“La catástrofe no tiene precedentes”: cómo el terremoto de Valdivia en 1960 se convirtió en el seísmo más poderoso de la historia

Ciencia

El maremoto desencadenado por el sismo del sur de Chile, ocurrido hace hoy 65 años, que alcanzó las costas de Japón, supuso un punto de inflexión para la investigación de estos fenómenos

Evacuación de familias tras el terremoto de Valdivia, mayo de 1960

Evacuación de familias tras el terremoto de Valdivia, mayo de 1960

Aci

El geofísico Richard Aster quiso ilustrar la potencia del gran sismo de Valdivia y propuso que, si sumáramos toda la energía liberada por los terremotos a lo largo del siglo XX, una cuarta parte de esa fuerza correspondería al evento que sacudió el sur de Chile el 22 de mayo de 1960. Con el tiempo, se buscaron más imágenes que dimensionaran aquel terremoto de magnitud 9,5 que, pasadas las tres de la tarde de un domingo cualquiera, saturó los sismógrafos.

Sesenta y cinco años después, el terremoto de Valdivia sigue liderando los registros: la fuerza de sus catorce minutos equivalía a la potencia de 20.000 bombas nucleares como la de Hiroshima. El terremoto sacudió el territorio a lo largo de mil kilómetros de longitud, provocando un deslizamiento de la falla de 20 metros, algo nunca visto y difícil de volver a ver, ya que los científicos afirman que se rozó la energía máxima que el planeta pueda soportar en un evento sísmico.

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El día anterior, una sacudida en Concepción, 500 kilómetros al norte, había dejado 130 muertos, aunque los 7,5 grados en la escala de Richter del terremoto serían solo el preludio de lo que iba a suceder. El terremoto de Valdivia, en realidad, fue el culmen de una serie de sismos que fueron aumentando de potencia hasta desembocar en uno de magnitud 7,8 solo 15 minutos antes de la sacudida final.

El último movimiento telúrico acabó por liberar la energía acumulada entre la placa oceánica Nazca y las placas Sudamericana y de Chiloé con tal fuerza que, según algunos cálculos, desplazó tres centímetros el eje de la Tierra, y destrozó cuarenta ciudades y cientos de poblaciones habitadas por dos millones y medio de personas. Valdivia, Puerto Saavedra, Corral, Isla Mocha o Maullín quedaron devastadas durante un acontecimiento que se empezó a calibrar días después, cuando El Correo de Valdivia publicó una edición de dos páginas y tituló: “La catástrofe no tiene precedentes”.

El país más sísmico del mundo

En Chile, el país más sísmico del mundo y situado en el llamado Cinturón de Fuego del Pacífico, se registran diez movimientos al día, y aunque en los dos últimos siglos se han producido un centenar de terremotos superiores a magnitud 7 (doce de ellos en los últimos veinte años), la historia determina que cada 300 años se sucede un terremoto de grandes dimensiones. La catástrofe de Valdivia, así, fue el eco del último gran terremoto del país, ocurrido en la ciudad del sur de Chile en 1575 y cuya magnitud estimada fue de 8,8 en la escala Richter.

Por entonces no existían los sismógrafos, inventados por un físico escocés a mediados del siglo XIX, aunque el cronista Pedro Mariño de Lobera, militar a las órdenes del conquistador Pedro de Valdivia que vivió los destrozos, afirmó en su Crónica del Reino de Chile que aquella sacudida duraba una eternidad: “Era cosa que erizaba los cabellos, y ponía los rostros amarillos, el ver menearse la tierra tan apriesa, y con tanta furia que no solamente caían los edificios, sino también las personas sin poderse detener en pié, aunque se asían unos de otros para afirmarse en el suelo”.

Corral, la zona más afectada por el terremoto de Valdivia, mayo de 1960

Corral, la zona más afectada por el terremoto de Valdivia, mayo de 1960

Álbum

Quiso el destino que el naturalista Charles Darwin viviera otro sismo estando en Valdivia en 1835 y que diera cuenta de él en su diario, donde mencionaba que aquel 20 de febrero había sido “memorable en los anales de Valdivia, por el terremoto más terrible de cuantos han visto los habitantes más ancianos”.

