¿Quiénes son los granjeros blancos de Sudáfrica a los que Trump quiere proteger?

Los orígenes de los afrikáners

La historia de la minoría bóer, descendientes de los primeros colonos europeos, es una de las más singulares de la presencia europea en el continente africano

Voortrekkers recorriendo el Groot Trek desde Colonia del Cabo a Natal a partir de 1835. Grabado, 1837

'Voortrekkers' recorriendo el Gran Trek desde Colonia del Cabo a Natal a partir de 1835. Grabado, 1837

Album / Granger, NYC

¿Granjeros blancos en Sudáfrica? ¿Por qué hay blancos en Sudáfrica desde hace 400 años? ¿Por qué se les sigue llamando granjeros si no lo son? ¿Por qué aún conservan una identidad propia, que no solo se basa en su condición de minoría étnica, y constituyen aún una suerte de élite del país? Y... ¿por qué Donald Trump simpatiza con ellos hasta el punto de asumir los bulos sobre que ahora son víctimas de un genocidio, olvidando, por cierto, el ignominioso régimen del Apartheid?

La historia de la minoría afrikáner (también llamada bóer, que significa precisamente granjero en neerlandés) es una de las más singulares del colonialismo europeo en el continente africano. Hoy en día es difícil poner cifras a sus descendientes. Según los datos oficiales, los blancos representan un 7,8% de la población de Sudáfrica, de los cuales en torno al 60% hablan afrikáans –un derivado del neerlandés que tuvo su propia evolución gracias al aislamiento y al contacto con otras lenguas, autóctonas o no–. Por lo tanto, y sin contar con datos oficiales, se calcula que la población afrikáner ascendería a unos 2,7 millones de personas. 

Orígenes de 400 años

Los primeros colonos neerlandeses llegaron al Cabo en 1652: eran calvinistas que buscaban una nueva tierra de libertad y pronto desarrollarían una identidad propia

La presencia de blancos en el extremo meridional de África se remonta a la era del expansionismo europeo, entre los siglos XV y XVIII. Fue concretamente el 6 de abril de 1652 la fecha en que la expedición de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales, comandada por Jan van Riebeeck, desembarcó en la bahía del cabo de Buena Esperanza, en el sur del continente. Es su Mayflower. Solo 25 años antes otros holandeses habían fundado en la costa oeste norteamericana la ciudad de Nueva Ámsterdam. 

Y es que el desembarco representó un cambio importante en la época: una potencia marítima emergente, Países Bajos, rompía el monopolio portugués de las rutas africanas hacia Asia. De hecho, la idea inicial no era asentarse, sino controlar un puerto de suministro para las embarcaciones holandesas que navegaban rumbo a las posesiones de la actual Indonesia. Sin embargo, pronto colonos calvinistas llegados de la metrópolis –llamados vrijburgers, o ciudadanos libres– decidieron buscar nuevas tierras para prosperar. 

'El desembarco de Jan van Riebeeck' el 6 de abril de 1652. Óleo de Charles Bell, 1850

'El desembarco de Jan van Riebeeck' el 6 de abril de 1652. Óleo de Charles Bell, 1850

Bridgeman / Aci

El caso de los primeros colonos neerlandeses en Sudáfrica no es exactamente el de una huida de las guerras de religión de Europa. Los Países Bajos, recién independizados del Imperio español, habían consolidado un sistema de libertades muy avanzado para la época y, además, la mayoría del país era calvinista, por lo que los motivos de esas primeras migraciones eran más bien económicas. Eso sí: poco tiempo después, en la década de 1680, comenzaron a llegar al lugar colonos blancos de otras partes, en su mayoría hugonotes franceses que, en este caso, se vieron obligados a abandonar Francia tras derogarse el edicto de Nantes. A ambos grupos les unían sus creencias calvinistas, por lo que los de origen francés pronto quedarían asimilados por los neerlandeses, que impondrían sus costumbres y lengua, la futura afrikáans.

En los siguientes años y siglos se iría consolidando una cultura e identidad propia fruto de la mezcla –se les sumarían poco después alemanes, también calvinistas–, aunque siempre solo entre gente de origen europeo. Si en Latinoamérica, en la misma época, lo habitual era el mestizaje, en Sudáfrica los blancos evitaron mezclarse con la muy numerosa población local negra, a la que consideraban inferior. Y los que lo hicieron forzaron a crear una nueva categoría racial, los llamados coloured, que todavía hoy existe en Sudáfrica y que representa entre un 7 y un 8% de la población. No cabe sorprenderse: la segregación racial, que tiene su origen en motivos religiosos, es una singularidad de los procesos coloniales de potencias del norte de Europa. Ahí están casos como los de los EE.UU., Australia o muchas de las colonias inglesas de África o el Caribe. 

