El gran desengaño de Marte: hace 60 años se obtuvieron las primeras fotografías de lo que pareció un mero desierto con cráteres

Astronomía

En julio de 1965 llegaron a la Tierra las imágenes recogidas por la Mariner 4, que revelaron el aspecto de un planeta del que se desconocía prácticamente todo

William H. Pickering (izqda.), director del Jet Propulsion Laboratory, presenta fotos de Marte de la Mariner 4 al presidente Lyndon B. Johnson, 29 de julio de 1965

William H. Pickering (izqda.), director del Jet Propulsion Laboratory, presenta fotos de Marte de la Mariner 4 al presidente Lyndon B. Johnson, 29 de julio de 1965

NASA

Durante la primera mitad del siglo XX, el planeta Marte había sido objeto de toda clase de especulaciones que lo veían como un posible entorno favorable a la vida. No solo eso, sino que muchos pensaban que allí podían haberse asentado antiguas civilizaciones.

El primero en alentar esa hipótesis fue, en el siglo XIX, el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli. Aprovechando la gran aproximación de Marte a la Tierra que se produjo en 1877 (solo 56 millones de kilómetros), creyó distinguir sobre la superficie del planeta numerosos trazos oscuros a los que dio el nombre de canales.

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Para él no eran más que accidentes geográficos que tal vez canalizaban el agua de deshielo de los casquetes polares hacia la zona ecuatorial. Pero al traducir su trabajo al inglés, la palabra canali se convirtió en channels, que implica una construcción artificial. De ahí a asumir la existencia de una raza de marcianos capaces de realizar ingentes obras de ingeniería planetaria solo había un paso.

Lo dio entusiásticamente el millonario estadounidense Percival Lowell, astrónomo aficionado, que financió la construcción de un observatorio en Arizona para, entre otras cosas, investigar la existencia de vida en Marte. No fue el único en creer en tal hipótesis, y la literatura no pudo resistirse a ambientar novelas en semejante escenario. La guerra de los mundos, de H. G. Wells, y la serie de Edgar Rice Burroughs protagonizada por John Carter son dos de los primeros ejemplos.

Puesta a punto de la Mariner 4 para su misión a Marte en julio de 1965

Puesta a punto de la Mariner 4 para su misión a Marte en julio de 1965

NASA

Pero regresando a la realidad, lo cierto es que, fuera de los imaginarios paisajes de las novelas, nadie sabía cómo sería el Marte auténtico. Los astrónomos tenían claro que el planeta soportaría un clima muy frío, que su atmósfera era casi inexistente y que tal vez pudiesen encontrarse allí trazas de agua o hielo, como mostraban sus zonas polares. Al margen de eso, los horizontes marcianos resultaban un misterio.

El proyecto de la NASA

Para aclararlo de una vez por todas, la jovencísima NASA, a través del Jet Propulsion Laboratory (JPL), empezó a planear una ambiciosa serie de sondas planetarias. Las primeras –denominadas Mariner– irían hacia Venus, un objetivo más cercano y alcanzable. Y en 1964 se intentaría aprovechar la ventana de lanzamiento hacia Marte.

Para asegurar el éxito, las sondas se lanzarían por parejas. Fue una medida prudente, porque en ambos casos –Venus y Marte– el primer lanzamiento falló. En la Mariner 1, que debía llegar a Venus, se deslizó un error en la ecuación de trayectoria, el cohete se desvió de su ruta y hubo que destruirlo. La Mariner 2 sí que alcanzaría su objetivo.

Años después, en el primer lanzamiento hacia Marte, volvió a repetirse la maldición: el escudo protector del cohete que impulsaba a la Mariner 3 no se desprendió y la nave no pudo desplegar sus paneles solares. Diagnosticado y corregido el problema, la Mariner 4 despegó en noviembre de 1964.

Aunque en aquel momento la sonda era una maravilla de ingeniería, para los estándares actuales resultaba, más bien, primitiva. Toda la electrónica era a base de transistores, resistencias y condensadores individuales; aún faltaban años para la aparición de los microchips.

Lanzamiento de la Mariner 4

Lanzamiento de la Mariner 4

NASA

Pocos componentes iban montados sobre placas de circuito impreso, y, en muchos casos, las conexiones entre ellos eran mazos de cables, soldados a mano. El sistema de control térmico consistía en una especie de persianillas venecianas que se abrían o cerraban para dejar pasar más o menos calor solar.

Una cámara y otros aparatos

Llevaba a bordo instrumentos para realizar once tipos de mediciones. En total, apenas 12 kilos de carga útil. Algunos se habían inventado especialmente para esa misión. La joya de todos ellos era una cámara de televisión destinada a transmitir las primeras imágenes del suelo marciano. Como el encuentro tendría lugar a más de 10.000 kilómetros de distancia, iba equipada con un teleobjetivo de 300 mm; en realidad, un pequeño telescopio cuyo diámetro era solo un poco mayor que una moneda de euro.

