¿Cómo acabó España perdiendo otro festival de la canción? No, no hablamos de Eurovisión –donde ya tenemos cierto historial de tropiezos–, sino de su primo comunista: el Festival de la Canción de Intervisión. Un experimento soviético con lentejuelas que, aunque muchos han olvidado, fue una de las batallas más suaves –pero no menos simbólicas– de la guerra fría. Una guerra en este caso de notas y melodías, pero guerra al fin y al cabo. Y ahí, paradójicamente, también estuvo España.
Hace 45 años, en la ciudad costera de Sopot, Polonia, se celebró la última edición de Intervisión tal como la conocíamos. Un festival construido como el espejo rojo de Eurovisión, donde los países del bloque del Este podían lucir a sus artistas mientras ondeaban, discretamente, sus banderas. Había nacido en Checoslovaquia en 1968. En ese entorno, en medio de balalaicas, apareció España como el amigo incómodo del grupo. ¿Qué hacía la dictadura alternando con países comunistas?
La respuesta está en los archivos del Ministerio de Exteriores franquista: España intentaba suavizar su imagen autoritaria en la escena internacional y, de paso, abrirse un hueco económico en Europa del Este. Y para eso mandó a Salomé a Checoslovaquia en 1968, poco antes de que los tanques soviéticos aplastaran la Primavera de Praga. Salomé quedó tercera en Intervisión ese año con Pase lo que pase… y al siguiente arrasó en Eurovisión con Vivo cantando, en un cuádruple empate. Massiel ya había ganado el año anterior. Franco sonreía. La operación blanqueo avanzaba a ritmo de pop.
Pero la presencia española en Intervisión no fue flor de un día. La España posfranquista participó en todas las ediciones polacas de Intervisión entre 1977 y 1980. El grupo Rumba Tres, que cruzó el telón de acero en 1978, volvió asombrado por el furor que despertaba la rumba catalana No sé, no sé en suelo comunista. “Aunque estuviera el comunismo, se portaron divinamente”, contaban. Y sí, en una entrevista confesaron que había un infiltrado, pero nadie se lo tomó muy a pecho. Aunque nunca ganamos, dos años después, España, representada en 1980 por la cantante catalana Gloria, quedó en cuarta posición con su canción Qué más me da.
La criatura de Brézhnev
El festival no era ajeno a los mitos. Organizado por emisoras estatales bajo control comunista, su propósito radicaba en mostrar que el Este también sabía hacer televisión moderna. Y, sorprendentemente, a veces lo lograba. De hecho, una de las leyendas más persistentes en torno al festival es la del sistema de votación: los ganadores se decidían según los picos de tensión eléctrica provocados por los espectadores al encender y apagar las luces para votar. Nada de puntos del jurado, solo votaban los vatios.
Las reglas tampoco eran tan estables como en el concurso occidental; fueron cambiando con el tiempo. En algunas ediciones se otorgaban dos premios: uno para la mejor canción de una cadena y otro para la mejor de las discográficas. A veces, los galardones se concedían por la calidad de la canción y otras por la interpretación del artista.
Intervisión tuvo una primera vida antes de la etapa polaca en Sopot. Fue lanzado bajo el mandato del dirigente soviético Leonid Brézhnev, y entre 1965 y 1968, en Checoslovaquia, se organizaron cuatro ediciones en las que participaron países de todo tipo, no solo comunistas ni únicamente europeos. Bélgica, Nueva Zelanda, Cuba, Perú o Sudáfrica, por ejemplo, las integraron, aunque no con regularidad.
Actuación en una de las ediciones del festival soviético Intervisión celebrado a finales de los años setenta en Sopot, Polonia
Se convirtió, de facto, en el primer festival televisado paneuropeo, pionero en romper las barreras entre Este y Oeste. Ironías del telón de acero: mientras Eurovisión se negaba a recibir países comunistas, Intervisión era una pasarela más abierta de lo que el propio Kremlin habría podido anticipar.
Aquella fase inicial se vino abajo con la invasión soviética de 1968, que disolvió la Primavera de Praga y reinstauró la censura en los medios. El festival desapareció, hasta que Polonia decidió desempolvarlo en 1977 y fusionarlo con su Festival Internacional de la Canción de Sopot, que se celebraba desde 1961. Eso sí, la financiación con fondos públicos fue tan polémica como lo es hoy la de Eurovisión en redes sociales.
