El 17 de diciembre de 2010, en una pequeña localidad de Túnez, Mohamed Bouazizi, un vendedor ambulante de 26 años, se prendió fuego ante un edificio gubernamental. Poco antes un policía le había abofeteado y confiscado su puesto callejero de venta. Las protestas que estallaron a continuación se propagaron rápidamente por todo el país, obligando al dictador Ben Alí y su familia a abandonar el país.
La cosa no acabó ahí: en los siguientes meses, las revueltas se ampliaron por el Magreb, Oriente Medio y la península arábiga. Estudiantes y jóvenes profesionales encabezaban las protestas a causa de las difíciles condiciones laborales y la falta de oportunidades en unos países dirigidos por regímenes corruptos, desprestigiados por décadas de mal gobierno.
 
            Estatua en homenaje a Bouazizi, el joven que se autoinmoló en Túnez y que supuso el principio de la llamada 'primavera árabe'
En febrero de 2011, un grupo de adolescentes escribió en las paredes de la ciudad de Deraa, en el sur de Siria, el lema “Ya llega tu turno, doctor”, en referencia a la antigua profesión de Bashar el Asad, oftalmólogo. Bashar había heredado la presidencia de Siria tras la muerte en 2000 de su padre, Hafez (en el poder desde su golpe de Estado en 1971). Siria era una de las dictaduras más sórdidas de Oriente Medio. La detención y tortura de los chiquillos, uno de los cuales murió, alentó las protestas en todo el país, que fueron reprimidas con extrema violencia por el ejército, usando tanques y artillería.
Así comenzó una guerra civil que en una década (2011-2021) causaría entre 470.000 y 600.000 muertes –más de la mitad civiles–, la huida de 13 de sus 23 millones de habitantes de sus hogares y la destrucción o daños de un tercio de sus viviendas e infraestructuras.
Los actores de la guerra
Además del ejército y de los servicios de inteligencia (mujabarat), El Asad disponía de fuerzas paramilitares, las Fuerzas de Defensa Nacional y diversas milicias chiíes procedentes de todo Oriente Medio, entre las que destacaban la libanesa Hizbulah, y contingentes de la Guardia Revolucionaria iraní. El armamento y financiación de Teherán permitió a El Asad eludir las sanciones internacionales contra el régimen.
Las fuerzas rebeldes son un complejo conglomerado. En julio de 2011, mientras se recrudecía la represión gubernamental, se formó el Ejército Sirio Libre (ESL), que se nutrió de desertores del ejército. El ESL comenzó a entrar en declive a partir de 2014, cuando la ayuda que recibía de los países del Golfo se redirigió a las formaciones yihadistas. Entre ellas, la principal era hasta 2017 el Frente al Nusra, organización siria vinculada a Al Qaeda, que tendría un papel destacado en los acontecimientos de 2024.
Otro actor importante de la oposición son los kurdos, organizados en las Unidades de Protección Popular (YPG). Los kurdos se sumaron a la lucha con el propósito de conseguir la autonomía del Kurdistán sirio (conocido como Rojava). Cuentan con el apoyo de Occidente, y se integraron, a partir de 2015, en las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), una coalición bastante inestable kurdo-árabe que se convirtió en el peón estadounidense sobre el terreno, lo que provocó el disgusto de Turquía, que veía con malos ojos el renacer del movimiento kurdo favorecido por su patrón en la OTAN.
2011-2014
Las protestas derivan en guerra civil
La guerra se radicalizó y eternizó debido a tres factores. En primer lugar, las plataformas de la oposición en el exilio, como el Congreso Nacional Sirio, no tenían mucha credibilidad en el interior, y acabaron bajo el control de sus patrocinadores (Turquía, Qatar, Arabia Saudí). En segundo lugar, las organizaciones yihadistas secuestraron la revolución siria, pues su intención declarada era instaurar un estado regido por las leyes islámicas y borrar del mapa a la Siria de El Asad y la posibilidad de establecer en el corazón de Oriente Medio un estado democrático y laico. En tercer lugar, la guerra de Siria se convirtió, junto con Irak y Yemen, en el principal foco de la guerra proxy librada entre Arabia Saudí e Irán.
 
            Bashar al Asad (centro) visita Daraya en 2016 tras un acuerdo con los insurgentes que les permitió evacuar la localidad
Entre 2012 y 2013, las fuerzas rebeldes se hicieron con la mayor parte del norte y del este de Siria, mientras el gobierno resistía en el sur, la región de Damasco y el oeste. El fracaso de una propuesta de paz de la ONU dio pasó a una radicalización del conflicto. Las fuerzas de El Asad usaron matanzas, asedios prolongados, misiles Scud y armas químicas contra la población. Solo en Daraya, en el suroeste del país, fueron asesinadas entre 600 y 700 personas en agosto de 2012. Las milicias rebeldes también cometieron masacres, como el asesinato en Latakia de entre 60 y 200 civiles alauís (la minoría a la que pertenecen los Asad) por los yihadistas.
2014-2020
El EIIS, la intervención rusa y la crisis de los refugiados
En 2014-2015, la guerra dio un nuevo giro cuando el Estado Islámico (EIIS), o Daesh, ocupó una franja de terreno transfronterizo entre Siria e Iraq y se enfrentó a todos los bandos en un intento de crear un califato regido por las leyes islámicas, e instaurando un régimen de terror sobre los aproximadamente seis millones de personas que vivían bajo su control. El movimiento se financió gracias a la venta de petróleo. Su derrota no se completó hasta la intervención en el verano de 2014 de una coalición internacional capitaneada por EE. UU. Sin embargo, incluso después de la caída de sus bastiones principales en Raqa y Mosul (en Irak) en 2017, el EIIS continuó en las sombras, esperando una nueva oportunidad.
La aparición del EIIS permitió que en 2015 la Guardia Revolucionaria iraní y Hizbulah lanzaran una gran ofensiva al norte de Damasco, debilitando a las fuerzas rebeldes. Como compensación a Irán por la firma del acuerdo JPCOA para paralizar su programa nuclear, EE. UU. y sus aliados dejaron de financiar a los rebeldes sirios. Las monarquías del Golfo estaban ahora implicadas en el Yemen y redujeron también sus ayudas.
 