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El resto de experimentos se centraban en el estudio del ambiente durante el viaje interplanetario, en especial, radiaciones y campos magnéticos, temas casi desconocidos en la época.

Era fundamental que la nave se mantuviese estable durante todo el viaje para que su antena no perdiese el enlace con la Tierra. Y, sobre todo, para apuntar correctamente hacia Marte en el momento del encuentro. Para ello, utilizaba un sensor solar que le permitía tener sus paneles encarados al Sol y uno estelar, calibrado para localizar la estrella Canopus, una de las más brillantes del hemisferio sur. Con esos dos puntos de referencia, la nave conservaba siempre una orientación fija en el espacio.

Minutos reveladores (o no tanto)

El trayecto hasta Marte se realizó sin demasiados sustos, aunque periódicamente el sensor de Canopus se confundía de objetivo y apuntaba hacia otras estrellas. Llevó seis meses y medio, hasta que el 15 de julio de 1965 –se han cumplido este mes sesenta años– pasó brevemente ante el planeta.

El encuentro duró solo unos pocos minutos, durante los cuales la cámara realizó 21 fotografías. Todas quedaron registradas en un grabador de cinta magnética a bordo; a distancias planetarias, las comunicaciones eran tan lentas que impedían enviarlas directamente a la Tierra.

El equipo del JPL confirmando el envío de un comando

El equipo del JPL confirmando el envío de un comando a la Mariner 4

NASA

Cada imagen, en blanco y negro, medía solo 200 píxeles de lado, diez veces menos que lo que ofrece la más modesta cámara actual. Cada punto de los 40.000 que componían la foto se codificaba en uno de 64 niveles de gris, desde el 0 (blanco absoluto) al 64 (negro).

Una vez completado el encuentro, la Mariner 4 empezó la tediosa tarea de enviar a la Tierra el contenido grabado en los 30 metros de cinta magnética. Lo hizo a la exasperante velocidad de 8 bits por segundo, así que cada foto requería entre ocho y diez horas de transmisión.

Años de decepción

El resultado era un largo listado en papel de impresora con filas y filas de números que representaban el valor de los píxeles de cada línea de la foto original. Luego esa ristra de números se convertiría en una imagen.

La recepción de los datos de las imágenes

Recepción de los datos de las imágenes de la Mariner 4

NASA

Los ingenieros del JPL, ansiosos por ver el resultado, no pudieron esperar: tomaron un listado de ordenador de la primera foto y lo colorearon a mano utilizando colores de cera infantiles. Cada píxel se traducía en un tono más o menos ocre según su valor, como en los juegos de “pintar por números”. El cuadro resultante se conserva enmarcado en la sede del JPL.

Cuando, por fin, se compusieron las imágenes, la expectación dio paso a un cierto sentimiento de desengaño. Marte era un desierto cuajado de cráteres, que recordaba a la Luna. Pocos lo habían previsto. Aunque la zona explorada cubría solo un 1 % del planeta, no había nada en ella que mostrase una topografía más novedosa. Solo restos de impactos de meteoritos, que probablemente se remontaban a millones de años atrás.

Imagen de Marte realizada a mano por los ingenieros del JPL a medida que llegaban datos de la Mariner 4 en julio de 1965

Imagen de Marte realizada a mano por los ingenieros del JPL a medida que llegaban datos de la Mariner 4 en julio de 1965

NASA

Nadie podía imaginarlo entonces, pero, por pura mala suerte, la cámara no había detectado ni sus volcanes gigantes, ni el enorme barranco ecuatorial ni, por supuesto, los muchos arroyos secos que hablaban de un pasado en el que por Marte corría agua.

Más aún: cuatro años más tarde, la NASA repetiría el intento enviando dos sondas más al planeta: las Mariner 6 y 7. Y la maldición actuó otra vez: ninguna de las dos fotografió más que cráteres y llanuras, ignorando los grandes paisajes marcianos.

Foto del primer cráter

Foto de Marte de la Mariner 4

NASA

Habría que esperar hasta 1971 cuando otra sonda consiguió entrar en órbita alrededor del planeta y fotografiarlo casi en su totalidad (no sin aguardar semanas a que amainase una tormenta de polvo que lo oscurecía de polo a polo). Entonces se descubrirían el campo volcánico de Tharsis, el surco tectónico bautizado Valles Marineris y, sobre todo, los inesperados signos de que Marte, eones atrás, fue un mundo con agua.

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