Pero ninguno de los terremotos anteriores había alcanzado las dimensiones del registrado en 1960. El saldo de víctimas mortales rondó los 2.000, una cifra contenida y cuyo número pudo haberse multiplicado de no haber sido domingo y encontrarse las calles vacías, aunque eso no evitó que el ochenta por ciento de los edificios de la ciudad, que por entonces rondaba los 73.000 habitantes en un país de siete millones y medio, quedaran gravemente afectados: buena parte se habían levantado en terrenos rellenados o viejos cauces de ríos que aumentaron su vulnerabilidad.

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Hubo infraestructuras que quedaron en pie, como el Hotel Pedro Valdivia, donde se acuarteló la prensa para contar lo que había sucedido, o el Edificio Prales, hecho de hormigón, así que ambas construcciones sirvieron como buenos ejemplos de edificación contra los sismos.

El periódico local afirmó que el evento, más que un terremoto, había sido “un cataclismo de proporción universal”. Los terrenos cedieron y nacieron humedales como consecuencia del hundimiento de grandes superficies de tierra, las cartas de navegación marinas quedaron desfasadas por los movimientos telúricos, y la región quedó herida de muerte.

Vista de una calle en el centro de Valdivia tras el terremoto

Vista de una calle en el centro de Valdivia tras el terremoto

Dominio público

Los accesos por carretera, el hospital, el aeropuerto, la estación de ferrocarril y las fábricas que componían el entramado económico quedaron inservibles, pues, además de hundirse varios barcos de la compañía naviera, el sismo acabó con la papelera, la cervecera, cuya tradición habían traído los migrantes alemanes del siglo XIX, la refinería de azúcar, la fábrica de calzados, que distribuía zapatos por todo Chile, y los comercios mayoristas al borde del río.

Incluso Corral, donde se encontraba el puerto más antiguo del país y el sismo tiró 1.200 casas, quedó devastado, condenando a una región que vivía del comercio marítimo, la industria forestal y la ganadería, ya que desaparecieron trece mil hectáreas de pastos.

Aunque el epicentro del terremoto tuvo lugar en Traigüen, Valdivia y sus alrededores fueron las zonas más afectadas. Sobre la boca del lago Reñihué, donde el río nace con el nombre de San Pedro, el derrumbe de dos cerros provocó un taponamiento que provocó una disminución del caudal. Por cada metro que ganaba el cuerpo de agua, cuya extensión es de 77 kilómetros cuadrados, se retenían 200 millones de metros cúbicos más.

El tapón llegó a superar los 24 metros de altitud, por lo que aquella ingente cantidad de agua atrapada entre las montañas amenazaba con arrasar todo lo que encontraría río abajo, incluida la ciudad. Un ejército de trabajadores voluntarios, sin embargo, acudió a la llamada con palas y, después de dos agotadores meses con ayuda de maquinaria, lograron abrir un canal por el que se fue evacuando el agua, evitando así otra catástrofe de grandes dimensiones.

Un hombre reza junto a las ruinas de su casa tras el terremoto de Valdivia, mayo de 1960

Un hombre reza junto a las ruinas de su casa tras el terremoto de Valdivia, mayo de 1960

Getty Images

El conocido como “riñihuazo” se mantiene en la memoria popular como una de las grandes gestas durante el terremoto. Lo que no se pudo evitar fue la erupción del volcán Cordón Caulle, cuyos dieciocho cráteres estuvieron arrojando lava y materiales sólidos durante semanas. Los científicos, en un gesto inusual, no dudaron en asociar ambos fenómenos.

