Alfred Redl, el hombre que vendió secretos a tres naciones

Entreguerras

En 1913, la noticia de que un oficial de inteligencia austrohúngaro había estado vendiendo secretos a Rusia dejó al descubierto uno de los casos más apasionantes de la historia del espionaje

El coronel austrohúngaro Alfred Redl en una fotografía sin datar

El coronel austrohúngaro Alfred Redl en una fotografía sin datar

Ullstein Bild/Ullstein Bild vía Getty Images

En El mundo de ayer, retrato de los años previos al cataclismo de la Gran Guerra, Stefan Zweig recuerda al coronel Alfred Redl, un hombre “de aspecto agradable y bonachón que fumaba sus cigarros puros” en el mismo café vienés que frecuentaba el escritor. “Solo más tarde descubrí hasta qué punto estamos envueltos por el misterio de la vida y qué poco sabemos de las personas que viven a nuestro alrededor”.

El domingo 25 de mayo de 1913, Redl se disparó en la cabeza en un hotel vienés. Había sido hasta hacía poco el segundo al mando del Evidenzbüro, el servicio de inteligencia austrohúngaro. Un comunicado oficial atribuía el suicidio a una “crisis nerviosa” y se anunció un funeral público al que probablemente asistiría el heredero de la corona, el archiduque Francisco Fernando.

Estalla el escándalo

Al día siguiente del suicidio, un breve artículo de Bohemia, un periódico de Praga, informaba de que había recibido presiones para desmentir los rumores en círculos militares de que Redl vendía secretos a Rusia. Ese mismo día, en el Berliner Tageblatt se afirmaba sin rodeos que Redl había estado a sueldo de los rusos. Los dos artículos eran obra del mismo periodista, el luego célebre corresponsal Egon Erwinn Kisch.

El 29 de mayo, el Ejército se vio obligado a aclarar las cosas: Redl era homosexual en secreto; efectivamente, había cometido traición, aunque sus revelaciones no habían comprometido la seguridad del Imperio.

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Crisis política, homoerotismo y secretos en una sociedad conmocionada por la posibilidad de una guerra europea: la historia de Alfred Redl, el espía del siglo, quedó a merced de la literatura y el cine, más ficción que realidad. Los archivos rusos, accesibles desde la caída del comunismo, y nuevos documentos austriacos revelan una historia bien diferente.

De Lemberg a Viena

Alfred Redl nació el 14 de marzo de 1864 en Lemberg, la capital de Galitzia, región del oeste de Ucrania. Era el cuarto de los nueve hijos de un empleado en una compañía de ferrocarriles condecorado por sus servicios durante la guerra austro-germana de 1866, lo que facilitó su entrada en la escuela de cadetes de Karhaus, en la ciudad checa de Brno.

Tras servir en diversas unidades, fue ascendiendo hasta entrar en 1900 en la sección rusa del Evidenzburö de Viena. El Evidenzburö centralizaba toda la información y el contraespionaje. Sus informes eran enviados al jefe del Estado Mayor, el mariscal Conrad von Hötzendorf, y una vez a la semana al emperador Francisco José I.

Alfred Redl en una instantánea de 1890

Alfred Redl en una instantánea de 1890

Hulton Archive/Getty Images

La carrera de Redl fue meteórica. Hötzendorf le dio su protección. En 1907, Redl era subdirector del servicio, que modeló a su gusto. Tras ser ascendido a coronel en 1910, fue traslado a Praga para dirigir el estado mayor del VIII Cuerpo de ejército. Este era un destino natural, dado el aumento de las operaciones de subversión rusas en Bohemia. En 1913 se descubrió su traición.

Un traidor con vicios muy caros

Durante mucho tiempo se creyó que la Rasvedka (el servicio de inteligencia militar ruso), había conseguido chantajear a Redl amenazando con desvelar su homosexualidad . Sin embargo, los historiadores Hannes Leidinger y Verena Moritz creen que Redl jamás fue chantajeado, porque los archivos rusos no hacen ninguna referencia a su homosexualidad. Fue el propio Redl el que se ofreció a los rusos para financiar su lujoso estilo de vida. Estaba familiarizado con esta práctica, ya que los austriacos también habían comprado planes de guerra rusos en 1906 o 1908.

Su traición comenzó aproximadamente en 1907. Los rusos ni siquiera conocían la identidad de su informante, ya que Redl contactaba con ellos por correo. Este método, que parecía seguro, sería su perdición.

Redl proporcionó información sobre los planes de movilización, órdenes de batalla, informes de inspección y la red de fortalezas en la frontera con Rusia. Fotografió los documentos y reveló él mismo las imágenes. Además, desveló la identidad de agentes austríacos, algunos de los cuales pagaron por ello con la vida. La información se transmitía a través de direcciones postales de cobertura en Suiza, donde el agregado militar de la embajada rusa en Berna las transmitía a San Petersburgo.

Los rusos pagaron a Redl grandes sumas de dinero, lo que le permitió llevar un tren de vida que no hubiera podido permitirse con sus ingresos: restaurantes caros, criados, caballos y amantes. Redl parecía no tener bastante, ya que comenzó a vender información también a italianos y franceses. Los rusos pasaron parte de la información a Serbia, el archienemigo de Austria-Hungría en los Balcanes. Es difícil entender por qué nadie investigó el origen de los espectaculares ingresos de Redl.