            Milicianos hutíes hacen guardia en las cercanías del palacio presidencial en Saná, capital de Yemen, en 2015
Si Obama decidió desligarse del laberinto en el que se había convertido Siria, Putin, cuyo prestigio estaba pasando una dura prueba en Ucrania, decidió intervenir en apoyo de El Asad. En el verano de 2015, la participación masiva de tropas iraníes y de la aviación rusa permitió al gobierno recuperar la iniciativa. Al año siguiente, el ejército sirio reconquistó Alepo, tras cuatro años de una de las batallas urbanas más encarnizadas de las guerras modernas.
La caída de Alepo ayudó a convencer a Occidente de que la victoria del régimen de El Asad era inevitable, y se procedió a una cierta “rehabilitación” del alauí. Emiratos Árabes o Baréin, por ejemplo, reabrieron sus embajadas en Damasco tras siete años.
Turquía decidió intervenir en el norte de Siria, teóricamente para combatir al EIIS, aunque buscaba neutralizar a los kurdos
Entre tanto, miles de refugiados sirios se amontonaban en la frontera con Turquía, lo que provocó una gigantesca crisis migratoria hacia la Unión Europea. Eran la representación dramática de la falta de interés de la comunidad internacional por el drama de Siria.
La misma Turquía decidió en 2017 intervenir con sus tropas en el norte de Siria, teóricamente para combatir al EIIS, aunque en realidad buscaba neutralizar a los kurdos. Se produjo entonces un periodo de fuerte tensión, cuando tropas iraníes, apoyadas por ataques aéreos rusos, chocaron con las turcas. La intervención turca sirvió para establecer el Ejército Nacional Sirio (ENS), fundado por antiguos mandos del ESL.
 
            Refugiados sirios en Edirne (Turquía), en marzo de 2020. EFE/EPA/TOLGA BOZOGLU
En 2020, la mediación de Rusia y Turquía llevó a un alto el fuego en la región de Idlib, aunque los combates esporádicos continuaron en otras partes del país. Esta “pax rusa” parecía haber asegurado la pervivencia del régimen de el Asad.
2024
La ofensiva de los once días
A partir de 2017, el Frente al Nusra y las milicias yihadistas financiadas por Turquía se habían reorganizado en sus bases en la región de Idlib, en el noroeste del país, proclamando un Gobierno Nacional de Siria. Al Nusra se convirtió en la principal organización de la Hay’at Tahrir al-Sham (Comité de Liberación del Levante, HTS).
El HTS inició una campaña de limpieza de imagen para desvincularse de su pasado yihadista: creación de instituciones civiles o comunicados asegurando el respeto a las otras creencias. Su poder militar se basaba en la financiación turca y en un uso inteligente de sus recursos: creación de una escuela de mandos, fuerzas especiales de reconocimiento o una industria armamentística propia (incluyendo drones, utilizados para matar a varios oficiales sirios y un general iraní en las primeras horas de la ofensiva de 2024).
 
            Insurgentes sirios celebran la victoria en Damasco, la capital, el 8 de diciembre de 2024
En noviembre de 2024, la situación geopolítica había cambiado. Los aliados del régimen, Rusia e Irán, estaban enredados en sus propios conflictos: el primero en Ucrania, y el segundo en el Líbano, a través de Hizbulah, muy debilitada tras la muerte de sus principales líderes en los ataques israelíes. El hundimiento financiero del Líbano había erosionado la riqueza de las élites sirias, que normalmente tenían su dinero allí. En cuanto al ejército, estaba formado por reclutas poco entusiastas y en los que el gobierno no confiaba. Ni los hombres de Hizbulah, que se situaban detrás de ellos para evitar que les dispararan por la espalda.
Las facciones rebeldes aprovecharon la ocasión. El 27 de noviembre de 2024 dio comienzo la ofensiva del HTS y el ENS. Dos días después caía Alepo, mientras la resistencia gubernamental se desintegraba. En Deraa, la localidad donde catorce años antes se había producido el primer conato de revuelta de la primavera árabe siria, milicias rebeldes agrupadas en el Frente Sur reanudaron sus ataques. En una rápida sucesión de avances, las columnas rebeldes se apoderaron de Hama y Homs en el norte, y finalmente, el 7 de diciembre, de Damasco. El-Asad huyó del país. Acababan así 54 años de dictadura y se abría un nuevo periodo para la historia de Siria, un país martirizado por la guerra y la división.

