en verborrea sofisticada.

Castoriadis fue más lejos, acusándolo de haber creado un «culto a la personalidad» que sofocaba la capacidad de juicio independiente de sus seguidores. Este rasgo quasi sectario tenía también una vertiente económica: los discípulos debían pasar repetidamente por experiencias de pago —pases, reanálisis, seminarios— que los mantenían «dentro del circuito Lacan».

Como concluye su biógrafa Roudinesco, Lacan resultó ser «el psicoanalista más controvertido desde Freud», capaz de desatar pasiones fervorosas y críticas demoledoras. Su legado nos recuerda que, en la era moderna, incluso los territorios más íntimos del alma humana pueden convertirse en mercados, y que el poder de curar puede transformarse en el arte de influir, dirigir y, en última instancia, de crear imperios sobre el deseo de los otros.

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