El señor Nizetas

Pero Redl no podría escapar. La contrainteligencia austríaca estaba tras la pista de un topo ruso. Se había detenido a varios austríacos que trabajaban para los rusos y se sospechaba que estos contaban con una fuente de alto valor dentro del cuerpo de oficiales. A comienzos de 1913, un sobre remitido desde una oficina de correos de Eydtkunen, una pequeña ciudad de Prusia Oriental, llegó a la oficina central de correos de Viena.

Cuando venció el plazo de recogida, los austriacos lo devolvieron a su remitente, un tal “Nikon Nizetas”. Eydtkunen era un nido de espías rusos, y los alemanes abrieron la carta y encontraron 6.000 coronas en billetes y una lista de direcciones. Dos de ellas, austriacas, correspondían a agentes rusos bien conocidos por el teniente coronel Walter Nicolai, jefe del Abteilung IIIB, el servicio de inteligencia alemán.

El coronel Alfred Redl (en la cabina, a la izqda.) y el general Giesl en Praga en 1913

El coronel Alfred Redl (en la cabina, a la izqda.) y el general Giesl en Praga en 1913

Imagno/Getty Images

Nicolai se puso en contacto con Maximilian Ronge, el sucesor de Redl en el Evidenzburö, y ambos decidieron informar al jefe de la policía vienesa, Edmund von Gayer. Este apostó a tres detectives de la sección especial en la oficina de correos de Viena. Cuando el “señor Nizetas” acudiera a buscar la carta, los empleados los avisarían con un toque de timbre. Entre tanto, llegaron otras dos cartas más para Nizetas.

Aunque Redl estaba al tanto de las sospechas del contraespionaje, viajó a Viena para intentar retener a su joven amante, el teniente Stefan Horinka, que había decidido romper su relación. Redl acudió de paisano a reclamar su correspondencia el 24 de mayo de 1913. A pesar de que la empleada avisó rápidamente, el “señor Nizetas” recogió sus cartas y tomó un taxi antes de que lo detuvieran. Pero los detectives pudieron localizar el taxi, y el conductor les indicó que había llevado a su pasajero al hotel Klomser.

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Posteriormente se sostuvo que los investigadores encontraron un pedazo de papel con letra de Redl en el taxi, o que este se dejó olvidada la funda de un cortaplumas y fue detenido cuando pasó a reclamarla a la consigna del hotel. Son errores difíciles de creer en un oficial de espionaje experimentado. Los detectives lo reconocieron inmediatamente y Redl probablemente los conocía, pues la sección especial participaba habitualmente en operaciones de contraespionaje.

Redl se quedó en la habitación del Klomser. Entre tanto, Ronge y el jefe del Evidenzburö, August Urbanski, advirtieron a Hötzendorf. Urbanski sugirió que se debía permitir a Redl que se quitara la vida para evitar el escándalo. Hötzendorf estuvo de acuerdo y se decidió que se enviaría a una delegación del Ejército para comunicárselo a Redl. Aunque parezca increíble, esa noche Redl pudo salir libremente y llevar a Horinka a su habitación. No se sabe a ciencia cierta qué se dijeron.

El jefe del Estado Mayor, el mariscal Conrad von Hötzendorf

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Dominio público

Hay varias versiones de lo que ocurrió a continuación. En una de ellas, Redl cenó en un restaurante con el general Viktor Pollak, Generaladvokat del Ejército. Redl le pidió una pistola para matarse, pero Pollak se negó a conseguírsela. También solicitó que le proporcionara una ruta de escape hasta Praga con ayuda de la policía. Pollak estaba convencido de que Redl había perdido la razón, lo que concuerda con la versión oficial sobre la “crisis nerviosa”.

Pollak convenció a Redl de que volviera al hotel. Poco después de la medianoche del 25 de mayo llegó al Klemser la delegación del Ejército: Urbanski, Ronge y dos oficiales del Estado Mayor, vestidos de paisano para no levantar sospechas. Redl volvió a pedirles un arma para acabar con su “pasión desastrosa”. Tras pedir que salieran los demás, Redl le contó a Ronge detalles de su traición, aunque solo en lo referente a Rusia (sus contactos con Italia y Francia solo se descubrieron cuando se registró su piso en Praga).

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Llegó la pistola desde el Ministerio de la Guerra. Los cuatro oficiales esperaron fuera del hotel. Redl debió de suicidarse aproximadamente a las dos de la mañana. La autopsia reveló que estaba enfermo de sífilis en un estado avanzado y habría muerto en poco tiempo. Su cuerpo fue enterrado en una tumba sin nombre que posteriormente fue profanada.

El suicidio inducido de Redl desagradó al archiduque Francisco Fernando, que conocía al oficial y era un católico devoto. Hötzendorf pudo también haber querido tapar el escándalo porque entre las personas implicadas en la venta de secretos militares se encontraba Cedomil Jandric, un compañero de su hijo Kurt, también oficial. Hay indicios de que el propio Kurt había entrado en el despacho de su padre para sustraer documentos.

¿Cuál fue el daño real de Redl?

Es cuestionable que la traición de Redl contribuyera a la derrota de Austria-Hungría en la Primera Guerra Mundial, ni siquiera a las derrotas iniciales de 1914-1915. Tras conocerse la traición, el Estado Mayor no dudó en cambiar el cifrado, los horarios de ferrocarril y otros planes. También se procedió a una reorganización del contraespionaje.

Es probable que el daño más duradero fuera en la imagen del Ejército. Los alemanes desconfiaban hasta tal punto de la capacidad de Viena para proteger los secretos que ocultaron a su aliado buena parte de los detalles de su plan de movilización. El ejército austrohúngaro, hasta aquel momento el bastión de la monarquía, era ahora un sumidero de deslealtad y vicio.

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