Consecuencias globales

Los efectos del gran terremoto excedieron las fronteras del país sudamericano, ya que al movimiento telúrico le siguió un maremoto que alcanzó las costas lejanas. En la ciudad de Hilo, en Hawái, donde llegaron olas de diez metros, murieron 61 personas a pesar de las sirenas que sonaron por el riesgo de tsunami mientras que los embates del mar provocaron decenas de muertos en Japón, además de afectar a miles de edificios. La mayor destrucción se registró en la localidad de Shizugawa, hoy llamada Minami-Sanriku. Allí murieron 41 personas y resultaron afectados 50.000 edificios. Treinta años después, en el aniversario de la catástrofe, se instaló un cóndor fundido en cobre en la Plaza de Chile, aunque el monumento fue barrido por el terremoto del país asiático de 2011.

Hilo después del maremoto que afectó el archipiélago de Hawái

Destrozos en la ciudad de Hilo tras el maremoto que afectó al archipiélago de Hawái

Dominio público

El posterior tsunami, considerado el primer gran maremoto registrado a nivel global y cuyos efectos recordaron la fuerza de la naturaleza en lugares tan remotos como Nueva Zelanda o Filipinas, cambió muchas cosas. En Chile, donde pronto se modificaron las leyes sobre construcción, se impulsó la creación del Grupo Intergubernamental de Coordinación del Sistema de Alerta de Tsunamis en el Pacífico, bajo el paraguas de la Unesco, y en Estados Unidos llevó a rebautizar el Centro de Alerta de Tsunamis del Pacífico, que inicialmente se había limitado al archipiélago de Hawái.

El Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada de Chile, por su parte, aprendió que incluso el terremoto más grande puede causar menos daño que el maremoto provocado por el sismo. El caso de Valdivia, además, llevó a profundizar en la investigación sismológica y revolucionó las ciencias de la Tierra.

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Hasta entonces, la teoría más extendida sobre los terremotos los consideraba provocados por causas superficiales, y no por el desplazamiento de placas oceánicas y continentales, como había planteado Alfred Wegener en El origen de los continentes y océanos (1915-1929).

La teoría de la deriva continental, presentada por Wegener a comienzos de siglo, había causado un gran revuelo, pero el terremoto chileno, sumado al que sufrió Alaska cuatro años después (el tercero más fuerte jamás registrado), cambiaron el paradigma científico después de que los trabajos del geólogo George Plafker descubrieran una inmensa falla de 1.000 km de largo y 60 km de ancho a lo largo de la costa chilena: la placa oceánica se introducía debajo del continente. En 1968, durante la conferencia de la Unión Americana de Geofísica, se confirmó la teoría de la tectónica de placas.

La destrucción en las calles tras el terremoto de Valdivia, mayo de 1960

La destrucción en las calles tras el terremoto de Valdivia, mayo de 1960

Getty Images

El episodio de Valdivia, en fin, permitió observar científicamente, por primera vez en el terreno, los efectos de un gran terremoto, ya que un evento de estas condiciones solo se había escuchado en fábulas, leyendas y mitos de civilizaciones y pueblos indígenas como los mapuches, quienes se refieren como nüyüñ-mapu a los temblores de la tierra. Para los habitantes nativos del sur del país, los terremotos son decretados por el alma de algún antepasado para recordarles promesas incumplidas.

Chile se pregunta ahora cuándo sufrirá el próximo terremoto devastador. No existen estimaciones precisas, aunque la cita con la historia garantiza que la tensión acumulada por el movimiento de placas volverá a liberarse. Las últimas investigaciones han concluido que ya hubo un terremoto similar al de Valdivia. Fue en el norte del país hace 3.800 años, un tiempo en el que sus habitantes ya comenzaban a incorporar la existencia de sismos como parte de su cultura, aunque fuera en forma de castigo divino.

Esa conciencia sigue caracterizando al país. El escritor Patricio Manns, de hecho, cuenta en Violeta Parra: la guitarra indócil (1986) que la cantante, estando en Puerto Montt, envió un telegrama sin destinatario a Santiago de Chile poco antes de la catástrofe en el que decía: “Oye, dios: ¿por qué no me mandas un terremoto?”.

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