El Gran Trek

Los británicos llegaron en el siglo XIX e impusieron sus leyes y lengua a los bóeres, que optaron por emigrar al interior y fundar sus propios estados

Otro factor clave de la construcción de la futura identidad afrikáner fue que estos grupos pronto comenzaron a abandonar la costa y optaron por adentrarse en el territorio y buscarse la vida de forma independiente. La Compañía imponía los precios de las cosechas y no permitía a sus trabajadores comerciar libremente, con lo que las tensiones no tardaron en estallar. El resultado fue un éxodo hacia el interior a la búsqueda de grandes extensiones para sus ganados y, sobre todo, más libertad. Así, ya en el siglo XVIII, se desarrolló el fenómeno de los trekboer, que podría traducirse como “granjeros itinerantes”. Estas migraciones les llevaron a regiones como el Gran Karoo, al noroeste; en torno al río Orange, en el centro, y el Transvaal, al noreste. 

A la mayoría les movía un fuerte sentimiento religioso. Para muchos de esos bóeres, la expansión era un regalo divino al pueblo elegido, con lo que cualquier imposición a la población local estaba plenamente justificada. De hecho, son bases ideológicas que recuerdan especialmente a las que motivaron la conquista del Oeste de los EE.UU. un siglo después. La gran diferencia entre ambos casos es que, en Sudáfrica, la población negra siempre superó demográficamente a la blanca, con lo que fue imposible una limpieza étnica a gran escala como la que sí tuvo lugar en Norteamérica.

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No obstante, se produjeron importantes choques con los pueblos khoikhoi, san y bantú, perdiendo muchos de ellos sus tierras, aunque también hubo intercambios y cierta convivencia. Además, pese a que la institución de la esclavitud no funcionaba mayoritariamente como tal, hubo graves formas de servitud y abusos en las granjas. En definitiva, como fue habitual en todo el planeta en aquellos siglos, los blancos impusieron su sistema político y económico, bajo las ideas de la supremacía racial y con el pretexto de que tenían una misión civilizatoria.

Y en estas que llegaron los británicos. Era 1795 y Napoleón acababa de invadir los Países Bajos, y los ingleses, temerosos de que Francia se quedara con el estratégico cabo de Buena Esperanza, decidieron ocuparlo. Debía ser una invasión temporal, pero en 1806 Londres entendió que la zona era clave para expandir su imperio marítimo, después de la reciente pérdida de las trece colonias americanas. Y así fue como acabó controlando toda la Colonia del Cabo.

Si las tensiones entre blancos y negros habían sido notables, serían un juego de niños al lado de lo que ocurriría en este siglo XIX entre blancos disputándose el dominio. Los británicos pronto impusieron su ley, tanto a la mayoría negra como a los bóeres. Conscientes de que estos últimos serían su principal competencia en el poder, no tuvieron ningún reparo en imponer una administración mucho más controladora, su religión anglicana y el inglés como única lengua oficial.

A los afrikáners también les enfadó especialmente que los británicos impulsaran leyes para proteger derechos de los xhosa y los khoikhoi, algo que, dicho sea de paso, no hicieron por motivos altruistas: la mayoría indígena les servía como policía para mantener la situación bajo control, y los bóeres, que consideraban a los negros inferiores y eran reacios a un poder del Estado, no podían entenderlo. La gota que colmó el vaso fue la abolición de la esclavitud en 1834. 

La situación acabó desencadenando lo que se ha bautizado como Gran Trek, una gran marcha entre 1835 y 1840 de bóeres hacia regiones todavía más en el interior, al noreste del actual Sudáfrica. Se repetía la historia, pero a gran escala. Este éxodo acabó con la fundación de tres estados independientes que nunca fueron reconocidos por los británicos: Natalia, cuya soberanía recuperaron los ingleses en 1843; la República de Transvaal, nacida en 1852; y el Estado Libre de Orange, de 1854. Fue un movimiento migratorio que chocó directamente con pueblos como el zulú y que generó una mitología muy parecida a la del Salvaje Oeste americano –más o menos en la misma época, además–, fijando definitivamente el imaginario colectivo de la identidad afrikáner. He aquí la conexión con los EE.UU. que la vincula al actual trumpismo.

Lo que vendrá después, ya en la segunda mitad del siglo XIX, serán dos duras guerras entre británicos y afrikáners para quedarse con el conjunto del territorio sudafricano. No está de más recordar que el conflicto más sangrante en el África colonial fue entre blancos –aunque, por supuesto, también murieron muchos negros–. Pese a que la victoria se la llevó el Imperio, curiosamente será la ideología bóer la que dio forma y fundamento al nuevo estado unificado. Tras décadas matándose, los blancos pactarían finalmente repartirse el poder, a costa de subyugar definitivamente a la mayoría negra. Sería el arranque de un sistema de segregación racial que al cabo de un siglo avergonzaría a todo el planeta. 

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Este artículo ha contado con el asesoramiento de Albert Roca, profesor de Antropología Cultural e Historia de África en la Universidad de Lleida.

Lea aquí la versión en catalán.

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