Tanques del Pacto de Varsovia entrando en Checoslovaquia en 1968
Las tensiones sociales estallaron con el auge del sindicato Solidaridad, que protestó por el uso de dinero público para pagar fiestas mientras la represión aumentaba. En 1981, se impuso la ley marcial en Polonia, se encarceló a los líderes sindicales y se canceló Intervisión. El show tuvo que parar.
Hubo un tímido intento de resucitarlo en 1984, pero la URSS ya no era ni tan unión ni tan soviética. Lo que se recupera finalmente es, de nuevo, el Festival Internacional de la Canción de Sopot. Tras la caída del régimen comunista en 1991, y con el Pacto de Varsovia disuelto, el certamen pasó de evento ideológico a recuerdo nostálgico. Ni siquiera la invitación de artistas como Whitney Houston o Elton John logró reflotarlo.
El líder de Solidaridad Lech Walesa durante la huelga del astillero Lenin de Gdansk de 1980
Años después, en 2008, Rusia recuperó el festival en Sochi, pero solo con países de la antigua URSS. Las siguientes ediciones, previstas para 2014 y 2015, no vieron la luz, y aunque en 2023 Putin volvió a hablar de una nueva edición, la geopolítica y la censura se cruzaron por el camino. Sin embargo, el presidente ruso ha decretado que Moscú acogerá la próxima Intervisión a finales de este 2025.
Las grietas políticas
Mientras tanto, Eurovisión ha seguido transformándose en el mayor espectáculo de geopolítica pop. En 2014, Conchita Wurst ganó con Rise Like a Phoenix, escandalizando a un concejal de San Petersburgo, quien escribió al Ministro de Cultura exigiendo la retirada de Rusia del concurso por tratarse de un festival “inmoral que promueve la homosexualidad”. Dos años después, en 2016, la ucraniano-tártara Jamala, con 1944, cantó sobre la deportación de los tártaros de Crimea en los años cuarenta y Rusia volvió a enfurecerse.
Finalmente, tras la invasión de Ucrania en 2022, varias de las cadenas que integran la Unión Europea de Radiodifusión (UER) solicitaron la exclusión de Rusia del certamen, apelando a que, desde la intervención de 2014, VGTRK (Compañía Estatal de Televisión y Radioemisora de Toda Rusia) y Channel One han sido herramientas clave de propaganda política.
La UER alegó el carácter apolítico del evento, por lo que, por tanto, Rusia podía seguir en él. Sin embargo, poco después, presionada por declaraciones de otros países, reculó. Anunció que Rusia no competiría, ya que, “en vista de la crisis sin precedentes en Ucrania, la inclusión de una participación rusa en el concurso de este año desacredita la competencia”. Rusia, ofendida, abandonó la UER.
Y hoy, el mismo debate vuelve a arder con la crisis entre Israel y Palestina. Algunos preguntan: si Rusia fue expulsada por invadir Ucrania, ¿por qué no se toma una decisión similar con Israel tras su ocupación de Gaza? Israel afronta en la Corte Internacional de Justicia acusaciones de genocidio contra los palestinos en la franja. Por tanto, los focos ya no solo apuntan al escenario: apuntan a las grietas políticas detrás de la música.
Entre invasiones, boicots, resistencias y brillos, lo cierto es que Intervisión fue más que un festival: fue otra de las facetas de la guerra fría, cantada al compás de la propaganda comunista y el eurodisco. Y ahí estuvo España, dándolo todo, como quien se cuela en una fiesta ajena y no entiende por qué no lo invitan más.
Tendremos que esperar a la nueva edición de un concurso que hace hincapié en la “tradición universal, espiritual y familiar”, promoviendo una “música real” y dejando atrás la modernidad falsa “que es ajena a cualquier persona normal”, según declaró Serguéi Lavrov. El jefe de la diplomacia rusa garantizó “que no habrá perversión ni abusos sobre la naturaleza humana, como los que vimos durante los Juegos Olímpicos en París”, destacando su percepción de ofensa a la fe religiosa y una supuesta propaganda LGTBIQ+.
Fuentes del Kremlin afirman que cerca de una veintena de países están dispuestos a participar, incluidos los miembros de los bloques BRICS y CEI. Corea del Norte, que ya participa en el Festival de la Canción Asiavisión, no ha confirmado su presencia. Estaremos atentos.



